Название: La derrota de lo épico
Автор: Ana Cabana Iglesia
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
Серия: Història i Memòria del Franquisme
isbn: 9788437092171
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Para dicho fin debemos, antes de nada, entrar a valorar el campo de la conflictividad rural en Galicia, en tanto que son las muestras de conflicto de la sociedad para con el Estado y con sus disposiciones las que conforman la resistencia civil. El significado de la conflictividad se muestra complejo cuando, como en este caso, debe ser contextualizada en un periodo dictatorial. La cuestión central se explicita en determinar si formas de conflictividad como los boicots o los motines pueden ser definidas como resistencia civil o si bien quedan adscritas a estrategias de supervivencia en función de su ambigüedad, dualidad o falta de intencionalidad expresa. Sin entrar en pormenores que serán objeto de nuestro interés a posteriori, bien vale la pena señalar el riesgo de caer en la condescendencia de analizar las prácticas de conflictividad sin tratar de ir más allá en razón de la ausencia de una filosofía o ideología articulada que les proporcione cobertura y de las posibles faltas de coherencia de estas. Pues, como menciona Gellately (2004: 222), cualquier puesta en valor del compromiso de los protagonistas de la conflictividad debe tener en consideración la naturaleza de la situación a la que se enfrentan y la envergadura de las fuerzas a las que respondían.
Partimos, por tanto, de diferenciar «resistencia» y «oposición». Palabras que se han usado como sinónimos en innumerables ocasiones hasta llevar a equívoco, pero que los diccionarios de la lengua española se encargan de diferenciar. Resistir tiene como una de sus primeras acepciones «durar, no haberse destruido, muerto o inutilizado una cosa o persona pese al paso del tiempo o de otras causas destructoras», junto a «aguantar, sufrir, soportar, mantenerse con sufrimiento o molestia sin sucumbir o sin pronunciarse o sin procurar ponerle término». En cambio, por oponerse se entiende «plantar cara, afrontar, argüir, presentar batalla, hacer la contra, contradecir, contraponer, desaprobar, enfrentarse, frenar, impedir, interponerse, interferir, ir contra, luchar, obstaculizar, refutar» (Moliner, 1998). El salto cualitativo es evidente, pero la grandiosidad de una realidad no puede ser óbice para el estudio de la otra.
Así pues, el término resistencia durante el franquismo debe –o quizá solo pueda– seguir vinculado a la actividad política y organizada de determinados grupos antifranquistas. Sin embargo, en nuestra opinión, también debe emplearse para definir otra realidad, la de las actividades que denotan ausencia de consentimiento con el régimen o sus actuaciones y que son actividades más simples, más mundanas, si se quiere, hechos aislados que frustraban a la dictadura en algún ámbito. Estos actos quedan en la categoría de conflicto cuando se activan contra un régimen político democrático, pero bajo un régimen como el franquista (o como el III Reich, el fascismo italiano o el salazarismo) parece legitimada la opinión de conceptuarlos como resistencia civil. Como J. Stephenson señala, donde el conflicto no puede ser expresado abiertamente, sin miedo a las consecuencias, es donde la población entiende que estos sentimientos de desacuerdo son peligrosos para su posición y, por tanto, «cada acto de disidencia alcanza la condición de resistencia para el orden existente» (Stephenson, 1990: 351).
1 Seguimos a Maurice Halbwachs (1968) cuando define la memoria colectiva como an-tihistórica porque se trata de una memoria que simplifica la complejidad de lo recordado, lo esencializa y, además, no es el resultado de la acción del pasado sobre el presente, sino de la acción de un presente sobre el pasado.
2 Sin ánimo de exhaustividad, quizá los autores que más han contribuido a ese empeño hayan sido J. C. Scott (1976, 1985 y 2003); M. Foucault (1986 y 1978); M. Adas (1986); A. Gupta y J. Ferguson (1997); R. P. Weller; S. E.-V. Guggenheim (1982); S. B. Ortner (1996); X. González-Millán (2000); F. Pettit (1999); R. Guha (2002).
3 Foucault (1994) ya había señalado en su análisis de la Francia del setecientos que ciertos espacios de ilegalidad se convierten en ocasiones en condición del funcionamiento político y económico de la comunidad, al proporcionar a los segmentos sociales más desfavorecidos de la población, en los márgenes de lo que les imponían las leyes y costumbres, un espacio de tolerancia, conquistado por la fuerza o la obstinación, tan indispensable para su propia existencia que, a menudo, estaban dispuestos a sublevarse para defenderlo.
4 Reflexiones sobre la noción de «registro escondido» de James C. Scott en X. Gómez Millán (2000) y R. Fantasía y E. Hirsch (1995).
5 Alguno de estos trabajos están recogidos en F. D. Colbrun (1989).
6 Así lo demuestra la sesión dedicada a las «armas del débil» en el Fith European Social Science History Conference celebrado en Berlín en el año 2004 (Cabo, 2004). En España son numerosos los estudios que han bebido de esta teorización. Especialmente destacables son los dedicados al estudio de la conflictividad generada alrededor de la destrucción de los comunales y la privatización del monte (Cobo Romero et al., 1992; Gehr, 1994). Los estudios que abarcan el análisis de la conflictividad rural en los diferentes periodos históricos también han optado por su aplicación, aunque no de manera prolija (Frías, 2000; Gastón, 2003).
7 Crítica a las teorías de Scott que mantiene, entre otros, T. Skocpol (1982).
8 Gutmann es uno de los autores más críticos con la teorización de Scott (al entender que esta trivializa el conflicto social porque se desestiman las manifestaciones abiertas y organi-zadas de este) y ha mantenido con el antropólogo una interesante querella en las páginas de la revista Latin Amercian Perspectives (Gutmann [1993] y Scott [1993]). Su insistencia en uno de los tipos que adoptan las formas de conflictividad campesina, la resistencia cotidiana, ha llevado a Scott ciertamente a desinteresarse por otras formas de protesta como la rebelión o la revolución campesinas, pero, entendemos, no a menospreciarlas. Estudios interesantes sobre la tipología de la conflictividad campesina son los de M. Lichbach, quien establece tres categorías: resistencia cotidiana, movimientos de protesta y rebeliones o revoluciones, y los de R. G. Fox y O. Strand, que entre la revolución y las resistencias a pequeña escala (que se corresponderían con la «resistencia cotidina» de Scott) sitúan la protesta intermedia (protest in between) (Lichbach [1994: 385] y Fox y Stran [1997]).
9 Sobre el consentimiento, véase Cabana (2009); sobre formas de protesta en el campo lejos de la resistencia cotidiana, véanse Cabana y Lanero (2009) o Cabana et al. (2011).
10 M. Gulckman, estudioso de los rituales de las rebeliones en el sudeste africano, enunció su propia teoría sobre las formas de protesta campesina en los años cincuenta. En ella se pueden encontrar grandes similitudes analíticas con las premisas expuestas por James C. Scott, pero las conclusiones a las que llega son diametralmente opuestas. El africanista entiende que las resistencias cotidianas «están basadas en la aceptación del orden establecido como bueno, correcto, e incluso, sagrado, y ayudan a conseguir la práctica aquiescencia del sometimiento político al orden social» (Gulckman, 1954: 127). Argumenta el autor que ciertos actos de resistencia cotidiana están permitidos por el Estado (ente dominador) para desactivar la oposición, pues funcionarían a modo de «válvula de escape»