La derrota de lo épico. Ana Cabana Iglesia
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СКАЧАТЬ complacencia, e incluso, al activo entusiasmo, no era un cambio lineal» (Lüdtke, 1992: 49). Jordi Font, en su estudio sobre las actitudes de la población de la comarca del Empordá gerundense, también concluye que «en el terreno de las actitudes políticas bajo la dictadura, la complejidad, las paradojas, las incongruencias y los contrasentidos son lo que más abunda, y cualquier determinismo simplificador no tiene cabida» (Font, 2004: 51). La multiplicidad y diversidad de comportamientos son igualmente las características definitorias de las posiciones tomadas por el grueso de la población rural gallega. Incorporar un alto grado de subjetividad no supone, no obstante, renunciar a encontrar explicaciones a tales comportamientos. Bien al contrario, entendemos que los cambios y la evolución de las actitudes son el mejor campo de los posibles para valorar la eficacia de los instrumentos de control social, amén de para conocer las consecuencias que tuvo en la vida cotidiana de las comunidades rurales la implantación del franquismo.

      La decisión de participar en la protesta y de, por lo tanto, pasar del descontento a la acción, requiere la conjunción de varios elementos. Ese cúmulo de factores puede ser categorizado en lo que Bert Klandermans define como «marcos». Son el «marco de identidad», el «marco de injusticia» y el «marco motivacional» (Klandermans et al., 2000). Los dos primeros permiten aprehender una situación como conflictiva e identificar a sus responsables, así como las condiciones necesarias para diseñar y dirigir las estrategias de acción. Por su parte, el marco motivacional es en el que se sitúa el cálculo coste/beneficio, proporcionando los motivos para la movilización. El marco de identidad implica la existencia de una identidad compartida, necesaria para que la acción emerja. La identidad colectiva

      implica definiciones compartidas relativas a las metas, significados y campos de acción (...). Involucra redes de relaciones activas entre actores, que interactúan, que se comunican y se influyen, negocian y toman decisiones. [Del mismo modo] requieren un cierto grado de implicación emocional que permite a las personas sentirse parte de una unidad común (Fernández y Sabucedo, 2005: 121).

      El marco de injusticia es aquel en el que se produce el paso del descontento a la sensación de que existe un agravio, un sentimiento de indignación moral, y en él se da una atribución de responsabilidad respecto a este. Este marco permite entender cómo se generan, interpretan, sienten y difunden las injusticias, su atribución y la indignación que provocan entre los potenciales participantes del movimiento social. El marco motivacional implica la creación y difusión de creencias sobre la eficacia de la acción colectiva y es, junto con el agravio, en opinión de Klandermans, una de las claves de la construcción social de la protesta. Solo cuando los potenciales participantes en un movimiento social piensan que las estrategias y las acciones colectivas son instrumentales para cambiar la situación y reducir el malestar, existe un vínculo entre el descontento y la conducta de protesta.

      Este modelo interpretativo elaborado desde la Psicología Social hace hincapié en que la existencia de protesta pasa por la presencia de una identificación entre el individuo y su grupo (en este caso labrador-comunidad) que permita valorar una situación como indigna moralmente, y profundamente injusta, y que, al mismo tiempo, se entienda que los riesgos que se plantean al protestar son asumibles. El trinomio identidad, indignación moral y racionalidad debe confluir para que la opción de un sujeto o de un colectivo sea protestar. La inexistencia de uno de ellos lleva, consecuentemente, a una situación de adaptación que, evidentemente, puede soportar diferentes niveles de descontento, pero este no deriva en ninguna clase de acción.

      El tipo de protesta, ya sea de resistencia civil, ya de oposición, como hemos mencionado, depende de la fortaleza que demuestre el Estado contra el que aquella opere. Las formas de disenso aumentan y las de oposición disminuyen conforme se acrecienta la presión ejercida por el Estado. De este modo, como ya hemos mencionado anteriormente, la protesta campesina con respecto a las disposiciones agrarias del franquismo no guarda semejanza con la protesta organizada y abierta empleada ante las medidas políticas liberales. Los labradores gallegos pasan de oponerse a una acción política e institucional fácilmente contestada desde posturas abiertas, legales y organizadas, a verse ante las políticas agrarias de un Estado con vocación totalitaria a las que las comunidades rurales tienen mucho más problema para substraerse debido al contexto de desarticulación política, autoritarismo y represión existente. Lo que homogeniza a ambos periodos son las fórmulas de resistencia cotidiana, siempre presentes en los colectivos subordinados, aunque se hallen canales para organizar una oposición de cariz más abierto y planificado.

      Lo que resulta evidente es que nunca existe un grupo subalterno unitario, sino que aparecen divisiones internas en torno a líneas de fractura, como el grupo de edad, el género, el estatus, etc. Los sujetos ocupan diferentes posiciones y perspectivas, incluso opuestas con respecto a objetivos a primera vista análogos, en tanto que varían sus percepciones y el grado en el que se sienten involucrados y/o afectados. De ahí que también las alianzas entre los diferentes sectores socioeconómicos se trastoquen. Por lo tanto, sería una falacia hablar del «campesinado gallego» como un ente homogéneo que asumió una postura unívoca y conjunta ante el franquismo. Las diferencias internas, los contextos puntuales y las razones personales definieron la elección de una actitud ante el poder. Para comprender la amplitud de actitudes tomadas ante el franquismo se debe tener presente los condicionantes que la determinaron y que operaron en la elección de los individuos. Elementos como las políticas desplegadas y su incidencia son decisivos porque no afectan a todos por igual. Esto ha llevado a algún autor a hablar de una «lógica de adaptación social» (Burrin, 2004: 190). Esta concepción, pese a que no consigue reflejar las situaciones y las decisiones sociales en toda su complejidad, permite comprender cómo múltiples intereses, a menudo limitados y ocasionales, deciden las actuaciones de la mayor parte de los ciudadanos corrientes.

      Referentes en la elección de una actitud hacia el poder

      Como señalábamos, los actores sociales eligen racionalmente entre las diferentes opciones que se dan en cada escenario concreto, lo que obliga a realizar un estudio multidimensional de las causas que configuran dicha elección. Analizaremos, en este caso, las respuestas dadas a la situación económica y social de los años cuarenta y cincuenta, marcados por la represión de la disidencia política y/o social y por la miseria entendida en sentido amplio.

      Un aspecto que hay que tener en cuenta en la elección de la forma que va a tomar la protesta es el hecho de que un sistema político dictatorial no presenta el mismo grado de fortaleza durante toda su existencia. Su perduración en el tiempo modela la actitud contraria de la población, pues, ya sea por cuestiones internas, ya por la realidad geopolítica, el Estado no mantiene el mismo nivel de dominio. El nazismo, el fascismo italiano, el Estado Novo portugués o el franquismo presentan formas de gobierno comparables que hacen igualmente similares las maneras de resistencia social y son sus diferencias, como su opción para la conquista del poder y, sobre todo, su diferente duración, las que las especifican. Recordemos que el Tercer Reich se mantuvo durante doce años, el fascismo italiano, teniendo en cuenta la República de Saló, veintitrés, y el franquismo treinta y seis. La duración tiene buena parte de la respuesta de por qué la resistencia cambió СКАЧАТЬ