Ana Karenina. Liev N. Tolstói
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Читать онлайн книгу Ana Karenina - Liev N. Tolstói страница 48

Название: Ana Karenina

Автор: Liev N. Tolstói

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

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isbn: 9782384230167

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СКАЧАТЬ la escuchaba.

      –No tengo por qué afligirme ni consolarme. Soy lo bastante orgullosa para no permitirme jamás amar a un hombre que no me quiere.

      –Pero si no te digo nada de eso –repuso Dolly con suavidad. Dime sólo una cosa –añadió tomándole la mano–: ¿te habló Levin?

      El nombre de Levin pareció hacer perder a Kitty la poca serenidad que le quedaba. Saltó de la silla y, arrojando al suelo el cinturón que tenía en las manos, habló, haciendo rápidos gestos:

      –¿Qué tiene que ver Levin con todo esto? No comprendo qué necesidad tienes de martirizarme. He dicho, y lo repito, que soy demasiado orgullosa y que nunca nunca haré lo que tú haces de volver con el hombre que te ha traicionado, que ama a otra mujer. ¡Eso yo no lo comprendo! ¡Tú puedes hacerlo, pero yo no!

      Y, al decir estas palabras, Kitty miró a su hermana y, viendo que bajaba la cabeza tristemente, en vez de salir de la habitación, como se proponía, se sentó junto a la puerta y, tapándose el rostro con el pañuelo, inclinó la cabeza.

      El silencio se prolongó algunos instantes. Dolly pensaba en sí misma. Su humillación constante se reflejó en su corazón con más fuerza ante las palabras de su hermana. No esperaba de Kitty tanta crueldad y ahora se sentía ofendida.

      Pero, de pronto, percibió el roce de un vestido, el rumor de un sollozo reprimido… Unos brazos enlazaron su cuello.

      –¡Soy tan desventurada, Dolliñka! –exclamó Kitty, como confesando su culpa.

      Y aquel querido rostro, cubierto de lágrimas, se ocultó entre los pliegues del vestido de Daria Alejandrovna.

      Como si aquellas lágrimas hubiesen sido el aceite sin el cual no pudiese marchar la máquina de la recíproca comprensión entre las dos hermanas, éstas, después de haber llorado, hablaron no sólo de lo que las preocupaba, sino también de otras cosas, y se comprendieron. Kitty veía que las palabras dichas a su hermana en aquel momento de acaloramiento, sobre las infidelidades de su marido y la humillación que implicaban, la habían herido en lo más profundo, no obstante lo cual la perdonaba.

      Y a su vez Dolly comprendió cuanto quería saber: comprendió que sus presunciones estaban justificadas, que la amargura, la incurable amargura de Kitty, consistía en que había rehusado la proposición de Levin para luego ser engañada por Vronsky; y comprendió también que Kitty ahora estaba a punto de odiar a Vronsky y amar a Levin.

      Sin embargo, Kitty no había dicho nada de todo ello, sino que se había limitado a referirse a su estado de ánimo.

      –No tengo pena alguna ––dijo la joven cuando se calmó–. Pero ¿comprendes que todo se ha vuelto monótono y desagradable para mí, que siento repugnancia de todo y que la siento hasta de mí misma? No puedes figurarte las ideas tan horribles que me inspira todo.

      –¿Qué ideas horribles pueden ser esas? –preguntó Dolly con una sonrisa.

      –Las peores y más repugnantes. No sé cómo explicártelo. Ya no es aburrimiento ni nostalgia, sino algo peor. Parece que cuanto había en mí de bueno se ha eclipsado y que sólo queda lo malo. ¿Cómo hacértelo comprender? –continuó al ver dibujarse la perplejidad en los ojos de su hermana–. Si papá habla, me parece que quiere darme a entender que lo que debo hacer es casarme. Si mamá me lleva a un baile, se me figura que lo hace pensando en casarme cuanto antes para deshacerse de mí. Y aunque se que no es así, no puedo apartar de mi mente tales pensamientos… No puedo ni ver a eso que se llama «un pretendiente». Me parece que me examinan para medirme. Antes me era agradable ir a cualquier sitio en traje de noche, me admiraba a mí misma… Pero ahora me siento cohibida y avergonzada. ¿Qué quieres? Con todo me sucede igual… El médico, ¿sabes… ?

      Y Kitty calló, turbada. Quería seguir hablando y decir que desde que había empezado a experimentar aquel cambio, Esteban Arkadievich le era particularmente desagradable y no podía verle sin que le asaltasen los más bajos pensamientos.

      –Todo se me presenta bajo su aspecto más vil y más grosero –continuó– y ésa es mi enfermedad. Quizá se me pase luego…

      –¡No pienses esas cosas!

      –No puedo evitarlo. Sólo me siento a gusto entre los niños. Por eso sólo me encuentro bien en tu casa.

      –Lamento que no puedas ir a ella por ahora.

      –Si iré. Ya he padecido la escarlatina. Pediré permiso a mamá.

      Kitty insistió hasta que logró que su madre la dejara ir a vivir a casa de su hermana. Mientras duró la escarlatina, que efectivamente padecieron los niños, estuvo cuidándoles. Las dos hermanas lograron salvar a los seis niños, pero la salud de Kitty no mejoraba y, por la Cuaresma, los Scherbazky marcharon al extranjero.

      Capítulo 4

      La gran sociedad de San Petersburgo es, en rigor, un círculo en el que todos se conocen y se visitan mutuamente. Mas ese amplio círculo posee sus subdivisiones.

      Así, Ana Arkadievna tenía relaciones en tres diferentes sectores: uno en el ambiente oficial de su marido, con sus colaboradores y subordinados, unidos y separados de la manera más extraña en el marco de las circunstancias sociales. En la actualidad, Ana difícilmente recordaba aquella especie de religioso respeto que sintiera al principio hacia aquellas personas. Conocía ya a todos como se conoce a la gente en una pequeña ciudad provinciana. Sabía las costumbres y debilidades de cada uno, dónde les apretaba el zapato, cuáles eran sus relaciones mutuas y, con respecto al centro principal; no ignoraba dónde encontraban apoyo, ni como ni por qué lo encontraban, ni en qué puntos coincidían o divergían entre ellos.

      Pero aquel círculo de intereses políticos y varoniles no la había interesado nunca y a pesar de los consejos de la condesa Lidia Ivanovna procuraba frecuentarlo lo menos posible.

      Otro círculo vecino a Ana era aquel a través del cual hiciera su carrera Alexis Alejandrovich. La condesa Lidia Ivanovna era el centro de aquel círculo. Se trataba de una sociedad de mujeres feas, viejas y muy religiosas y de hombres inteligentes, sabios y ambiciosos.

      Cierto hombre de talento que pertenecía a aquel círculo lo denominaba «la conciencia de la sociedad de San Petersburgo». Alexis Alejandrovich estimaba mucho aquel ambiente y Ana, que sabía granjearse las simpatías de todos, encontró en tal medio muchos amigos en los primeros tiempos de su vida en la capital.

      Pero a su regreso de Moscú aquella sociedad se le hizo insoportable. Le parecía que allí todos fingían, como ella, y se sentía tan aburrida y a disgusto en aquel mundillo que procuró visitar lo menos posible a la condesa Lidia Ivanovna.

      El tercer círculo en que Ana tenía relaciones era el gran mundo propiamente dicho, el de los bailes, el de los vestidos elegantes, el de los banquetes, mundo que se apoya con una mano en la Corte para no rebajarse hasta ese semimundo que los miembros de aquél pensaban despreciar, pero con el que tenían no ya semejanza, sino identidad de gustos.

      Ana mantenía relaciones con este círculo mediante la princesa Betsy Tverskaya, esposa de su primo hermano, mujer con ciento veinte mil rublos de renta y que, desde la primera aparición de Ana en su ambiente, la quiso, la halagó y la arrastró con ella, burlándose del círculo de la condesa Lidia Ivanovna.

      –Cuando sea vieja, yo seré como ellas –decia Betsy–, pero usted, СКАЧАТЬ