Ana Karenina. Liev N. Tolstói
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Читать онлайн книгу Ana Karenina - Liev N. Tolstói страница 45

Название: Ana Karenina

Автор: Liev N. Tolstói

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 9782384230167

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СКАЧАТЬ el grifo del lavabo, que dejó caer un chorro de agua sobre su cuello vigoroso y rojizo–. ¿Es posible –repitió con acento de incredulidad -que Laura haya dejado a Fertingov por Mileev? Y él, ¿qué hace? ¿Sigue tan idiota y tan satisfecho de sí mismo como siempre? Oye, a propósito, ¿qué hay de Buzulkov?

      –¿Buzulkov? ¡Si supieras lo que le pasa! Ya conoces su afición al baile. No pierde uno de los de la Corte. ¿Sabes que ahora se llevan unos cascos más ligeros… ? ¡Mucho más! Pues bien: él estaba allí con su uniforme de gala… ¿Me oyes?

      –Te oigo, te oigo –afirmó Vronsky, secándose con la toalla de felpa.

      –Una gran duquesa pasaba del brazo de un diplomático extranjero y la conversación recayó, por desgracia, en los cascos nuevos. La gran duquesa quiso enseñar uno al diplomático y viendo a un buen mozo con el casco en la cabeza –y Petrizky procuró remedar la actitud y los ademanes de Buzulkov– le pidió que le hiciese el favor de dejárselo. Y él, sin moverse ¿Qué significaba aquella actitud? Empiezan a hacerle signos, indicaciones, le guiñan el ojo… ¡Y él continúa inmóvil como un muerto! ¿Comprendes la situación? Entonces uno… –no sé como se llama, no me acuerdo nunca– va a quitarle el casco. Buzulkov se defiende. Y al fin otro se lo arranca a viva fuerza y lo ofrece a la gran duquesa. « Éste es el último modelo de cascos» , dice, volviéndolo. Y de pronto ven que del casco sale… ¿Sabes qué? ¡Una pera, chico, una pera! ¡Y bombones, dos libras de bombones! ¡El grandísimo animal iba bien aprovisionado!

      Vronsky reía hasta saltarle las lágrimas. Durante largo rato, cada vez que recordaba la historia del casco, rompía en francas risas juveniles, mostrando al hacerlo sus hermosos dientes.

      Una vez informado de las noticias del momento, Vronsky se puso el uniforme con ayuda de su criado y fue a presentarse en la Comandancia militar. Luego se proponía ver a su hermano, pasar por casa de Betsy y hacer otra serie de visitas que le reincorporasen a la vida de sociedad y le diesen la posibilidad de encontrar a Ana Karenina. Salió, pues, pensando volver muy entrada la tarde, como es costumbre en San Petersburgo.

Parte 2

      Capítulo 1

      A últimos de invierno, los Scherbazky tuvieron en su casa consulta de médicos, ya que la salud de Kitty inspiraba temores. Se sentía débil y con la proximidad de la primavera su salud no hizo más que empeorar.

      El médico de la familia le recetó aceite de hígado de bacalao, hierro más adelante y, al fin, nitrato de plata.

      Pero como ninguno de aquellos remedios dio buen resultado, el médico terminó aconsejando un viaje al extranjero.

      En vista de ello, la familia resolvió llamar a un médico muy reputado. Éste, hombre joven aún y de buena presencia, exigió el examen detallado de la enferma. Insistió con una complacencia especial en que el pudor de las doncellas era una reminiscencia bárbara, y que no había nada más natural que el que un hombre aunque fuera joven auscultara a una muchacha a medio vestir.

      Él estaba acostumbrado a hacerlo cada día y como no experimentaba, por tanto, emoción alguna, consideraba el pudor femenil no sólo como un resto de barbarie, sino también como una ofensa personal.

      Fue preciso someterse, porque, aunque todos los médicos hubiesen seguido igual número de cursos, estudiado los mismos libros y hubiesen, por consiguiente, practicado la misma ciencia, no se sabe por qué razones, y a pesar de que algunos calificaron a aquel doctor de persona no muy recomendable, se resolvió que sólo él podía salvar a Kitty.

      Después de un atento examen de la enferma, confusa y aturdida, el célebre médico se lavó escrupulosamente las manos y salió al salón, donde le esperaba el Príncipe, quien le escuchó tosiendo y con aire grave. El Príncipe, como hombre ya de edad, que no era necio y no había estado nunca enfermo, no creía en la medicina y se sentía irritado ante aquella comedia, ya que era quizá el único que adivinaba la causa de la enfermedad de Kitty.

      «Este admirable charlatán sería capaz hasta de espantar la caza» , pensaba, expresando con aquellos términos de viejo cazador su opinión sobre el diagnóstico del médico.

      Por su parte, el doctor disimulaba con dificultad su desdén hacia el viejo aristócrata. Siendo la Princesa la verdadera dueña de la casa, apenas se dignaba dirigirle a él la palabra, y sólo ante ella se proponía derramar las perlas de sus conocimientos.

      La Princesa compareció en breve, seguida por el médico de la familia, y el Príncipe se alejó para no exteriorizar lo que pensaba de toda aquella farsa.

      La Princesa, desconcertada, sintiéndose ahora culpable con respecto a Kitty, no sabía qué hacer.

      –Bueno, doctor, decida nuestra suerte: digánoslo todo.

      Iba a añadir «¿Hay esperanzas?» , pero sus labios temblaron y no llegó a formular la pregunta. Limitóse a decir:

      –¿Así, doctor, que… ?

      –Primero, Princesa, voy a hablar con mi colega y luego tendré el honor de manifestarle mi opinión.

      –¿Debo entonces dejarles solos?

      –Como usted guste…

      La Princesa salió, exhalando un suspiro.

      Al quedar solos los dos profesionales, el médico de familia comenzó tímidamente a exponer su criterio de que se trataba de un proceso de tuberculosis incipiente, pero que…

      El médico célebre le escuchaba y en medio de su peroración consultó su voluminoso reloj de oro.

      –Bien –dijo–. Pero…

      El médico de familia calló respetuosamente en la mitad de su discurso.

      –Como usted sabe –dijo la eminencia–, no podemos precisar cuándo comienza un proceso tuberculoso.

      Hasta que no existen cavernas no sabemos nada en concreto. Sólo caben suposiciones. Aquí existen síntomas: mala nutrición, nerviosismo, etc. La cuestión es ésta: admitido el proceso tuberculoso, ¿qué hacer para ayudar a la nutrición?

      –Pero usted no ignora que en esto se suelen mezclar siempre causas de orden moral –se permitió observar el otro médico, con una sutil sonrisa.

      –Ya, ya –contestó la celebridad médica, mirando otra vez su reloj–. Perdone: ¿sabe usted si el puente de Yausa está ya terminado o si hay que dar la vuelta todavía? ¿Está concluido ya? Entonces podré llegar en veinte minutos… Pues, como hemos dicho, se trata de mejorar la alimentación y calmar los nervios… Una cosa va ligada con la otra, y es preciso obrar en las dos direcciones de este círculo.

      –¿Y un viaje al extranjero? –preguntó el médico de la casa.

      –Soy enemigo de los viajes al extranjero. Si el proceso tuberculoso existe, lo que no podemos saber, el viaje nada remediaría. Hemos de emplear un remedio que aumente la nutrición sin perjudicar al organismo.

      Y el médico afamado expuso un plan curativo a base de las aguas de Soden, plan cuyo mérito principal, a sus ojos, era evidentemente que las tales aguas no podían en modo alguno hacer ningún daño a la enferma.

      –Yo alegaría en pro del viaje СКАЧАТЬ