Название: Cuando se cerraron las Alamedas
Автор: Oscar Muñoz Gomá
Издательство: Bookwire
Жанр: Книги для детей: прочее
isbn: 9789566131106
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− No tienes por qué molestarte−, sin darse cuenta, Juan Pablo estaba probando los sentimientos de Margot. Los suyos hacia ella, pero también su inseguridad, lo estaban alterando. El tiempo con ella a su lado se acababa y sentía la necesidad de dar algún paso, de manifestarse. Su corazón latió con más fuerza. Margot guardó silencio.
− No es molestia. Lo haré con mucho gusto−, le replicó, lo que aumentó su ansiedad. ¿Por qué algunas mujeres persistían tanto en prolongar la agonía de los enamorados?, pensó él.
− Y tú, ¿qué harás? No deberías quedarte sola aquí con tu hijo. Hay tanta incertidumbre.
De pronto sintieron un ruido que los alarmó. Desde el fondo de la parcela se podía escuchar con nitidez algo como un objeto que se remecía, como ramas que se agitaban.
− ¿Qué hay atrás?−, Juan Pablo se sobresaltó.
− La propiedad termina en una alambrada de púas y un cerco vegetal. El sitio de atrás es eriazo. Será algún perro, en la noche se pasean por todas partes.
Pero escucharon pisadas. Eran los pasos de un hombre. Parecía caminar sin inhibición. Divisaron una sombra avanzando hacia la casa. Se percibía un arma larga en su mano. Margot no pudo evitar tomarse de un brazo de Juan Pablo y se le entró el habla. Pero luego, armándose de valor, gritó fuerte:
− ¿Quién anda ahí?−, se irguió de su asiento y caminó unos pasos.
Nadie respondió, pero la sombra siguió avanzando, con más cautela. Margot repitió la pregunta, ahora con voz más alta y enérgica.
La sombra contestó.
− Señora Margot, ¿es usted? Soy su vecino.
El hombre iluminó a Margot con una linterna y luego se alumbró su propio rostro, como para identificarse.
− ¡Don Vicente! Pero, ¿qué hace usted aquí? ¿Por qué entró a mi jardín y a esta hora de la noche?−, la voz de Margot estaba alterada y molesta.
− Disculpe, señora Margot, pero escuché ruidos en su casa y decidí venir a ver si estaba todo bien, para acompañarla. Como usted vive sola.
− Le agradezco mucho, pero no se preocupe. Estoy bien, no pasa nada y mi hermano me está acompañando. Y, por favor, le voy a pedir que regrese a su casa por donde mismo vino.
− Veo que tiene algunos invitados en su casa−, dijo el intruso, mirando al interior de la casa, en la que se veía gente.
− Sí, tengo muy buenos amigos que vinieron a verme y los pilló el toque de queda.
El hombre no daba señales de irse. Sacó un cigarro y lo encendió.
Margot trató de mantener la calma y no mostrar su nerviosismo:
− ¿Se le ofrece algo más, don Vicente?
− A mí no, pero cualquier cosa que se le ofrezca a usted estoy a su disposición. Mire, si quiere le doy mi teléfono, pero necesito un papel y luz para anotárselo−, y se acercó a la casa.
Juan Pablo se había quedado en la sombra, semi-oculto, dispuesto a intervenir si fuera necesario.
Margot se hizo ánimo y le replicó, firme:
− No se preocupe más, don Vicente. Yo ya tengo su teléfono, que distribuyó la Junta de Vecinos hace un tiempo. ¿Se acuerda?
− Bueno, en ese caso, parece que no tengo más que hacer aquí. Pero, cuídese Margot, mire que anda mucha gente peligrosa por todos lados. Y dele mis saludos a su hermano−, concluyó con un dejo de ironía.
Dio media vuelta y se retiró por donde había entrado. Juan Pablo y Margot se quedaron mirando su sombra que se alejaba. Tomaron nota de que en su despedida se dirigió a ella en forma condescendiente, con algo de sarcasmo.
Se sentaron y ella se tomó del brazo de Juan Pablo. Temblaba de miedo. Él le acarició la espalda para calmarla.
− ¡Qué tipo más sinvergüenza! ¡Este sí que es un terrorista, pero de ultraderecha! Su nombre es Vicente Pérez. No venía a protegerme. Venía a espiarme. Seguro que vio las luces de la casa y los autos estacionados y sospechó que podría pillar gente para denunciar.
− ¿Por qué dices eso?−, quiso saber Juan Pablo.
− Porque es un tipo que conozco, es mi vecino. Desde hace tiempo gente de la ultraderecha bien conocida se reúne en su casa, incluso alguno que en su momento fue sospechoso de participar en el crimen del general Schneider. Es bien sabido en el barrio. Y él conoce toda mi historia. Sabe que Rodrigo fue funcionario del gobierno. Debe creer que yo también soy de izquierda y que estoy acogiendo a fugitivos. Quedé tiritona. Por favor, anda a traerme un vaso de vino, y otro para ti.
− Bueno, de hecho, miró mucho hacia adentro de la casa. Seguro que vio más gente. ¿No quieres entrar? ¿Tienes frío?
− Sí, pero quiero quedarme aquí otro rato. Acompáñame y trae ese par de vasos−. Juan Pablo regresó con los dos vasos de vino tinto.
− ¿Qué piensas hacer?−, le preguntó Margot, con ansiedad.
− Por lo pronto, tendré que desaparecer. Creo que tendré que buscarme alguna embajada que me acoja y después trasladarme al extranjero. Hasta que esto se calme y todos sepamos mejor qué rumbos va a tomar esta dictadura.
− Mira, en este barrio vive la embajadora de Suecia. Me tocó conocerla en algunas de las reuniones de Junta de Vecinos que se hicieron. Es una mujer de mediana edad, muy progresista y agradable. Conversamos varias veces y nos caímos bien las dos. Incluso una vez me invitó a su casa, un fin de semana. Podría tratar de contactarla.
− Sería una buena opción, aunque no me imagino aprendiendo a hablar sueco y a vivir como lapón−, bromeó Juan Pablo, alentado por esa posibilidad.
− Pero tú hablas inglés. Suecia es un país bilingüe. Casi todo el mundo habla inglés. Si no, estarían aislados del resto del mundo. Voy a buscar en mi libreta de teléfonos, creo que tengo el número de ella. Juan Pablo, ése es el camino.
− De acuerdo, pero espera a la madrugada para llamarla. No la vas a despertar a esta hora.
− No sé si estará durmiendo. Es muy política y estoy segura de que debe estar trasnochando, para informar a su gobierno y también para recibir instrucciones. Entiendo que Suecia está unas seis horas más adelante. Allá tiene que ser de mañana. Pero voy a esperar algunas horas.
Juan Pablo quedó en silencio. Lo preocupó la visita de ese vecino, en una de esas podría hacer una denuncia. También pensaba aceleradamente si sería oportuno hablar de sus sentimientos a Margot. Todavía se sentía inhibido, pero las cosas se estaban precipitando.
Ella le propuso que descansaran un poco.
− Instálate donde quieras. Yo voy a tenderme un rato en mi cama. Si necesitas alguna frazada o abrigo, dime.
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Margot СКАЧАТЬ