Название: Cuando se cerraron las Alamedas
Автор: Oscar Muñoz Gomá
Издательство: Bookwire
Жанр: Книги для детей: прочее
isbn: 9789566131106
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Margot no podía creer que Rodrigo no estaría más. Recordó que hacía tan solo poco más de una hora se habían despedido. Él le entregó unos poderes y unos seguros, entre ellos un seguro de vida. Ella se extrañó y sospechó que Rodrigo intuyó que algo le podría pasar, pero nunca esto. Había violencia y odio en el país, los bandos eran irreconciliables. Antes de iniciarse el gobierno un comando de ultra derecha había asesinado al comandante en jefe del Ejército, el general René Schneider. Ahora la violencia destrozaba su hogar, a manos de un asesino. Ella era pacífica por naturaleza, siempre evitó el conflicto, pero sintió un ardor en su sangre. Ese asesino no había actuado solo. Fue algo siniestro lo que acabó con la vida de su esposo.
No supo cuando se quedó dormida, en medio de esos recuerdos tan dolorosos que la acompañarían por el resto de su vida.
6
Con las primeras claridades del alba, Margot se despertó. Eran poco más de las siete de la mañana. Aunque pudo dormir vestida en su cama, lo hizo intranquila, despertando con frecuencia. Y sus remembranzas del asesinato de su esposo le impidieron alcanzar el sueño profundo. También le volvían a su mente los acontecimientos del día anterior y de la noche. Recordó de inmediato que tenía la casa llena de gente. Y estaban Juan Pablo y su hermano, Benjamín, quienes más le importaban. Se quedó tendida, despierta, al no sentir ningún ruido. Esperó otra media hora hasta despertarse bien y se levantó. Fue al dormitorio de los niños. Gloria dormía vestida, plácidamente, en la cama de Sebastián y este en el suelo, sobre cojines y mantas, junto a los niños de Gloria. A su hijo le había gustado la idea de dormir en el suelo para dejarle su cama a Gloria. Era toda una nueva experiencia, aunque más tarde reclamaría que el suelo era muy duro. Gloria abrió los ojos cuando oyó entrar a Margot. Se saludaron en silencio, con una sonrisa. Era morena, bajita, de cara redonda y ojos grandes, oscuros y muy vivos. Se incorporó como para levantarse, pero Margot le hizo un gesto de no hablar, para no despertar a los niños, y que se quedara tranquila.
Margot decidió ducharse y vestirse para ir a preparar un desayuno general, antes que los demás se incorporaran. Prefería estar sola en la cocina y disponer los alimentos a su ritmo. El día por delante era toda una incertidumbre y necesitaba tiempo para pensar y buscar soluciones. Recordó a su padre cuando, de chica y ante las dificultades que a veces enfrentaba ella, le decía “piensa antes de actuar”.
− Papá, ¿y cómo se hace eso? −, le preguntó con ingenuidad, en más de una ocasión.
− Margo, primero tienes que entender bien cuál es el problema. Después tienes que decidir qué vas a hacer. Eso se llamaba solución.
Y le ponía ejemplos a su alcance. A Margot esas conversaciones con su padre se le quedaron grabadas para toda la vida. Ahora el problema era más grave. Ya no era cuestión de no tirarse del pelo con una amiga, como le ocurrió más de una vez en su infancia, sino de salvar unas vidas ante un riesgo muy probable de perderlas. Así es que también correspondía que pensara bien. Había al menos tres personas y dos niños cuya suerte dependería de que ella tomara una buena decisión. Era la dueña de casa, pero también se había convertido en una jefa de tribu. Su deber, como tal, era proteger a sus alojados. Alguna vez leyó que en la antigüedad los jefes de las tribus primitivas tenían la responsabilidad de cuidar y proteger a los miembros de su tribu ante los ataques de rivales. Después fueron los príncipes y señores feudales los que asumieron esa obligación a cambio, por supuesto, de la sumisión y la explotación de su trabajo. Así nacieron los Estados modernos, con la responsabilidad de defender a sus ciudadanos. Pero, ¿qué se podía hacer cuando el propio Estado se convertía en verdugo de sus ciudadanos? No lo tenía nada de claro. Dejó sus cavilaciones filosóficas y recordó que tenía algo que hacer y lo haría de inmediato.
Tomó el teléfono y marcó un número.
− Quisiera hablar con la señora Greta, la embajadora, por favor−. Hubo una pausa y continuó−. Habla Margot Lagarrigue, soy amiga de ella y vecina. Dígale que tengo urgencia de hablarle. Sí, estoy en mi casa. Mi teléfono es…Le agradeceré mucho.
Retornó a la cocina y se puso a abrir las alacenas para sacar café, té, panes, miel. Mantequilla no había y tampoco azúcar. Pero la miel serviría para los que quisieran endulzar su café. Encontró unos huevos, que decidió hacer revueltos. Eso les daría energías a todos. Puso agua a hervir. Sacó la vajilla para el desayuno y cubiertos. Por ahí encontró algunas manzanas. Todo serviría porque había un buen lote de personas. Llevó los platos y tazas a la mesa del comedor, la fruta, los huevos , algunos panes, café y agua caliente en un termo. Con el aroma de los huevos los huéspedes comenzaron a despabilarse y a levantarse de los sillones donde habían descansado algunas horas.
Se reunieron alrededor de la mesa. Simón subió a buscar a Gloria. Todos mostraban rostros demacrados por la falta de suficiente sueño y las incomodidades de la noche. Solo Margot estaba ágil y despejada. Había tenido el privilegio de poder dormir en su cama, aunque poco, ducharse y cambiarse ropa. Sonó el teléfono y la anfitriona se levantó de la mesa para contestar. Habló durante unos diez minutos y regresó. Miró a Juan Pablo y le hizo una seña para que se apartaran. Le habló en voz baja.
− Acabo de conversar con la embajadora de Suecia y está dispuesta a que te vayas a la embajada. Hablaremos más tarde para afinar los detalles.
− Muchas gracias, Margot, pero me resulta todo tan repentino. En verdad estoy muy confuso.
− No te compliques. Ella es una persona muy cálida y lo mismo su familia, a quienes conozco hace tiempo. Por último, te quedas ahí unos pocos días hasta que el panorama esté más claro y puedas tomar una decisión más definitiva. Greta me aseguró que te va a acoger. Ya ha recibido varias solicitudes, pero tú tendrás un lugar asegurado. Y ahí no entrará nadie a buscarte. Te darán una visa de cortesía si es que optas por un exilio en Suecia.
− No sé qué decirte−. Juan Pablo expresaba sus dudas en el rostro, pero quizás no tanto por el hecho de irse del país como porque dejaría de ver a Margot, quizás por cuánto tiempo.
− ¡Nada, hombre! Ya, vamos al desayuno que nos espera.
− Hay otra cosa que me preocupa. Es Simón. ¿Habrá posibilidades de que también se vaya a la embajada sueca? Yo creo que su vida peligra más que la mía.
− ¡Uf, qué complicado! Pero tienes razón. Volveremos a hablar más tarde y le diré.
Se incorporaron a la mesa del desayuno. Ricardo comentaba su sueño de la noche.
− Fue extraño−, dijo−. Me encontraba en una casa de playa con otra gente y de pronto vi un animal muy raro. Tenía el tamaño de un perro ,pero no era perro. Tenía unas especies de crestas puntiagudas sobre el lomo. Los perros verdaderos que había alrededor le ladraban furiosos, con sus pelos erizados de terror.
− Eso es un dragón, un dragón del tamaño de un perro−, comentó Benjamín.
− ¡Eso es!−, exclamó Ricardo−. Precisamente, era un dragón, pero pequeño y no tenía cola. Tampoco echaba fuego.
− El dragón es una de las figuras terribles del Apocalipsis−, aportó Juan Pablo−. Representa al demonio.
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