Cuando se cerraron las Alamedas. Oscar Muñoz Gomá
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Название: Cuando se cerraron las Alamedas

Автор: Oscar Muñoz Gomá

Издательство: Bookwire

Жанр: Книги для детей: прочее

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isbn: 9789566131106

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СКАЧАТЬ para ella, un vecino de barrio al que trató de ayudar muchas veces. Y ahora le molestaba mucho más haber comprobado que integraba algún grupo violentista, armado. Esa metralleta estaba destinada a matar gente y todavía tenía muy fresco en su memoria el recuerdo del vil asesinato de su esposo. Y también le molestaba su olor, su aliento, que había tenido que soportar tan cerca de ella. Las luces de las casas les sirvieron de faros para orientarse.

      En algún momento Simón tropezó con una piedra y perdió el equilibrio.

      − ¡Mierda!−, alcanzó a gritar en voz alta.

      Margot quedó paralizada. Se abrió la puerta de una casa y apareció un individuo con linterna.

      − ¿Quién anda ahí?−, gritó desde el antejardín, seguro de sí mismo.

      Margot y Simón se agacharon y sin hacer ruido se guarecieron detrás de un árbol.

      El hombre alumbró hacia la calle y movió la linterna en varias direcciones. Luego regresó a su casa y cerró la puerta.

      La pareja respiró con tranquilidad. Margot no le habló a Simón hasta que llegaron. Él tampoco pretendió alguna cercanía. Ya en la casa fueron recibidos con expresiones de alivio por los demás. Eran cerca de las diez de la noche.

      − Se ganaron un buen trago−, los invitó Ricardo−. Aquí les tenemos preparados unos pisco-sours o piscolas, para el que quiera.

      Gloria abrazó a Simón y lo llevó adentro, a la pieza de Sebastián, donde acostó a sus niños en el suelo, encima de los cojines que ella pudo encontrar. El hijo de Margot dormía plácidamente en su cama. Los niños de la pareja estaban tendidos, pero no dormían.

      En el living Benjamín seguía mirando la película, con cara de aburrido. Juan Pablo se acercó a Margot con un vaso de pisco sour, él sostenía otro en su mano y se sentaron en el sofá.

      − ¿Todo bien? ¿Tuvieron algún percance?

      − No, nada. Todo bien. Silencio total, excepto por los perros del vecindario, los conejos y los ratones que circulan sin inhibiciones por el campo. El agua se llevó la metralleta. Nadie nos vio, espero. ¡Es un bruto este Simón! ¡Cómo se le ocurre andar con una metralleta y en un día como hoy!

      − Para eso la tenía, para un día como hoy. Pero supongo que se dio cuenta o recibió alguna instrucción de que no tenía objeto oponer resistencia.

      − El creía que iba a haber una división de las fuerzas armadas y muchos enfrentamientos. Pero se desengañó. Mira, voy a preparar algo para que comamos. Deben estar todos muertos de hambre.

      − Te acompaño−, y ambos se dirigieron a la cocina.

      Margot decidió cocinar unos tallarines. Un puñado cundía mucho y además bastarían unos diez minutos para tenerlos listos, una vez hervida el agua. Juan Pablo hizo de ayudante de cocina. Ricardo se agregó al equipo. Preparó la mesa, sacó platos, servilletas, cubiertos y vasos. Buscó salsa de tomates y queso rallado para los tallarines. Puso un pan fresco que Margot logró conseguir en el almacén, buscó una nueva botella de vino tinto que descorchó y esperaron a que todo estuviera listo. Simón y Gloria habían bajado y conversaban en voz baja en un rincón.

      Margot anunció la cena y pidió que alguien reanimara el fuego de la chimenea, del que solo quedaban brasas. Simón se apresuró a hacerlo y aprovechó de quemar otros papeles y libretas que sacó de su maleta. La anfitriona cortó la televisión, lo que no molestó mucho a Benjamín que estaba semi-dormido. En cambio, buscó un disco de música clásica, alguna sonata para piano de Mozart y lo puso en el tocadiscos. Se sentaron todos a la mesa y se repartieron los tallarines, que humeaban.

      4

      Habían transcurrido varias horas desde que comieron y ya era bien pasada la una de la madrugada. Ricardo dejó los platos y vasos lavados y guardados para que Margot pudiera descansar algo, aunque ella permaneció todavía en el living junto al resto de sus invitados. Gloria se había tendido junto a sus niños, en el segundo piso. Juan Pablo invitó a Margot a salir a tomar el fresco de la noche en el jardín de atrás, que era grande. Benjamín dormitaba en un sillón. Simón permanecía en silencio, sentado en el suelo, rumiando, afirmado contra un muro, con la mirada hosca y taciturna. Tenía un vaso de pisco a su lado. Su rostro denotaba la rabia que tenía. El ceño fruncido, los ojos muy abiertos pero inexpresivos. Los labios apretados. Sentía que el golpe era una lápida sobre las ilusiones que él y sus compañeros más cercanos se habían hecho durante los últimos tres años. Aunque era una posibilidad cierta, eso lo sabían todos, siempre era dejada de lado. Uno no quiere aceptar el peor escenario. Ahora veía claro que solo fueron eso, ilusiones, expectativas que alimentaron, a pesar de las muchas dudas que tenían. Cuando Allende fue elegido creyeron que se les abría el camino con el que habían soñado, el camino heroico, épico, de iniciar la revolución en el cono sur de América. Las condiciones estaban dadas. El pueblo estaba movilizado y eso se intensificaría. Iba a ser un proceso dinámico, crecedor. A medida que el pueblo tomara conciencia de que se podía acabar con la injusticia social, con el escándalo de que unos pocos, un puñado de familias oligárquicas, tuvieran el control del país, del poder económico y del poder político, cuando el pueblo viera que ahora sí, ahora iba en serio y no como en el gobierno anterior, que hizo un simulacro de revolución, nada podría detener la revolución de verdad. No iba a ser fácil, los reaccionarios se defenderían, él lo sabía bien, conocía la historia social del continente. Es lo que enseñaba en la universidad. Pero había que armar al pueblo. Llegaría el momento en que se produciría el enfrentamiento definitivo. Y para entonces el pueblo debería estar preparado.

      − ¿En qué piensas, Simón?−, escuchó que alguien lo interpelaba. Levantó la mirada y vio a Benjamín que lo miraba a los ojos, echado en un sillón y su cabeza reclinada en el respaldo. No contestó y volvió a bajar la vista.

      − ¿Es que realmente creías que con unas pocas metralletas la ultraizquierda iba a enfrentar y derrotar al ejército, a la aviación y a la marina juntas? ¿En qué mundo viven ustedes?

      − Es difícil que la gente de derecha entienda estos procesos−, atinó a contestar, con desgano−. Aquí no se trataba de que un puñado de revolucionarios enfrentáramos al militarismo. Nuestro papel es crear conciencia, es movilizar, es convocar. El pueblo tendría que haberse sumado a un proceso que iría tomando fuerza, que crearía su propia dinámica.

      − ¿Dinámica? ¿Para ir adónde? ¿Hacia el desastre al que nos estaba llevando el gobierno?

      − Es que tú desconoces los procesos sociales. Cada cambio, cada transformación social que emprendiera el gobierno provocaría conflictos, como lo hemos visto estos tres años. Siempre hay grupos interesados en que los cambios fracasen y, ¡vaya que los ha habido! Eso es obvio. Pero esos conflictos son el método a través del cual el pueblo aprende y toma conciencia. Se avanza en grados de conciencia social y eso es lo que suma más adherentes a la movilización.

      − ¿Me quieres decir que los conflictos son un método, una táctica para tomarse el poder? Francamente, me horroriza tu enfoque. Yo lo que veo es que los conflictos han afectado muy negativamente al país entero, incluido el pueblo, todos los hemos sufrido. Mira el desabastecimiento que hay.

      − No creo que tú hayas sufrido el desabastecimiento. Estoy seguro que tienes tus reservas guardadas y si no, tampoco debes haber tenido problemas económicos para comprar en el mercado negro. Es el pueblo el que sufre las consecuencias en carne propia y eso es lo que lo hace reaccionar y movilizarse para encontrar sus propias soluciones.

      − ¿Cuáles fueron СКАЧАТЬ