Название: Cuando se cerraron las Alamedas
Автор: Oscar Muñoz Gomá
Издательство: Bookwire
Жанр: Книги для детей: прочее
isbn: 9789566131106
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− Porque hubo un error fundamental del gobierno popular. Fue un gobierno ambiguo, que no se decidió. Allende creyó que iba a hacer una revolución por la vía constitucional. ¡Y eso no existe! ¡Son ilusiones! ¡La revolución o rompe la institucionalidad o no es revolución! El error fundamental del compañero Allende es que no armó al pueblo. ¡Si incluso hizo aprobar una ley de control de armas que le dio facultades a las fuerzas armadas para estar encima de cualquier sospechoso! ¡Es ahí cuando empezó el golpe!
Benjamín guardó silencio. Desde el punto de vista de Simón había lógica. Pensó unos momentos cómo replicarle.
− El problema con tu razonamiento es que partes de premisas falsas. Para ti el mundo se divide entre buenos y malos. Ustedes son los buenos y el resto son los malos. Para ti la institucionalidad democrática no vale porque la hicieron los malos.
− ¿Qué democracia? ¿De qué institucionalidad democrática me hablas? ¿De una democracia burguesa, manejada al arbitrio de los que controlan el poder económico y el poder imperialista? ¿Qué democracia tiene el desempleado, el trabajador abusado, las familias empobrecidas que apenas tienen para comprar unos mendrugos? ¡Mira, ésta es una mierda de democracia y no importa un carajo que desaparezca!−, terminó gritando Simón.
− Simón, ¡cálmate! Te aseguro que de aquí en adelante tú y tus compañeros van a clamar a gritos para que vuelva esta tan denigrada democracia burguesa que permitió que Allende ganara las elecciones e incluso que la Unidad Popular alcanzara la mayoría en las elecciones senatoriales últimas.
− ¿Y de qué sirvió? Ya ves el resultado. Hoy lo tenemos a la vista. El palacio de La Moneda ardiendo. A esto nos condujo tu bendita democracia.
− ¡Ah, no! Ahí sí que tu argumentación se desmorona. Lo que estamos viviendo en este momento se debe al mal gobierno de tu compañero presidente, al cúmulo de errores que cometió, a la pésima administración de las empresas estatizadas, a esos famosos “resquicios legales” que usó para saltarse la ley y hacer la vista gorda a los abusos y tropelías en los campos y en las industrias. Fue el pueblo el que pidió la intervención militar. Y esto no sucedió en el gobierno anterior, que a mí tampoco me gustó nada.
− ¡El pueblo pidió la intervención militar! ¿Me estás tomando el pelo? ¿Quiénes fueron a golpear a los cuarteles? No fue el pueblo, ¡fueron los ricachones del barrio alto que no querían perder sus privilegios! Y tu comparación con el gobierno de Frei es muy mala, porque ese gobierno no se animó a hacer la verdadera revolución. Se llenaron la boca con la “revolución en libertad”, pero ¿qué logró el pueblo? Te hablo del pueblo proletario, del pueblo abusado, del pueblo que siguió en la pobreza
− Simón, ¿es que no reconoces los progresos que logró el campesinado y los pobres de este país con los avances en la educación, en la construcción de viviendas sociales, en las organizaciones, en el gobierno anterior? −. Terció una nueva voz. Era Ricardo, que había vuelto de la cocina.
− Claro, algo había que cambiar para que todo siguiera igual. Alguien escribió eso hace muchos años, no sé quién. Unos pocos beneficios para tranquilizar al pueblo, pero los gringos siguieron en el cobre, los viejos oligarcas chilenos siguieron controlando los bancos y las grandes industrias, la riqueza siguió concentrada en una elite. ¿A eso lo llaman revolución?
− No, por supuesto que no fue la revolución que tú querías, violenta, rápida, totalitaria−, insistió Ricardo−. Pero las condiciones del campesinado cambiaron radicalmente, subieron los salarios, se empezó una revolución educacional, un mayor control sobre el cobre, se organizaron las juntas de vecinos, tan importantes en las poblaciones. Fueron cambios graduales, de modo que el país los fuera asimilando de a poco.
− Bueno, parece que esta discusión da para largo y ahora no es el momento de seguir, al menos para mí. Me van a disculpar, pero por mi parte, dejo a los revolucionarios que se pongan de acuerdo y yo me voy a dormir un rato, aunque sea en el suelo, con la cabeza en un cojín. ¿Quién me pasa uno?−, era Benjamín que renunció a seguir en un debate que en realidad no le entusiasmaba mucho. Nunca pudo entenderse con la gente de izquierda. Prefirió dejar a un democratacristiano discutiendo con un ultraizquierdista. Pero Simón se encogió de hombros y cerró sus ojos. Al parecer ellos también estaban cansados y optaron por echar la cabeza hacia atrás en sus respectivos sillones.
Entretanto Juan Pablo había salido con Margot al jardín. Estaba muy frío, pero había una tranquilidad total. Una paz que no calzaba con la violencia que probablemente estaba ocurriendo en todo el territorio nacional, a la sombra de la noche. Se sentaron en un banco de madera, bajo un árbol frondoso.
− ¿Qué irá a pasar, Juan Pablo?−, le preguntó Margot, con más retórica que intención, porque nadie tenía la respuesta.
− Es una tragedia, amiga querida. En este mismo momento mucha gente debe estar muriendo en distintas partes del país. Se nos viene una dictadura y no creo que vaya a ser muy blanda. Nunca las dictaduras han sido blandas y menos en el primer tiempo. Mira lo que ha pasado en Brasil con su dictadura militar. Ya llevan casi diez años. Tengo algunos amigos brasileños y lo que cuentan da escalofríos.
− ¿Por qué tenía que pasar esto? ¿Cómo puede ser que el gobierno y la oposición no se hubieran podido poner de acuerdo?
− Cuando los ánimos se caldean y la violencia escala, se llega a un punto sin retorno. Las emociones prevalecen sobre la razón y perdemos la objetividad. Yo escuché que el presidente pensaba llamar a un plebiscito para que la ciudadanía decidiera qué caminos tomar, pero no llegó a concretarse. Y quizás ya era muy tarde. Habría sido muy difícil tener un plebiscito en las condiciones de beligerancia del país. ¿Te imaginas un plebiscito en este ambiente?
− ¿Qué vas a hacer tú, Juan Pablo? No puedes entregarte, por favor, no lo hagas.
− Lo he pensado toda la tarde y creo que tienes razón. No tengo por qué entregarme. No he cometido ningún delito. No he hecho nada ilegal. Todo mi pecado es haber sido un funcionario leal del gobierno. Esta orden de detención en mi contra es totalmente arbitraria. Son ellos los que se han salido de la constitución. No, no lo voy a hacer. Pero entonces tendré que refugiarme. Se ha instalado la ley de la fuerza. No me podré quedar en el país, Margot. No tengo pasta de mártir ni para andar ocultándome en la clandestinidad.
Permanecieron en silencio. Margot se sentía afectada emocionalmente. Juan Pablo era un buen amigo, sentiría mucho que tuviera que irse del país y dejar de verlo. Algo se estaba desgarrando nuevamente en su alma. Ya había sufrido la pérdida de su esposo y aunque el dolor lacerante no había desaparecido, sentía que estaba cicatrizando. Ahora iba a perder a un buen amigo, su mejor amigo, en realidad. ¿Sería algo más?, se preguntó, pero desechó ese pensamiento.
Miró las estrellas. El cielo se había despejado y la falta de luna hacía más brillante el firmamento. Le señaló a Juan Pablo las estrellas que podría identificar.
− Mira, ahí están las Tres Marías, la Cruz del Sur. ¡Qué linda está la noche!
− Diviso la constelación de Orión−, agregó Juan Pablo−. ¿Viste el aereolito que acaba de pasar? Le dicen también estrella fugaz. ¡Cómo puede cambiarle la vida a uno tan repentinamente!−, se quejó y de inmediato se arrepintió recordando la reciente viudez de Margot. Ella guardó silencio.- Margot, te quiero pedir un favor. Te quiero entregar la llave de mi departamento. Supongo que ya no volveré ahí, al menos por un tiempo, no sé cuánto. Se la puedes hacer llegar a mi hermano, СКАЧАТЬ