La vida no admite representantes. Jorge Bucay
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Название: La vida no admite representantes

Автор: Jorge Bucay

Издательство: Bookwire

Жанр: Сделай Сам

Серия: Biblioteca Jorge Bucay

isbn: 9786075572413

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СКАЧАТЬ había escuchado con seguridad tantas veces de su propia madre:

      —Si vas por la vida comportándote así, nadie te va a querer.

      Yo, que siempre fui un rebelde... (y quizá por eso) un día me atreví a preguntarle:

      —¿Nadie me querrá?... ¿Ni tú?

      Ella hizo un silencio lleno de sorpresa y finalmente me dijo:

      —Yo sí. Yo te querré siempre... Pero eso no cuenta —me aclaró mientras me besaba ruidosamente en la frente—, porque yo soy tu mamá.

      Mi psicoterapeuta, cuando tenía yo 19 años, me ayudó a resignificar ese diálogo y darme cuenta de que posiblemente, ese día, aprendí de mi madre por lo menos tres cosas que de hecho me acompañaron siempre:

      Una, la más importante, que eso de que nadie me querría, si yo decidía no cambiar, no era del todo cierto.

      La segunda, que solamente siendo rebelde conseguiría algunas respuestas más profundas y sinceras.

      La tercera, más que trascendente, que mi madre me premiaba cada vez que yo cuestionaba una pauta establecida...

      Es cierto que no todos y no siempre, tenemos el espacio o la oportunidad de reinterpretar los mensajes de nuestros padres para poder transformarlos en mensajes nutritivos. No siempre y no todos los mandatos admiten una nueva lectura positiva.

      Algunos de estos comentarios, sumados al resto de la censura pura y dura de nuestro entorno en la infancia y encajados en los planes que ellos tenían para nosotros, nos han ido llevando a desarrollar una determinada forma de comportarnos; una manera de ser en el mundo que nos define. Una identidad que de grandes irremediablemente iremos descubriendo un día un poco y al siguiente otro tanto, que no se ajusta en sentido estricto a nuestra verdadera esencia.

      Me he contado este cuento cientos de veces, desde que lo escuché por primera vez hace casi veinte años:

      En un lejano pueblo, de algún lugar de Oriente, vivía el más importante e influyente sacerdote de aquellos tiempos, un hombre simple de una sabiduría nunca vista y una sensibilidad poco común.

      Cierto día, llegó al monasterio donde vivía una invitación para ir a cenar a la casa del más rico de los hombres del reino. El sacerdote, que casi nunca salía de sus habitaciones, decidió que no podía seguir siendo descortés con su anfitrión y aceptó.

      El día previsto para la cena, a pesar de la tormenta que se venía, decidió montar en su carruaje y conducir hasta la mansión del hombre rico.

      Unos quinientos metros antes de llegar a la casa, un trueno asustó a su caballo y un brusco relámpago hizo que se encabritara, arrojando el carruaje a la zanja y al sacerdote con él.

      El hombre se incorporó como pudo y se ocupó de calmar al animal, acariciándole el lomo y hablándole suavemente en la oreja. Luego levantó su carruaje y se miró. Estaba sucio desde la punta de los pies hasta el último de los cabellos. El fango, la mugre y las hojas sucias y hediondas estaban desparramadas por su ropa y sus manos.

      Como estaba mucho más cerca de su destino que del monasterio decidió ir allí y pedir algo de ropa para cambiarse.

       Cuando golpeó a la puerta de la mansión un pulcro mayordomo abrió, y al verlo con ese aspecto le gritó:

      —¿Que haces aquí, pordiosero. ¿Cómo te atreves a golpear en esta puerta?

      —Yo vengo... por la comida de hoydijo el sacerdote.

      —Vaya poca vergüenzadijo el mayordomo—. Las sobras estarán recién mañana y si algo queda, cosa que dudo, debes pedirla por la puerta de servicio. ¿Comprendes?

      No llegó a contestar porque el dueño de casa apareció a preguntarle a su mayordomo qué era lo que estaba pasando.

      —Nada importante, es sólo este mendigo que pretende las sobras de la comida antes de que se sirva la cena... Le he dicho que se retire, pero insiste en su reclamo.

      —Pues que se retire inmediatamente... Mira cómo está ensuciando la entrada... Qué horror... Justo hoy. Llama a la guardia y si no se va... ¡que suelten los perros!

      A empellones y patadas echaron al pobre sacerdote a la calle, amenazado por una decena de perros que ladraban mostrando sus afilados dientes.

      Como pudo, el hombre se trepó al carruaje y regresó al monasterio.

      Una vez en su cuarto, después de secarse las manos y la cara, se dirigió a su armario y sacó de allí una lujosa capa de oro y plata, que le había regalado un año atrás justamente el dueño de la casa de la que había sido echado.

      Enfundado en la prenda, volvió a subirse al carruaje y esta vez llegó sin contratiempos a su destino.

      Volvió a golpear y esta vez el mismo mayordomo lo hizo pasar con una reverencia.

      El dueño de casa se acercó y le saludó inclinando la cabeza.

      —Excelenciale dijo—, ya estaba pensando que no vendría... ¿Podemos pasar? Los demás nos esperan...

      Todos se pusieron de pie al verlos entrar y no se sentaron hasta que el hombre de la imponente capa tomó asiento, a la derecha del anfitrión.

      El primer plato fue servido. Una especie de cocido en caldo que, a primera vista, parecía muy apetitoso.

      Se hizo una pausa y todas las miradas se posaron en el sacerdote, que en lugar de decir una oración o empezar a comer, estiró la mano por debajo de la mesa y tomando la punta de su lujosa capa entre los dedos, comenzó a hundirla en el caldo.

       En un silencio inquietante, el sacerdote le hablaba a su capa diciéndole:

      —Prueba la comida, mi amor... mira qué lindo caldito... mira esta papita... ¿y esta carne?... Come mi amor...

       El dueño de casa, después de mirar a todos lados buscando una respuesta al comportamiento de su huésped, se animó a preguntar:

      —¿Pasa algo, excelencia?

      —¿Pasar?... —dijo el sacerdote—. No. No pasa nada. Pero esta cena nunca fue para mí. Es claro que la invitada es esta capa... Cuando llegué sin ella hace un rato, me echaron a patadas...

      Cuando no podemos desprendernos de nuestras capas ni por un momento, la imagen que tenemos de nosotros mismos se nos ha vuelto una prisión. Y si esto sucede estaremos dejando afuera una infinidad de alternativas y anularemos grandes potenciales sólo porque contradicen la idea que tenemos de “lo que somos”.

      Nuestra personalidad es de alguna manera un lugar protegido, un espacio donde hemos crecido hasta llegar a ser quienes somos, un lugar que aun con conciencia de que nos queda pequeño, nos ofrece el refugio y la seguridad de lo conocido. Dejarlo nos asusta porque implica, por fuerza, la disolución de algunas fronteras seguras o históricas del yo.

      Una persona se da cuenta de que ha dejado СКАЧАТЬ