Название: Elogio de la edad media
Автор: Jaume Aurell i Cardona
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
Серия: Historia
isbn: 9788432153976
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ESCENA 3
Justiniano
César fui yo, y soy yo Justiniano,
que por querer del primer amor que siento,
en las leyes quité lo demasiado y lo vano.
(Dante, La Divina Comedia, Paraíso, Canto Sexto)
OMPLACIDO QUIÉN PUDIERA recibir esta alabanza del sublime poeta Dante, tan insobornablemente exigente con los gobernantes. El emperador Justiniano (527-565) bien la merece. Su reinado ha tenido un gran impacto en la historia universal: sentó unas sólidas bases para la duración milenaria del imperio Bizantino, consolidó Constantinopla como nueva capital imperial, preservó la grandeza del derecho romano y apuntaló la religión ortodoxa en su estratégica alianza con el poder político. Pero, como suele ocurrir con todo lo grande, los orígenes de su reinado fueron muy frágiles. Una crisis interna estuvo a punto de terminar con su ambicioso proyecto imperial a los cinco años de haberlo emprendido.
Constantinopla, invierno de 532. El pueblo ha enloquecido, exprimido por la agresiva política fiscal de Triboniano y Juan de Capadocia. La plebe carga contra Justiniano y reclama el solio imperial para Hipacio, sobrino del antiguo emperador Anastasio. Las facciones del hipódromo, Verdes y Azules, inequívoco precedente de las modernas rivalidades deportivas, pero más cargadas de connotaciones sociales e ideológicas, juntan por una vez sus fuerzas para derrocar al emperador. La revuelta, conocida popularmente como Niká (“Triunfo”), se deja sentir en las calles. Hordas de ciudadanos toman antorchas y queman todo lo que sale a su encuentro, desde la antigua iglesia de Santa Sofía al palacio imperial. Ante su empuje, Justiniano barrunta presentar su renuncia y huir de la capital. Su mujer, Teodora, en cambio, desafía a su destino y al de su marido:
Si la fuga fuese el único medio de salvarse, renunciaría a la salvación. El hombre ha nacido para morir y aquel que reina no debe conocer el miedo. Escapa tú, si quieres: ahí está el mar, ahí las naves que te esperan. En lo que a mí respecta, acepto el viejo proverbio de que “la púrpura es la mejor de las mortajas”.
Justiniano recapacita y manda a su militar predilecto, Belisario, cargar contra la multitud. Treinta mil sediciosos son pasados a cuchillo y se inicia entonces uno de los períodos más florecientes de Bizancio, cuya herencia y recuerdo pervivirán durante muchos siglos en el imaginario de soberanos, tratadistas y poetas. El Imperio bizantino le sobrevivió novecientos años. Justiniano ejerció un papel esencial en la conexión simbólica que se realizó desde muy pronto entre Bizancio y el Imperio romano clásico. Juan Lido, un escritor coetáneo de Justiniano, escribió en su De Magistratibus (II, 28) sobre Justiniano:
Yo no digo maravilla ni dislate si afirmo que todo fue cumpliéndose conforme a sus deseos. Pues no solo emuló a Trajano en sus hazañas militares, sino que sobrepasó al propio Augusto en piedad hacia Dios y en moderación de costumbres, a Tito en nobleza y a Marco Aurelio en inteligencia.
Empapado desde su niñez en la cultura clásica, asimiló el latín como lengua materna. Su tío, el emperador Justino, le proporcionó una esmerada educación griega en Constantinopla y propició su matrimonio con Teodora, que era una bella e inteligente actriz, pero veinte años menor que él y de baja alcurnia. Ella contribuyó decisivamente a enaltecer el oficio de emperador de su marido, le sostuvo en los momentos más dramáticos de su reinado y se convirtió en un buen modelo de primera dama, tal como se trasluce por la dignidad que transmiten sus representaciones en los mosaicos del coro de san Vital de Rávena.
La envidiable salud de Justiniano le permitió acometer un enérgico gobierno: se marcó como objetivo restaurar la gloria del desaparecido Imperio romano, desarrolló una ambiciosa expansión militar, acometió una sistemática reorganización administrativa, promovió una duradera reforma jurídica y suscitó una brillante promoción cultural. Cuando fue investido emperador, en el 527, se encontró un mundo que se había transformado por completo en solo medio siglo. En Occidente, las tierras antiguamente ocupadas por el Imperio romano se habían cuarteado en los diferentes reinos germánicos: los suevos en el noroeste de Hispania, los visigodos en Hispania, los francos en Francia, los ostrogodos en Italia, los vándalos en África septentrional y los anglosajones en Inglaterra. Hacia oriente, el rey persa Cosroes I estaba acometiendo una profunda renovación del imperio sasánida, y lo llevó a la cima de su poder y de significación cultural.
Justiniano afrontó en primer lugar una hercúlea conquista militar. Los persas sasánidas, herederos de los partos en el dominio de Irán y Mesopotamia, se sintieron airados por la desafección de los bizantinos hacia el heredero del reino, Cosroes, y se iniciaron las hostilidades. Justiniano envió a Belisario, quien pudo detener el empuje persa. La compra de la neutralidad de Persia le costó a Justiniano una enorme suma de dinero que comprometió el futuro del propio imperio y probablemente estuvo en la base de la revuelta Niká, narrada al inicio de esta escena.
Sofocada la revuelta, apaciguado el frente persa y consolidada la estabilidad interior, el emperador pudo entonces retomar la conquista de África, comandada por el general Belisario. Los vándalos acabaron derrotados y humillados en 532. Justiniano se anexionó el África septentrional, junto con las islas mediterráneas de Córcega, Cerdeña y Baleares. Sicilia y Dalmacia, cayeron pronto en poder de Bizancio. La conquista de la península itálica, dominada por los ostrogodos, se demoró dos decenios, pero fue finalmente sometida en 552. Una oportunidad apareció entonces inesperadamente en Hispania, donde los visigodos estaban sufriendo una guerra civil. El sudeste de la península ibérica fue ocupada y colonizada por los bizantinos a partir del 552. En apenas dos decenios (532-552), Justiniano había llevado a Bizancio a una expansión territorial no conocida en el Mediterráneo desde los tiempos de la Roma clásica.
Justiniano se lanzó entonces a una ambiciosa reforma del imperio amparado por un equipo de colaboradores fieles y eficaces: dos magníficos generales, Belisario y Narsés; un sabio jurista, Triboniano; un sagaz administrador, Juan de Capadocia; un exquisito diplomático, Pedro el Patricio; y una inmejorable asociada al gobierno, su mujer, Teodora. Buena parte de esa reforma se concretó en el impulso de la recopilación de las leyes de los antiguos romanos, con todas las observaciones, glosas, comentarios y anotaciones de los grandes juristas. El resultado fue la compilación universalmente conocida como el Corpus iuris civilis Justiniani, dividida en el Código de Justiniano (una recopilación de las constituciones imperiales desde la época de Adriano hasta el propio Justiniano), el Digesto (una compilación de toda la jurisprudencia de los grandes juristas romanos como Ulpiano, Paulo, Papiano, Pomponio y Gayo), las Institutiones (una introducción al estudio del derecho romano), y las Novellae, repertorio en griego de los nuevos decretos emanados por el propio Justiniano. Este corpus es una continua fuente de inspiración para los jurisconsultos que sigue formando parte de los planes de estudios de la carrera de Derecho actuales.
El esfuerzo de racionalización jurídica tuvo unas consecuencias muy beneficiosas para todo el Imperio bizantino. Se consiguió una administración racional y centralizada, controlada por unos funcionarios con una preparación específica para ejercer esas funciones. Cuando un soberano se empeña en establecer principios jurídicos lo hace con la intención de garantizar unos derechos comunes que rijan para todos los ciudadanos, lo que evita tendencias despóticas y tiránicas a todos los niveles. En la introducción de las Instituciones, un manual que exponía la ley en aquellas materias de mayor importancia en los tribunales de la época, el emperador exhortaba a los magistrados: «Una vez hayáis abarcado todo el campo jurídico, estaréis capacitados para gobernar cualquier parte del estado que se os encomiende».
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