Название: Elogio de la edad media
Автор: Jaume Aurell i Cardona
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
Серия: Historia
isbn: 9788432153976
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La coronación de Carlomagno es un evento de proporciones simbólicas gigantescas. Confirmó que el imperio occidental, representado por su máxima autoridad, reconocía el primado de Roma, lo que excluía a Constantinopla. Unos años más tarde, el emperador bizantino Miguel I se vio obligado a reconocer formalmente el título imperial de Carlomagno, lo que revivía la separación entre los dos cuerpos del imperio iniciada a principios del siglo IV. Papado e imperio concibieron por primera vez un destino común, pero, con el tiempo, esta bicefalia trajo consigo también algunos serios desencuentros fruto de una ambición desmedida de uno u otro. Esto sucedía cuando el emperador se entrometía en la labor legítima del papa —por ejemplo, queriéndose arrogar el oficio de nombramiento de obispos— o cuando el papa mostraba una codicia temporal desmedida, al pretender proyectar su jurisdicción más allá de los confines de los Estados Pontificios.
Carlomagno representa también la confirmación de que era posible una unidad en Occidente tal como se había verificado en Oriente con Bizancio y en el ámbito árabe con el islam. A partir de este momento, surge una aspiración a la unidad europea —más o menos utópica, pero siempre esperanzadora— que a lo largo de los siglos ha experimentado diversas fórmulas: los medievales la llamaron Universitas Christiana y nosotros la conocemos como Unión Europea. Desgraciadamente, las naciones europeas se han desangrado en una absurda lucha autodestructiva por la hegemonía, desde el siglo IX hasta las dos grandes guerras del siglo XX. Pero el horror de la guerra, así como la experiencia de un pasado, una tradición y una cultura común han posibilitado, a partir de 1945, la construcción de la Unión Europea. Solo el Brexit ha venido a empañar una historia que parecía haberse enderezado definitivamente. El futuro dirá hasta qué punto las consecuencias de esta escisión tan dolorosa pueden ser letales o no para el devenir de Europa.
Dotado de un extraordinario carisma, Carlomagno mostró una ambición en consonancia con su talento. Se dedicó en primer lugar a la expansión territorial. Se apoderó el reino lombardo de Italia en 776 y los de Sajonia y Babaria en 787, fijando la frontera de su imperio con los eslavos al norte y los ávaros al este. Dirigió también varias campañas hacia el norte de la península ibérica, aunque al principio sufrió una dolorosa derrota contra los vascones hacia el 778, que fue rememorada en una de las más célebres leyendas medievales, El Cantar de Roldan. Pero se rehízo en su campaña del 800, en la que recuperó muchas tierras de Cataluña que estaban ocupadas por los musulmanes, lo que explicaría la fama de santidad que alcanzó en Girona. Aseguró sus fronteras con las Marcas, unas unidades administrativas típicas de los territorios periféricos del imperio carolingio precisados de mayor presencia militar, sobre todo al sur, en Cataluña, y al oeste en los Países Bajos.
Se preocupó también por fomentar la cultura erudita. De Inglaterra se trajo a Alcuino, perteneciente a la prestigiosa escuela de York, que se había beneficiado a su vez de la labor de las abadías benedictinas de Northumbria (en la zona Nordeste de Gran Bretaña). De Italia llamó a Pedro de Pisa y a Pablo el Diácono, quien escribió una influyente historia de los lombardos. Su propio biógrafo, Eginardo, al que hemos citado para el relato de su coronación, pertenecía a las élites culturales autóctonas. De Hispania llegó Teodulfo, que había recibido la tradición establecida por Isidoro de Sevilla y actuó como consejero teológico de Carlomagno tras la muerte de Alcuino.
La cultura expandida desde la corte carolingia desmitifica la leyenda de la pérdida o el rechazo de la cultura clásica en la Edad Media. Esta tradición se conservó bien a través de la patrística griega y latina tardoantigua, y de la transmisión de los monasterios benedictinos. Se estudiaba el latín y se analizaban las fuentes antiguas disponibles. Alcuino adoptó de Casiodoro —a quien habíamos encontrado en la escena de Clodoveo— la división del conocimiento en las siete artes liberales, compuesta por el trívium y el quadrivium, que sería aplicada por las escuelas medievales. La cultura producida desde la corte carolingia no fue especialmente original. Sus fundamentos provenían de las comunidades monásticas establecidas por irlandeses e ingleses durante los dos siglos anteriores. Por esto, parece demasiado pretencioso hablar de un “renacimiento carolingio”, salvo quizás en el caso del original filósofo Juan Escoto Erígena, quien intentó construir una nueva síntesis entre cristianismo y neoplatonismo. Además, se trató de una cultura limitada siempre a las élites monásticas y nobles, que incluso llegaba dificultosamente al clero secular y que no consiguió paliar el analfabetismo de la mayor parte de la población. Pero no cabe duda de que contribuyó a fijar esa misma tradición, y a consolidarla como algo ya plenamente incorporado a la cultura europea a partir del siglo IX.
Carlomagno restauró también la idea de imperio, tan naturalmente asociada a Roma. Esto le permitió no solo legitimar sus conquistas, sino también organizar un sistema centralizado, en el que la soberanía, la autoridad, el gobierno y la administración se concentraban en su persona. Aunque en la actualidad este sistema autoritario nos parece un atraso, puesto que posibilita una peligrosa deriva al despotismo o la tiranía, por aquel entonces la centralización podía ser un lenitivo frente a la arbitrariedad señorial y la endémica inseguridad de la población. En aquel tiempo, una dominación personal que funcionara bien, que consiguiera la adhesión del pueblo y estuviera basada en un sistema jurídico como el romano solía ser más justa que un gobierno descentralizado. Este tendía a desmenuzarse en pequeñas unidades de soberanía, que degeneraban en jefaturas locales despóticas asimilables al sistema de mafias. Su único argumento para instaurar su poder era la capacidad para suscitar un mayor grado de violencia que sus oponentes.
El prestigio del Imperio romano era tan grande que, una vez desaparecido, todos los reyes quisieron de un modo u otro apropiarse de su herencia. Carlomagno se basó en la idea de la translatio imperii (“la transmisión del imperio”) para fundamentar su autoridad y promover su restauración del orden y la cohesión territorial. Se suponía que quien poseía la corona imperial estaba legitimado para emprender una expansión territorial sin límites. El alcance de la jurisdicción del heredero del emperador romano era universal. Esto propició más adelante fuertes tensiones entre el emperador del Sacro Imperio Romano-Germánico (que es quien heredó la corona imperial durante buena parte de la Edad Media) y el papado, la otra institución con jurisdicción universal, aunque en su caso ceñida al ámbito espiritual y religioso más que al temporal o político.
Estas tensiones entre papado e imperio, experimentadas ya desde la misma conversión de Constantino en el siglo IV, fueron constantes durante el período medieval, y culminaron en las contiendas político-religiosas de la Edad Moderna con la guerra de los Treinta Años. Gracias a algunos avatares dinásticos, urdimbres cortesanas y victorias militares, la corona imperial se trasladó de Alemania a España a principios de la modernidad, y halló en Carlos V un digno heredero. Finalmente, la idea legitimadora del imperio se reactivó con la coronación de Napoleón como emperador en París en 1804. Después fue recuperada por Hitler, quien instauró el Tercer Reich, una artificiosa restauración del Sacro Imperio Romano-Germánico medieval. Por lo que se ve en este recorrido, la legitimación de la aspiración a una expansión territorial universal ha acarreado algunas consecuencias terribles para la humanidad, y es deseable que nadie vuelva a reeditar tan catastrófica ocurrencia. Los experimentos políticos basados en una anacrónica transposición de viejas fórmulas legitimadoras suelen terminar en tragedias como la nazi, pero nadie puede negar que en la antigüedad romana y la época carolingia el imperio funcionó como aglutinador de una beneficiosa centralización.
Como sucedió con Justiniano, los últimos años de Carlomagno fueron algo lánguidos, puesto que él mismo intuyó que su obra iba a ser efímera. Su hijo Ludovico Pío carecía de su carisma y fue desposeído por sus tres hijos (nietos de Carlomagno), quienes lucharon a muerte por su sucesión. Finalmente se avinieron a pactar la paz de Verdún, en 843, por la que el imperio se dividió en tres partes. Carlos el Calvo recibió la parte occidental del reino (Francia), Luis el Germánico la oriental (Alemania) y Lotario I el título СКАЧАТЬ