La música de la soledad. Ramón Díaz Eterovic
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Название: La música de la soledad

Автор: Ramón Díaz Eterovic

Издательство: Bookwire

Жанр: Книги для детей: прочее

Серия:

isbn: 9789560013248

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СКАЧАТЬ contemporánea de Séneca.

      —En Roma está la fuente de nuestra legislatura —dijo Benavides con tono severo.

      —Esa es una de las pocas cosas que aprendí en mi paso por la universidad —dije, y antes de que el abogado iniciara una improvisada clase de Derecho Romano, le pregunté si recordaba a Alfredo Razetti.

      —Por cierto, cómo olvidar a mi colega. Hicimos buenas migas cuando estuvo en el pueblo.

      —¿Sabe que murió?

      —¿Razetti? —preguntó con auténtica sorpresa—. No es posible, era un hombre joven y saludable. ¿Qué le pasó? ¿Un accidente?

      —Recibió una bala en la cabeza. Lo asesinaron.

      —No es posible —dijo el abogado—. ¿Se conoce al responsable?

      —Todavía no.

      —De lo que deduzco que no vino solo a darme la mala noticia.

      —Necesito saber que hizo mientras estuvo en el pueblo y la razón por la que se contactó con usted.

      —La respuesta a su inquietud es simple. Mi colega supo que yo había presentado tres demandas contra la empresa Memphis y vino a consultarme por los resultados de esas diligencias. De eso hablamos durante nuestra primera reunión.

      —¿Qué finalidad tenían las demandas que usted interpuso?

      —Detener la construcción de la represa. Las presenté a nombre de un grupo de vecinos.

      —Y no tuvo ningún éxito. La represa igual se construyó.

      —No solo fueron desechadas por el tribunal. Además, me significaron perder a varios clientes que mantenían negocios con la minera —dijo Benavides y efectuó una pausa para meterse a la boca una pastilla de menta que tomó desde un frasco ubicado a un extremo de su escritorio.

      —Usted debió saber que las demandas le traerían problemas.

      —Por supuesto que lo sabía. Probablemente yo sea un viejo romántico y fuera de onda, pero me pareció que la causa de los pobladores era justa.

      —Habló de una primera reunión con Razetti. ¿Hubo otras?

      —Tres o cuatro, si mal no recuerdo. Unas por asuntos legales y otras por el placer de conversar y comer alguna cosa, aunque a mi edad hasta el quesillo me hace daño. La segunda vez que nos reunimos, me solicitó que hiciera gestiones para proteger a los pobladores que estaban en huelga de hambre. Me pidió interceder ante las autoridades de la empresa. Intenté hacerlo, pero nunca conseguí entrevistarme con ningún ejecutivo importante. Lo único que obtuve fue que unos desconocidos asaltaran mi despacho. Por suerte, aparte de unos vidrios quebrados, no hubo más daños que lamentar. Hice la correspondiente denuncia a los carabineros, pero hasta la fecha no he tenido ninguna respuesta y dudo que hayan investigado nada. Los pacos deben estar en el podio de los tipos inútiles de nuestro país. Nunca están cuando se les necesita y cuando se les encuentra, no saben qué hacer.

      Benavides guardó silencio por unos segundos, como esperando el comienzo de un nuevo asalto a su oficina. Luego tomó otra pastilla de menta y volvió a sus recuerdos.

      —La tercera vez que vi a Razetti fue cuando me invitó al restaurante que se encuentra frente a la plaza. Me dijo que necesitaba un informe sobre la calidad de las aguas del río que cruza el pueblo, y que pensaba mandar unas muestras a Francia. Al parecer tenía un amigo periodista o cineasta que le prestaría apoyo.

      —¿Le dio el nombre de esa persona? —pregunté.

      —No, pero días después me contó que él mismo había intentado sacar las muestras, pero que a la salida del pueblo fue detenido por carabineros con el pretexto de revisar los artículos de seguridad que deben portar los vehículos. Le hicieron abrir el portamaletas, y mientras uno de los carabineros revisaba su licencia de conducir, otro se encargó de inspeccionar la maletera. Lo dejaron seguir sin problema, pero al llegar al pueblo vecino, donde pasaría las muestras a una persona que las llevaría a Santiago, descubrió que las botellas con las muestras estaban rotas.

      —¿Qué hizo Razetti?

      —Nada, que yo sepa. Tiendo a pensar que ideó otra manera de sacar las muestras del pueblo o que quiso encontrar evidencias más concretas de la contaminación.

      —Fue entonces cuando entró a los terrenos de la minera.

      —Exactamente. La última vez que vi a mi colega fue cuando intervine para que saliera de la cárcel. Querían acusarlo de robo frustrado. Nos despedimos a la salida del juzgado y ya no nos vimos. Al día siguiente regresó a Santiago y no supe de él hasta hoy.

      —Me parece increíble que nunca consiguiera que un laboratorio competente hiciera un estudio de calidad de las aguas.

      —¿De qué se sorprende? ¿O quiere una explicación acerca de los alcances del poder? Sin ir más lejos, en las últimas semanas se conoció el caso del hijo de un senador que dio muerte con su auto a un hombre. Lo procesaron, pero enseguida salió a relucir el dinero, y el senador logró que la viuda del atropellado retirara la querella a cambio de diez o veinte millones de pesos. Toda persona tiene un precio o un punto débil.

      —¿Usted cree que su asesinato pueda relacionarse con sus actividades en Cuenca?

      —Saque sus propias conclusiones, Heredia. Se ve grande y con experiencias en el cuerpo —respondió Benavides.

      —Tiene miedo y no se lo reprocho. Ya vivió el incidente del asalto y ahora la muerte de Razetti da para pensar en cualquier cosa.

      —Por supuesto que tengo miedo, pero a mi edad no puedo salir corriendo, ni tengo mucha vida que arriesgar —dijo Benavides, y luego de una pausa, añadió—: En el pueblo había dos colegas jóvenes que me ayudaron a presentar la primera demanda. Parecían interesados en el trasfondo social del problema que estábamos enfrentando, pero decidieron irse después de las amenazas anónimas que llegaron a sus casas. Hoy, uno de ellos vive en Ovalle, y el otro se fue a Valdivia. Ambos tienen buenos trabajos en empresas relacionadas con el consorcio al que pertenece Memphis.

      —Un precio o una debilidad.

      —Si quiere saber más de precios y amenazas, converse con Gastón Zamora, uno de los locutores de la radio Primavera. Un día vino a pedirme consejo. Traía un anónimo en el que le sugerían no continuar con sus comentarios acerca de la contaminación en el pueblo. El hombre estaba muy asustado —dijo Benavides en voz baja.

      —¿Qué pasó con él?

      —Prefiero que él le cuente su experiencia. Vaya a la radio y mientras tanto, llamaré a Zamora y le daré alguna referencia sobre usted.

      —¿No tiene nada más que decirme?

      —Ya le hablé detalladamente de mi relación con Razetti. Lo demás sería entrar en redundancias.

       ***

      Pueblo chico, infierno grande. Nunca el dicho pareció tan pertinente, pensé mientras caminaba en dirección a la plaza, con la sensación de que a cada rato eran más las cortinas que se descorrían para seguir mis pasos. Seguramente ya había dejado de ser un extraño y era un sujeto con nombre СКАЧАТЬ