Название: Vidas cruzadas: Prieto y Aguirre
Автор: José Luis de la Granja
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
Серия: Historia
isbn: 9788415555841
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El 22 de septiembre, tras un verano muy conflictivo, hasta el punto de hablarse de «clima de guerra civil» en el País Vasco, el joven diputado José Antonio Aguirre, en representación de más de 400 alcaldes, entregó en Madrid el Estatuto de Estella al presidente del Gobierno republicano, Niceto Alcalá-Zamora. Al mencionar este que no había sido sometido a referéndum, a diferencia de Cataluña, Aguirre sostuvo que habían dado «carácter plebiscitario» a las elecciones generales de 1931, en las que las derechas habían vencido a las izquierdas (quince diputados frente a nueve) (doc. I.13). Sin embargo, apenas tres días después, el texto de Estella naufragó por su flagrante inconstitucionalidad en las Cortes, de neta mayoría republicana y socialista, al aprobar el artículo 1º de la Constitución, que definía a la República española como «un Estado integral» (no federal), y el título I sobre las autonomías, tras rechazar todas las enmiendas presentadas por la minoría vasco-navarra para salvar su Estatuto, en especial la cláusula concordataria, de lo que se congratuló Prieto: «no pasará el Estatuto vasco». «La fórmula en que quedarán delimitadas las facultades del Poder central y el propósito de ese Estatuto de establecer un concordato, hacen ya imposible su tramitación»11.
Pese al fracaso de su proyecto autonómico, dicha minoría continuó participando en el debate constitucional hasta la aprobación del famoso artículo 26 sobre las órdenes religiosas, que implicaba la disolución de la Compañía de Jesús y otras medidas anticlericales. En protesta, el 14 de octubre, los quince diputados católicos vasco-navarros abandonaron las Cortes y declararon: «la Constitución que va a aprobarse no puede ser nuestra» por ser contraria al «espíritu religioso» del Estatuto de Estella. Aguirre fue más lejos al afirmar rotundamente: «La Constitución está ya muerta» y «es como una ley de excepción. Por ello nuestra obra, más que de modificación de artículos, ha de tender a la abolición total y absoluta de la misma»12 (doc. I.15).
El 9 de diciembre de 1931, las Cortes aprobaron definitivamente la Constitución republicana, en ausencia de los diputados católicos. Los seis del PNV volvieron al Parlamento al día siguiente y votaron a Alcalá-Zamora como primer presidente de la República, como prueba de que aceptaban el régimen republicano (al contrario de los diputados carlistas, que no le apoyaron), aunque rechazasen su Constitución. La víspera de la ratificación de esta, el ministro Prieto demostró su autonomismo al redactar personalmente el decreto del Gobierno de Azaña que regulaba el procedimiento de elaboración del Estatuto vasco a través de estos cuatro trámites: el proyecto sería redactado por las Comisiones Gestoras provinciales y tendría que ser aprobado sucesivamente por los Ayuntamientos, por el pueblo en referéndum y por las Cortes13 (doc. I.17). Quedaba así patente que Prieto y, con él, las izquierdas (incluida Acción Nacionalista Vasca, pequeño partido escindido del PNV en 1930) eran enemigos del Estatuto de Estella y, una vez fracasado este, impulsores de una autonomía vasca dentro del marco constitucional republicano. Si el decreto de Prieto otorgó la iniciativa a las Diputaciones, regentadas por las izquierdas, estas tenían que contar necesariamente con el apoyo de, por lo menos, una parte de las derechas, que gobernaban la mayoría de los Ayuntamientos vasco-navarros; es decir, el Estatuto debería ser una obra de consenso entre fuerzas políticas dispares o, si no, sería imposible su aprobación conforme a los requisitos establecidos en el artículo 12 de la Constitución.
Esta vía autonómica abierta por el decreto de Prieto fue aceptada enseguida por el PNV, que asumió la opinión de Manuel Irujo (el más republicano de los jelkides), manifestada claramente en sendas cartas dirigidas a José Antonio Aguirre y a Ramón Vicuña; a este, presidente del partido, le escribió: «Es preciso ir por el Estatuto […]. Estatuto a cualquier precio […]. No pongamos dificultades a las Gestoras […]. A las Derechas les diremos que con ellas vamos a la revisión constitucional encantados de la vida. Pero, mientras tenga vigencia esta constitución, es preciso que nos adaptemos a ella, y eso será el Estatuto que ahora gesten los bloques [republicano-socialistas]»14. Esto suponía un viraje importante en la política seguida por el PNV al inicio de la República, corrigiendo el error de Estella: su alianza con el carlismo para tratar de conseguir un Estatuto clerical y antirrepublicano. Si el objetivo prioritario del PNV era la autonomía de Euskadi, debía aproximarse a las fuerzas pro-republicanas y distanciarse de los enemigos de la República, que rechazaron un Estatuto propuesto por Prieto. En efecto, la Comunión Tradicionalista se negó a colaborar en la redacción del nuevo proyecto y sectores ultracatólicos se pronunciaron en contra por considerarlo ateo y estar inspirado por el ministro socialista: «se habla de un amañado Estatuto elaborado por el señor Prieto […] no vacilamos en decir que no lo queremos, porque el aceptarlo significaría por nuestra parte un pacto y connivencia y colaboración y adhesión que repugna a nuestros sentimientos cristianos», según el diario bilbaíno del influyente católico José María Urquijo15.
1.3. Adversarios enfrentados pese a colaborar en el Estatuto de las Comisiones Gestoras provinciales (1932-1933)
En los primeros meses de 1932 fue elaborado el nuevo proyecto autonómico vasco-navarro por una comisión de clara mayoría republicano-socialista, en la que solo había un jelkide. Eso no fue obstáculo para que el PNV lo apoyase incondicionalmente, aun no siendo su meta, y fuese el partido que más se volcó en su propaganda a través de su abundante prensa. Frente al optimismo bilbaíno de Aguirre, convencido del éxito del proyecto en la asamblea de Ayuntamientos, el resultado de esta dio la razón al pesimismo navarro de Irujo, quien vaticinó el rechazo de las derechas y las izquierdas al Estatuto en Navarra, considerada el Ulster vasco por la debilidad del nacionalismo en esta provincia. En efecto, el 19 de junio, en la asamblea de Pamplona, con algunas irregularidades, la mayoría de los Ayuntamientos navarros votó en contra del proyecto de las Gestoras, dando lugar a la retirada de Navarra del proceso autonómico vasco. Esto provocó la ruptura de la alianza del PNV con el carlismo, al que responsabilizó de dicho fracaso. A pesar de él y de las protestas de Irujo, opuesto a un Estatuto vasco sin Navarra, el PNV optó por seguir adelante con el proceso autonómico con la condición —que resultó fallida— de que Navarra pudiese reincorporarse más adelante.
En sus memorias, publicadas en 1935, Aguirre se quejó del silencio de Prieto sobre el Estatuto en los meses previos a la asamblea de Pamplona, a la que no asistió, pero envió su adhesión16 (doc. I.47). Sin embargo, tras la defección de Navarra, Prieto continuó defendiendo la autonomía vasca, como prueba el hecho de que tres meses después, el 15 de septiembre, por iniciativa suya, el presidente Alcalá-Zamora promulgó el Estatuto de Cataluña en San Sebastián, en honor a la ciudad del pacto de 1930 que había sido su origen. En dicho acto, celebrado en la Diputación de Guipúzcoa, Prieto tuvo un gesto de aproximación al PNV al entrelazar la bandera catalana y la ikurriña, que hasta entonces era solo la bandera de los nacionalistas vascos. Aprovechando este acontecimiento, que fue un éxito relevante del Gobierno de Azaña, el ministro Prieto dio un nuevo impulso autonómico al afirmar, en un discurso y en СКАЧАТЬ