Название: Los conquistadores españoles
Автор: Frederick A. Kirkpatrick
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
Серия: Historia
isbn: 9788432153808
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En una disposición legal de veintitrés años después, Maldonado, uno de los de la comisión, afirmaba que ellos, «con sabios y letrados y marineros, platicaron con el dicho Almirante sobre su ida a las dichas islas... y todos ellos acordaron que era imposible ser verdad lo que el dicho Almirante decía». Quizá pueda considerarse en parte al mismo Colón responsable de haber sido rechazado, pues, según su propio hijo, sólo les ofreció débiles pruebas, no queriendo comunicar totalmente sus propósitos para evitar así que alguien pudiera anticipársele. Un hombre que siempre se reserva algo no puede esperar hacerse acreedor de una confianza ilimitada.
Colón, según iba a embarcarse para Francia, volvió a visitar La Rábida. Allí encontró un entusiasta abogado en el fraile Juan Pérez, que había sido confesor de la reina Isabel. Después de la conveniente deliberación, fray Juan escribió una carta a la reina; a los quince días su mensajero regresó con una citación a la corte. Fray Juan alquiló una mula y partió a medianoche para Santa Fe, volviendo con buenas noticias. La reina envió dinero a Colón para que pudiera presentarse en la corte convenientemente vestido y se le proporcionara una mula para el camino. Lleno de esperanza hizo el viaje a Santa Fe, donde su propuesta fue sometida a un comité de grandes consejeros. Hubo encontradas opiniones, y la propuesta fue rechazada, marchándose Colón de nuevo. Apenas había corrido dos leguas cuando un mensajero real le dio alcance y le hizo volver. La reina Isabel había decidido atender todas sus peticiones, pues Santángel había prometido prestar los fondos necesarios y apremiado para que fuera aceptado el plan, haciendo ver que Colón, caso de fracasar, no iba a ganar nada.
La intervención decisiva de Juan Pérez y de Santángel ha sido puesta en duda, considerándosela improbable. Pero hay que desechar toda noción de probabilidad cuando se trata de historia de España, que nos sobresalta constantemente con sorpresa. «En España todo ocurre accidentalmente», escribió Richard Ford. Colón tenía otros partidarios, pero la intervención de estos dos está demostrada, y se explica tanto por las estrechas relaciones de ambos con los soberanos como por la inquebrantable fe que ambos tenían en la idea de Colón.
Santángel, que había de ocupar un señalado lugar en la Historia por el eficaz papel que representó en la crisis de la vida de Co ló n, venía siendo una figura confusa y enigmática hasta que el señor Serrano y Sanz trazó e ilustró con documentos su biografía e historia familiar en un libro titulado Orígenes de la dominación española en América. Es la biografía de un astuto y próspero hombre de negocios. Santángel había sido recaudador de impuestos reales en Valencia, su ciudad natal; había explotado la aduana de este puerto tan activo y había prestado sumas al rey Fernando. Éstas y otras transacciones financieras le pusieron en íntima relación con el rey, mientras que su posición de mayordomo real le brindaba frecuentes ocasiones de tratar a la reina. Serrano y Sanz explica cómo obtenía Santángel los fondos, pero los detalles que da son de difícil comprensión para un lego en finanzas. Sin embargo, está claro que el dinero no provenía del bolsillo de Santángel, sino de los fondos de la Santa Hermandad, y aunque tenía el título de tesorero de esta corporación, lo que parece haber sido en realidad es recaudador adjunto de las rentas de la Santa Hermandad. El momento era propicio. «Vide poner —escribió Colón un año después— las banderas reales de Vuestras Altezas en las torres de Alfambra... y vide salir al Rey Moro a las puertas de la ciudad y besar las reales manos de Vuestras Altezas.» Granada había capitulado; la larga y valerosa epopeya de la Reconquista se terminaba triunfalmente, y España estaba dispuesta a dilatarse en su segundo ciclo épico, una aventura que ceñiría al globo y por la cual todas las naciones habrían de envidiarla. No es simple fantasía el considerar la conquista de América como una continuación de la reconquista de España, como una nueva aventura de dominio expansivo, de fervor religioso y de ánimo lucrativo. Los estandartes reales, izados ahora en las torres de la Alhambra, iban a ondear, al cabo de medio siglo, en los palacios de Moctezuma y Atahualpa, pues la guerra contra los infieles de la Península había de continuarse en la guerra contra los gentiles, más allá del Océano. Pero el resultado no podía preverse. La empresa estipulada por Isabel frente a las torres de la Alhambra era un gran acto de fe de la reina de Castilla y su pueblo.
Se redactó un convenio o capitulación que garantizaba, en caso de éxito, a Colón y sus herederos, distinción nobiliaria, el título de almirante, con todas las prerrogativas disfrutadas por el almirante de Castilla, en todas «aquellas islas y tierras firmes[3] que por su mano e industria se descobrieren o ganaren en las dichas mares océanas», así como que él y sus herederos tendrían vitaliciamente el cargo de virrey y gobernador de las islas y tierras firmes descubiertas o conquistadas por él, concediéndosele poder para juzgar en todos los casos que dependiera de sus funciones, infligir castigos y facultad de nombrar tres personas por cada magistratura vacante, de las cuales la corona escogería una. El almirante participaría de un diezmo en cuantos beneficios obtuviera dentro de su jurisdicción la corona, mientras que contribuiría a su vez con una octava parte al coste de cada expedición enviada a aquellas tierras, recibiendo, en cambio, un octavo de los beneficios. No se menciona Asia, la India ni el Extremo Oriente. Pero, además de un pasaporte o carta abierta dirigida a todos los reyes y príncipes, se entregó a Colón una carta de los Soberanos Católicos dirigida al Gran Kan, «porque siempre creyó —dice Las Casas— que allendo de hallar tierras firmes e islas, por ellas había de topar con los reinos del Gran Khan y las tierras riquísimas del Catay».
Debemos fijarnos en que la colonización —el establecimiento de hogares en ultramar con las familias españolas emigradas a aquellas tierras libres— no era lo que se pretendía. El objetivo era el comercio, especialmente el lucrativo tráfico de especias con los ricos países civilizados, y la adquisición de tierras en las que el descubridor pudiera gobernar como virrey sobre vasallos recién ganados para la corona de Castilla y neófitos para la Iglesia católica. Pero, lógicamente, todo esto no podía definirse con claridad hasta que se conociera el resultado de la empresa. Colón no era sólo un mercader marino y un aventurero vigoroso y decidido, sino también un soñador y un visionario; no podía esperarse de él una exacta precisión al definir sus propósitos y pronosticar el resultado. De todos modos, sus esperanzas, su ambición y sus promesas eran grandiosas y se justificaron con resultados que la muerte le impidió ver.
[1] Véase LÓPEZ DE GÓMARA: Historia general de las Indias. Colección de Viajes Clásicos. Espasa-Calpe, Madrid.
[2] Es una fábula lo que se cuenta de que Colón defendió su idea ante unos ingenuos doctores de la Universidad de Salamanca. Lo que ocurrió fue que la comisión se reunió durante algún tiempo en Salamanca mientras la corte estuvo allí, y Colón tuvo de su parte al sabio y excelente Deza, después arzobispo de Sevilla, tutor del príncipe Juan y poderoso abogado de Colón en la corte. Bernáldez, secretario del arzobispo, nos ha dejado un valioso relato de los hechos colombinos en su Historia de los Reyes Católicos.
[3] Se usa el plural, tierras firmes. En el título expedid o pocos días después se usa el singular, tierra firme. En un párrafo posterior de la capitulación y también en el título subsiguiente se dice «que se ganaren e descubriesen». Los privilegios del almirante de Castilla eran: la jurisdicción civil y criminal en el mar, en los ríos navegables y en todos los puertos; decidir en cualquier litigio; nombrar magistrados, alguaciles, notarios, oficiales y otorgar indemnizaciones.
II.
LOS CUATRO VIAJES (1492-1504)[1]
Ahora ya era cosa hecha. La corona ordenó a la villa de Palos que equipara tres carabelas; pero esta labor estuvo a cargo, principalmente, de los tres hermanos Pinzón, ricos navegantes y personas principales de Palos, sobre todo el primogénito, Martín Alonso, «el mayor hombre y más determinado por la mar que por aquel tiempo había en esta tierra», el cual confiaba en el éxito СКАЧАТЬ