Название: La Corona De Bronce
Автор: Stefano Vignaroli
Издательство: Tektime S.r.l.s.
Жанр: Историческая литература
isbn: 9788835420880
isbn:
―¿Y todo esto qué tiene que ver con la muerte de mi tío?
―Tiene que ver, más de lo que vos, incluso como testigo, podáis imaginar. El hecho de que Mira sea una bruja se confirma no sólo con el lunar sino también por los vestidos que llevaba puestos aquel día. Los mismos expertos a los que hemos preguntado nos han confirmado que esos son hábitos que se ponen las brujas más poderosas, hábitos que se traspasan de generación en generación, de madre a hija. Y vayamos, por lo tanto, con la reconstrucción de los hechos, como ahora ya está claro que han ocurrido. Mira, sintiéndose fuerte con sus poderes, entra en el estudio del Cardenal, con la clara intención de seducirlo y de enfermarlo. La meta es obtener dinero, mucho dinero, a cambio de la prestación amorosa. El Cardenal cae en la trampa, se deja seducir, se quita las calzas y se prepara para yacer con vuestra sirvienta. Pero ella quiere aumentar todavía más la satisfacción de los sentidos de su víctima y usa el ungüento para inducirle un mayor placer y, por ende, a darle una donación más generosa en metálico. Sólo que ese ungüento en una dosis justa aumenta el placer de la carne pero en cantidad excesiva provoca alucinaciones y visiones. No, Mira no quiere matar al Cardenal, es la última de sus intenciones: no se mata a la gallina de los huevos de oro. Pero la situación ahora ya se le ha escapado de las manos. ¿Quién ha empuñado el cuchillo primero? Quizás el Cardenal presa de la obnubilación, a lo mejor para fingir amenazar a la muchacha en un crescendo de juego erótico. Y lo usa incluso para cortar el vestido con el fin de desnudarla. Y he aquí que la bruja, sintiéndose en peligro, invoca sus poderes. No toca el cuchillo pero lo guía con la fuerza mágica de sus sombríos poderes. Sólo con la fuerza de su pensamiento lo lanza contra el hombro de Baldeschi, en un punto bien concreto. Una sola herida, pero mortal.
―¿Y después?
―Después, el toque final. Abre la ventana y hace caer al Cardenal desde el balcón, incluso persuadiéndolo para que crea que es capaz de volar. Por lo tanto, ¿cómo juzgar a esta mujer? ¿Qué castigo merece? No ha sido, como vos decís, en defensa propia. Si bien al principio no era algo que quisiese, ha matado, y lo ha hecho con conocimiento de causa. Para colmo, gracias al uso de poderes no comunes a todos, sino específicos de mujeres que nosotros llamamos brujas. ¡BRUJAS! La muerte es el fin que merece una asesina como ella. La decapitación. Pero si es una bruja sabemos perfectamente que el fin que merece es otro distinto.
―¡No! ―exclamó Lucia que sentía latir con fuerza el corazón en el pecho sólo imaginando ver a Mira agonizante más allá de un muro de llamas.
Justo en ese momento, un grito más fuerte proveniente de la sala de torturas, llegó a sus oídos.
―¡Basta ya, juez! Conducidme inmediatamente a la habitación donde están torturando a esa pobrecilla. ¡Este horror debe terminar enseguida!
―No os lo aconsejo, no es un espectáculo agradable de presenciar. Padre Ignazio y sus torturadores no se dejarán atemorizar, ciertamente, por las palabras de una doncella, aunque sea noble...
―Es una orden. ¡Llevadme a la sala de torturas!
El juez, intuyendo que la joven sabía lo que se hacía y que podía recurrir al poder que le correspondía por derecho, por ser descendiente del Cardenal Baldeschi, así como prometida del que oficialmente hubiera debido ser designado Capitano del Popolo, bajó la cabeza y obedeció a Lucia. Guió a la joven por escaleras y pasillos en penumbra hasta llegar a una imponente puerta delante de la cual dos energúmenos armados con lanzas cerraban el paso a cualquiera. Los gritos de Mira ahora se oían muy cerca. A una señal del juez los dos esbirros se hicieron a un lado y abrieron la puerta. A Lucia le pareció que había llegado al infierno. Su sirvienta Mira había sido atada sobre una mesucha, completamente desnuda, con los brazos y las piernas extendidas formando el dibujo de la cruz de Sant’Andrea. Los pelos del pubis y de las axilas habían sido rasurados mientras que uno de los torturadores tiraba de las cadenas atadas a las muñecas y a los tobillos de la muchacha, tensando las articulaciones de piernas y brazos casi hasta dislocarlas, otro, con unas grandes tijeras, le estaba cortando el cabello al mismo tiempo que lo tiraba en una brasero encendido. En el mismo braseo, del que emanaba un humo pestilente, habían sido puestos diversos arneses de tortura para que se calentasen. Lucia, a pesar de que le caían lágrimas tanto a causa del humo como del espectáculo al que, de repente, se había encontrado asistiendo, vio al Padre Ignazio Amici extraer del brasero una gran tenaza y acercar las mordazas incandescentes de esta última a uno de los senos de Mira. Si no lo hubiese parado a tiempo, le habría aferrado el pezón con la pinza llegando incluso a sacárselo.
―No sois más que un fraile pervertido. Parad. ¿Qué estáis haciendo? ―y le agarró el brazo que controlaba la pesada tenaza.
El dominico se giró y, con una sonrisa sádica estampada en el rostro, reconoció a la joven Lucia Baldeschi.
―¡Ah, mi Señora! ¿Habéis venido a asistir a la confesión de vuestra sirvienta? ¡Bienvenida! Casi hemos acabado, un poco más y admitirá todas sus culpas. A fin de cuentas, sois vos la que la habéis acusado y es justo que estéis presente en el momento en que ella sola se condenará.
Dado que el dominico se había parado, el torturador que había cortado los cabellos a la enjuiciada, había cogido con la mano una navaja muy afilada, con la intención de rasurar la testa de la desafortunada.
―Parad, parad todo. Desatadla, vestidla y llevadla a la celda. No puedo tolerar que una mujer sea tratada de esta manera.
El tono de Lucia era autoritario y todos se quedaron quietos. Incluso Mira paró de gritar. Pero Padre Ignazio la miró con aire desafiante.
―Aquí dentro soy yo quien manda. Dejad que termine mi trabajo. Debemos descubrir todas las señales que Mira tiene sobre su cuerpo y que demuestran que es una bruja. Y además, debemos escuchar de sus propios labios su confesión completa. ¿Con qué autoridad vos, condesita, queréis entrometeros en cosas que conciernen a la Iglesia y a la Santa Inquisición?
―¡Con la autoridad que me corresponde por derecho y que en este preciso momento reclamo! ―gritó Lucia con una fuerza de espíritu que ni siquiera sospechaba que poseyese. ―Desde este momento soy vuestro Capitano del Popolo, y como tal tengo el derecho de decidir también sobre la suerte de esta mujer. Vosotros, carceleros, haced enseguida lo que os he ordenado: desatad a Mira, dadle vestidos y devolvedla a la celda. Vos, en cambio, Padre Ignazio Amici, seguidme al estudio del Juez Uberti. Debo hablaros en privado.
Lucia, mientras descendía las escaleras que llevaban hacia la estancia en la cual había estado conversando con el Juez Uberti, para intentar calmarse repetía, en su mente, las enseñanzas recibidas de su abuela y, en tiempos más recientes, de Bernardino.
Ante todo, conócete a ti misma, comprende el Arte hasta ahora misterioso. Estate dispuesta a aprender, usa con sabiduría tus conocimientos. Que tu comportamiento sea equilibrado y tu manera de hablar organizada. Y además, ten bien ordenado tu pensamiento…
Y era verdad, debía pesar bien las palabras y mantener en orden sus pensamientos, para no atacar al dominico de mala manera y pasar de tener de su parte la razón a meter la pata. Antes de entrar en la habitación respiró profundamente dos veces, luego СКАЧАТЬ