Fuga permanente y otros cuentos. Gabriela Alemán
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Название: Fuga permanente y otros cuentos

Автор: Gabriela Alemán

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 9789978775004

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      —¿Lola?

      —¿Si?

      —¿Qué haces?

      —Qué voy a hacer, hablar contigo, bobo.

      —No, no. ¿Qué haces?

      —Sostengo el teléfono.

      —¿Y el cordón?

      —A mi costado, rozándome ligeramente.

      —¿Sobre qué?

      —La cama.

      —Tormento de mis tormentos.

      —¿Si?

      —Le ofrezco trescientos cuarenta y cinco…

      —¿Qué?

      —besos, los reparto sin remilgo por toda su espigada y delgada humanidad. ¿Procuro detalles?

      —Ay, Rubén Darío.

      —¿Ah? ¿Cuántas aperturas?

      —¿Qué?

      —Te ayudo, tu boca…

      —ah, una…la nariz…

      —tres…

      —mis oídos…

      —cinco…

      —¿?

      — Lento cariño, lento. Tu rostro…por ellos

      —Mis ojos…

      —siete.

      —Los cubro. ¿Te aflijo?

      —Oh, no (ah, ah, o, no).

      —¿Prosigo?

      —Ajá.

      —¿Desciendo sur?

      —A tu poniente.

      —¿Barlovento?

      —Arriba, ah, lento.

      —¿Levanto?

      (El tiempo —tic tic toc— se hace accesorio a la compulsiva palabra y compensa el arreglo: todo es equilibrio en la balanza del tendero. Labios tentadores a la derecha, deseo caustico a la izquierda, aunque acuse mayor plomo la siniestra mientras pasan las horas).

      —Querida y, ¿ahora qué?

      —Nada, nos asaltó la mañana. Tú a tu trabajo, yo al mío.

      —Y, ¿un punto medio?

      —¿La Alameda a las doce?

      —¿El segundo tiro al blanco frente al Churo?

      —Al mediodía…

      —con alta consideración y estima. ¿Se lo había dicho ya?

      —Contadas veces. ¿Desde ayer? Sesenta y nueve.

      (La provocación irrumpe en susurros, acallado estupor y risas poco cuantificables en tiempo transcurrido. Pero que, sin embargo, corre).

      —¿Si?

      —¿Llegas?

      —No, ya se pasó mi hora.

      —¿Y ahora?

      —Que perdí el trabajo: fácil llega, fácil se va.

      —Si te apuras llamas y dices amanecer indispuesto.

      —Como si uno no tuviera su corazoncito. ¿Mentir? No amor, pocas veces tan bien.

      —Entonces, ¿abandonamos La Alameda hasta el atardecer y nos encontramos bajo el árbol a las cinco?

      —Si las seis tal vez logre un préstamo, ¿en diagonal a la maternidad, madrecita?

      —A lo mejor, la Panamericana sigue… (ah, ah)

      —(O) la huelga…

      —Y si (no) un derrumbe...

      Y le digo que la quiero (ah, ah)

      que es mi único anhelo (o, no)

      Willie Colón

       De paso

      El tiempo no pasó:

      Aquí está.

      Pasamos nosotros.

      Solo nosotros somos el pasado.

      José Emilio Pacheco

      El verano es la estación de los opuestos: si no mueres, sobrevives. Es lo que me decía al regar las bromelias y astrolabios abrasados por el sol. No intentaba sosegar mi espíritu sino darme un pie para registrar el dato en mi cabeza. Cualquier cosa, no me estoy poniendo más joven y toda ayuda es bienvenida. Como ya no puedo ir a gran velocidad abrazo las tardes en el balcón aunque riña con el calor. Suelo responder a su flagelo a la sombra de mis helechos, con una gran jarra de jugo de naranja y mucho hielo a mi costado. A las tres de la tarde me senté, vaso en mano, dispuesta a arrinconar al mundo desde mi asiento; mi lentitud me abruma —aún no logro, después de tantos años— registrar mi impotencia frente a la desesperanza universal. En eso pensaba cuando llegó el frenazo a raya de un automóvil en la esquina. Hasta levantar la vista el carro ya había arrancado y lo único que alcancé a ver fue a una mujer que jalaba las trenzas de una niña de tres o cuatro años mientras cargaba a otro niño o, más bien, lo llevaba prendido de su piel. Entré a casa, advertido el peligro, para colocar más azúcar en mi bebida, pero no por ello dejé de interesarme por lo ocurrido abajo. Podía ver la mímica de la mujer regañando a la niña. Salí, me incliné sobre la baranda y comencé a gritar.

      —Hay personas a las que les gusta sufrir. Les pone un corsé y les saca pecho, ¿ve? Y así se sienten importantes.

      Lo que quise decir, aunque no llegué a hacerlo, fue que deje a la niña en paz, que ya no tenía a donde más jalarle las trenzas y que, al muchachito, lo soltara. Que se cayera, que si eso ocurría una buena estampada contra el planeta no podía suponerle mayor agravio. Más valía ahora que después, así no le tomaría de sorpresa. Pero lo que seguí diciendo, más bien, fue: escúcheme, no se haga la que mira el sol, va a quemarse las pupilas y después quién se va a encargar de esos bichos, señalé con mi mano a sus niños, a la vez que abanicaba el aire, lanzada sobre la calle. No me va a decir que su — ¿marido?, ¿querido?, ¿el señor de la casa? СКАЧАТЬ