Fuga permanente y otros cuentos. Gabriela Alemán
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Название: Fuga permanente y otros cuentos

Автор: Gabriela Alemán

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

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isbn: 9789978775004

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СКАЧАТЬ seguir una pista, parece que antes de su derrumbe en Turín, Nietzsche entregó a su hermana una obra terminada que ésta no se atrevió a tocar o editar. Que ni siquiera mostró a su marido el doctor Förster, tal vez por mantener una carta bajo la manga si la utópica fundación no llegaba a buen término y ella necesitaba reestablecerse en otra parte, y que lleva perdida no sé cuántos años. Algunos piensan que Elisabeth tuvo un hijo fuera de matrimonio —saqué unas fotos que guardaba en la cartera—, ¿ve? Las fotos tienen once meses de diferencia entre sí. No es mucho tiempo y, sin embargo, ¿nota su cambio? ¿El cambio en el grosor de su cintura? Fui a buscar a un descendiente de ese hijo, el hijo que seguramente poseía la única copia del manuscrito perdido de Nietzsche —lo dije de un solo tirón.

      —Todos en esa colonia son una banda de nazis, antisemitas y criminales y además todos son descendientes directos de Förster —dijo indignado—. Cuando Elisabeth volvió al lado de su hermano y abandonó el Paraguay no dejó nada que valiera la pena allí. Si tuvo un hijo haría bien en buscarlo en Alemania o aquí —el punto imaginario lo trasladó a mis ojos y ese cambio repentino de perspectiva, el mismo abrupto desplazamiento que ejecutan los tiburones antes de atacar, revelando su plateado vientre al girar, hizo que su mirada se volviera la de un desquiciado—. En Nueva Germania solo quedaron malos recuerdos; ni siquiera la tumba de Förster está allí.

      —Y usted, ¿cómo sabe tanto? —le pregunté sobresaltada.

      —Digamos que cierto interés personal me atrae al personaje de Elisabeth.

      —¿Qué va a hacer ahora allá? —seguí preguntando a mí vez.

      —Voy a dictar un curso —me respondió tranquilamente mientras empinaba su bebida.

      —¿No me ha dicho que nadie habla castellano? —le dije algo molesta.

      —¿Quién le ha dicho que lo voy a hacer en español? —me respondió.

      Pensé en todas las puertas que el tedio nos descubre antes de hacer la siguiente pregunta.

      —¿Quién lo contrata?

      —El Instituto Goethe. Cada seis meses voy a Filadelfia y Nueva Germania, los talleres los realizamos en la iglesia menonita; yo me hospedo en el salón comunal. Le pregunté si han intentado matarla porque en mis dos últimos viajes he notado que algo se traen bajo las mangas esos nazis expatriados. Y no por algo que yo haya hecho; yo solo voy, dictó mis cursos y procuro mantenerme alejado.

      —¿Sobre qué va a hablar? —me interesé.

      —Céline y Kafka.

      —¿Usted escoge los temas? —continué.

      —No, el Instituto me entrega los programas. Pero esos dementes antisemitas ya me han condenado sin juicio, como no presento una amenaza para ellos se han dejado convencer por su estupidez que soy culpable.

      —¿De qué? —le pregunté.

      —Vaya a saber. Los motivos —como dice Céline— se suelen suministrar solos.

      —¿Cuándo viaja? —continué curiosa.

      —Tengo que ir antes a Israel, a mi regreso de ese viaje.

      —¿Y qué va a hacer allá? —me interesé.

      —Reconocer unos familiares, recuperar algunos documentos.

      —¿Usted es judío? —le pregunté.

      —Sí —me respondió.

      —¿Y los herederos de Förster lo saben? —continué.

      —¿Qué podría importarles? —me respondió molesto.

      —Si no recuerdo mal, no fue también Céline el que dijo que cada día hay por lo menos cien personas que quisieran vernos muertos: los que están tras nuestro en las filas, los que no tiene casa y nos ven en la nuestra; y que, en condiciones extremas, pienso en usted a cientos de kilómetros de la carretera más cercana, esa impaciencia se suele volver más irracional y violenta.

      —Sí, pero olvida que yo no soy un execrable y repulsivo criminal, mi fotografía aún no ha aparecido en los diarios con ese pie —dijo con frialdad.

      —¿Y eso qué puede importar? A la hora de buscar motivos para culpar a alguien, usted mismo lo ha dicho, éstos se suministran solos —le dije antes de callar.

      Su mirada se volvió a perder. No hay duda, todos los eventos importantes de la vida se realizan en la oscuridad o por lo menos en una prisión de ámbar. Me paré y fui a buscar otras dos bebidas. Cuando volví había pasado algo allí adentro, su imaginación no se movía más en el vacío. Levantó el vaso y bebió un largo trago antes de proseguir.

      —¿Usted sabe la diferencia que existe entre las creencias y los hechos? —me preguntó.

      —Solo sé que los matices son muy leves y que no me podría defender si tuviera que distinguir con absoluta precisión —le respondí.

      —¿Quiere decir que no? —dijo.

      —Sí —respondí.

      —Pues la verdad, eso que usted dice tiene poca importancia, consiste en una forma de correspondencia entre los dos. Las mentes no crean la verdad, crean creencias y lo que hace a esas creencias realidad son los hechos. ¿Me sigue?

      Asentí moviendo la cabeza.

      —Para establecer algo como verdadero se tienen que cumplir tres requisitos: primero, la verdad tiene que tener un opuesto, una mentira, soy un villano, por ejemplo; segundo, la verdad dependerá de ciertas creencias, nadie es culpable hasta que se demuestre lo contrario; pero y, por último, éstas a su vez dependerán completamente de la relación de esas creencias con las cosas, nunca he matado a alguien, la corroboración la encontrará en mi ficha policial.

      —Sí, de acuerdo, pero eso no lo salvaría de nada en caso que las creencias que operan en su contra fueran falsas; desechemos por un instante los hechos como lo harían sus posibles verdugos. ¿Qué haría entonces? —argumenté.

      —Simple —me dijo y retiró un cigarrillo del paquete con sus labios—, huiría. He analizado demasiadas veces La Colonia Penal junto a ellos para esperar ver sus reacciones. El miedo —me miró a los ojos con un destello desenfocado— es, sin lugar a dudas, la mejor manera de lograr salir de una situación incómoda.

      —¿Y las cosas quedarían así?

      —Señora, nuestra dignidad depende de la habilidad que tengamos de pagar tanto lo bueno como lo malo. Buscaría venganza.

      —¿Qué haría? —le pregunté.

      —He ido acumulando pruebas, a través de los años he hablado con alguna gente, he dado con paraderos remotos, he encontrado otras colonias, sitios que ni siquiera imaginaría.

      Comenzó a trazar un mapa imaginario del Paraguay sobre la mesa, me habló de un sinnúmero de lugares, de estancias subterráneas, de cárceles y zoológicos humanos. Mencionó un poblado cercano donde las elites nazis...

      — ¿Las nonagenarias elites? —pregunté.

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