Fuga permanente y otros cuentos. Gabriela Alemán
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Название: Fuga permanente y otros cuentos

Автор: Gabriela Alemán

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

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isbn: 9789978775004

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СКАЧАТЬ en un estado de suspenso. Me torturó y yo aguaité la laucha —esperé escuchando la única guarania de la rocola—, acertó si pensó que había tirado suficiente lastre. Cuando el encargado empezó a barrer el local y a recoger las sillas, me acerqué. Como la madrugada estaba cerca y la luz era diáfana me percaté de sus prominentes cejas y gruesos bigotes, su frágil estructura y un maletín, que atado con una soga, llevaba sujeto a su muñeca. Pensé que mi entusiasmo me engañaba, lo que tenía frente a mí era un calco infeliz del filósofo buscado. ¿Cómo pude obviar todos esos detalles en la noche? Como una réproba me acerqué; hablaba consigo mismo, «estamos todos corruptos por haber perdido nuestro instinto de sobrevivencia». Toqué su hombro, ¿qué quiere?, me dijo sin darse vuelta. No supe qué decir, aunque mi titubeo duró poco, quise provocarlo y el resultado no pudo ser más feliz. Repetí la frase final de Nietzsche, lo último que escribió con su puño y letra antes de perder la razón, Siamo contenti? Sono dio, ho fatto questa caricatura.

      —Así que usted es el creador —dijo y siguió tomando— dígale a su marido que me da lástima, convivir con alguien tan digno de objeción.

      Después de eso salí, ¿qué podía responderle? Como objetar a su razonamiento, a fin de cuentas reconocía que Dios era una mujer, cómo interrogarlo sobre su conocimiento del italiano, como decirle que no era más que una simple periodista en busca de una pista y que tal vez la clave que buscaba estaba atada a su muñeca. ¿Cómo aceptar la posibilidad de que la solución se encontrara en un bar perdido de Santiago y no en Alemania o Italia? Caminé en dirección al río, cuando llegué a Diagonal Paraguay trastabillé y volví la cabeza.

      Crisis

      —Señor, ¿nos puede llevar a algún lugar decente donde pasar la noche?

      Glosario para el taxista

      Decente: donde traspasemos el umbral y aún lleguemos ilesos a los aposentos.

      Glosario para la niña

      Decente: para que reposes tus amables huesos junto a los míos ya que no hay cucho propio donde hacerlo; se me pasó comunicártelo cuando solicité tu exquisita compañía a mi inexistente casa.

      Glosario del niño

      Decente: que alcance con los últimos 50 mil que traigo en el bolsillo (síporfavordiositolindo).

      Mientras el carro se desliza por las calles de Quito a las tres de la madrugada, los dos se sientan muy rectos y juntos, tratando de adivinar la trayectoria del conductor; él más consciente que ella del taxímetro que corre (y haciendo cálculos mentales de cuánto se paga por el dato de la pensión sobre el precio marcado); ella, algo ofuscada por haber aceptado esa propuesta nocturna a alguien que le tiene confianza a un taxista (sin olvidar –su memoria histórica es de largo alcance—, que el capricho del conductor y su elección de posada estará inevitablemente ligada a la revolución amarilla de marzo del noventa y nueve: no viene lo uno sin lo otro, si pide el combo es con papas fritas; con arroz, es otro precio, ¿vio? En manos de un revolucionario la ha puesto su amor). Se acurrucan, él con los ojos puestos todavía en los números que pasan algo mustios pero con rapidez, en una carrera de postas intercolegial, mientras los de ella se posan sobre la nuca del chofer (la punta de su taco, ha comprobado en el cine, en un buen ángulo, acusa como buen proyectil). El carro baja por la Patria, sube el puente a desnivel de la 10 de Agosto, tuerce a la izquierda, ellos se toman de la mano, se interna por las calles adyacentes al Seguro, duda en una esquina y acaba volviendo por el depósito de la Flota Imbabura hasta dejarlos en una puerta iluminada con reja donde tres o cuatro taxistas ríen bajo un farol. Es tarde y él paga, no sin antes preguntar algo nervioso al chofer, y ahora, ¿qué hago?

      Glosario del taxista

      Qué hago: muchacho, si no sabes, debí dar más vueltas y cobrarte el doble.

      Glosario de la niña

      Qué hago: va a ser una larga, larga noche.

      Glosario del niño

      Qué hago: si dudo un instante más, todo se va al carajo, quiero decir, ¿es amigo suyo el dueño, hay algún código, hay timbre? Ya veo la luz, la puerta, el mostrador. ¿Qué puedo decir? No creí que iba a estar aquí esta noche. Ni siquiera me afeité. Mire a quién traigo al lado, ¿no haría preguntas estúpidas también?

      Ella lo toma de la mano, le sonríe al chofer como diciéndole: yo me encargo desde aquí, y van en dirección de la puerta de El Dorado. Buen signo, piensa ella mientras espera que él timbre, él piensa en los 40 mil que le quedan en el bolsillo y los 20 mil que tiene guardados en el doble fondo de su maletín (para casos de emergencia, éste puede calificar como uno), calcula mientras bajan por el corredor, luego que les abrieran, que no puede ser más de eso. Tiene todavía tiempo de seguir especulando, cuando a esas tempranas horas encuentran una fila frente al mostrador. No necesariamente en las mismas circunstancias que ellos. Se retiran a la pared de enfrente, esperando que atiendan a las otras dos parejas.

      —Jorge, dame una habitación en el primer piso.

      —No quedan, están todas ocupadas.

      —Ay hombre, esas del segundo son huecos que rebotan.

      Con un codazo suave ella le pregunta, ¿rebotan qué? Algo aturdido Martín le responde, ¿qué? (está pensando en los otros gastos, nunca le va a alcanzar. Tal vez si ella tuviera). Damita, ¿usted no andará con protección? ¿Qué? Es ahora el turno de ella. ¿Contra qué? No sabe de qué está hablando. ¿Quieres una curita? Abre la cartera y busca en el monedero. No, no, le dice, tranquila (él sigue calculando).

      —Bueno, entonces el cuarto 14, una botella de Norteño y dos cajas de condones —se da la vuelta y le pregunta al hombre—, ¿o tres?

      Ella se da cuenta y se sonroja. Le jala la manga y le dice que no, que no tiene y, levemente, su cuerpo la comienza a traicionar. Se dobla sobre sí mismo, busca las escaleras y apoya su cabeza contra la pared. Martín va hacia ella y le pregunta si está bien, mientras acaricia su mejilla. Ella intenta una sonrisa que le sale algo afectada. No le convence. Beldad, comparto un cuarto, no podemos ir allá.

      Ay, amorcito corazón, suspira en voz baja, mientras sigue la transacción comercial. La segunda pareja va más rápido —nadie habla—, solo hay un intercambio de determinada cantidad por una llave.

      Les toca. Martín toma su mano y los dos van, como condenados (cada cual con otras razones), al mostrador. Una habitación, dice. Piden su cédula mientras le echan una mirada. En su acepción 32: suponer o conjeturar la distancia, edad, precio, etc., que nos son desconocidos. Ella le echa una de vuelta al que atiende y le pregunta, sin que venga a cuento, qué tal el trabajo, si paga bien, si le entretiene lo suficiente. Martín guarda su cédula y le echa una también (eso de jugar billar con los ojos tiene su cosa), mientras ella continúa la conversación —que, además, le gana tiempo contra el segundo piso y los huecos que rebotan—, ya que ahora es demasiado tarde para salir corriendo. ¿En qué momento hubiera sido todavía una posibilidad? Hay una promoción, ¿no le interesaría?, dice el que la mira. ¿De qué?, responde ella. De condones y vino, dice mientras levanta la cabeza y la mira. Ella toma —tras el mostrador—, la mano que Martín le tiende y le sostiene la mirada, pero solo si es buena la cosecha, le responde. ¿De qué año es? El hombre no coge la caja de vino ambateño San Francisco, sino la otra, y la mira, no dice, le dice. Y entonces, no aguanta más. Se ríe, Martín se ríe, el hombre tras el mostrador se ríe, alguien en el segundo piso se ríe.

      Glosario fuera de eje

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