Secta. Stefan Malmström
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Название: Secta

Автор: Stefan Malmström

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Off Versátil

isbn: 9788412272536

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СКАЧАТЬ lim­p­ie­za que solía venir los do­min­gos.

      «Esto es ra­rí­si­mo», volvió a pensar Luke. El apar­ta­men­to estaba a os­cu­ras y sonaba jazz a todo vo­lu­men. Eso no era propio de Viktor.

      —¡Viktor! —gritó Luke. The­re­se lo apartó para entrar, abrió de un golpe la puerta de la ha­bi­ta­ción de su hija, en­cen­dió la luz, miró dentro y luego siguió bus­can­do por el piso. Luke tam­bién miró en la ha­bi­ta­ción. La cama estaba vacía y la colcha, en el suelo. Los co­ji­nes de color rosa y los pe­lu­ches des­can­sa­ban en el pe­q­ue­ño sillón rojo, bien co­lo­ca­dos en fila. El libro de cuen­tos de hadas que Luke le había leído el do­min­go an­te­r­ior por la noche seguía en la mesita.

      Luke corrió hacia el enorme salón. El or­de­na­dor, del que salía la música, estaba en­cen­di­do. The­re­se se había que­da­do de pie en la en­tra­da del salón. Luego gritó y de­sa­pa­re­ció en su in­te­r­ior. Un se­gun­do des­pués, Luke se detuvo en el mismo lugar y vio a The­re­se in­cli­nar­se sobre Agnes, que estaba tum­ba­da con su ca­mi­són en el sofá gris claro. Había vo­mi­ta­do y pa­re­cía dormir pro­fun­da­men­te.

      Luke dio la vuelta y se quedó helado al ver el cuerpo de Viktor col­gan­do sin vida, ahor­ca­do en la puerta del baño.

      2

      Luke corrió hacia Viktor y lo le­van­tó mien­tras tiraba de él para que la cuerda, que estaba atada al pomo del otro lado de la puerta, se des­pren­d­ie­ra de la parte su­pe­r­ior. Cuando con­si­g­uió ba­jar­lo, su me­ji­lla se aplas­tó contra la de Luke. Se dio cuenta de que era la pri­me­ra vez que sentía la me­ji­lla de Viktor contra la suya. Cuando hacía días que no se veían, solían abra­zar­se, pero nunca me­ji­lla con me­ji­lla. Esta era la pri­me­ra vez, y la me­ji­lla de Viktor estaba fría.

      —¿Qué dia­blos has hecho, Viktor? ¿Qué has hecho? —La voz de Luke se quebró mien­tras tum­ba­ba el cuerpo a toda prisa en el parqué. Olía a orín. Trató de desha­cer sin de­ma­s­ia­do éxito el nudo al­re­de­dor del cuello. Lo miró a los ojos y no vio ningún in­di­c­io de vida en ellos. Buscó su al­ien­to y su pulso en el cuello, pero no los en­con­tró. In­ten­tó re­a­ni­mar­lo varias veces in­su­flán­do­le aire en los pul­mo­nes, pero pronto se rindió. No había res­p­ues­ta. Viktor había muerto. Y a Luke lo asal­ta­ron los re­c­uer­dos de otra época, cuando había for­ma­do parte de los Re­bel­des del diablo y de la banda de Johnny Attias, en Nueva York. Hacía quince años que no pre­sen­c­ia­ba una muerte.

      —¡Luke, está muerta!

      El llanto de la ex­mu­jer de su amigo se con­vir­tió en un grito. Luke corrió al sofá y apartó a The­re­se, que tra­ta­ba de prac­ti­car­le la re­a­ni­ma­ción car­d­io­pul­mo­nar a Agnes. Se in­cli­nó sobre la niña, puso su boca cerca de la pe­q­ue­ña nariz y sintió un le­ví­si­mo mo­vi­m­ien­to de aire.

      —Res­pi­ra —dijo Luke.

      Empujó la mesa de centro de una patada, agarró a la niña, la tumbó sobre la pálida al­fom­bra tur­q­ue­sa de IKEA y empezó a soplar con toda la fuerza de sus pul­mo­nes. Des­pués, pre­s­io­nó con las dos manos el pecho de la niña. Tras tr­ein­ta com­pre­s­io­nes, le dio su móvil a The­re­se.

      —¡Llama a una am­bu­lan­c­ia! ¡Ahora!

      Volvió a in­cli­nar­se y siguió so­plan­do y pre­s­io­nan­do al­ter­na­ti­va­men­te. Se dio cuenta de que, si no era cui­da­do­so, podía rom­per­le las cos­ti­llas, tan pe­q­ue­ñas, y aflojó las com­pre­s­io­nes. La miraba a la cara cuando pre­s­io­na­ba, con la es­pe­ran­za de per­ci­bir alguna señal de vida.

      —Venga, Agnes —su­pli­có—. Tienes que lo­grar­lo. Por favor.

      Luke miró a The­re­se. Estaba sen­ta­da y se había que­da­do pa­ra­li­za­da con el móvil en la mano. Se dio cuenta de que no sería capaz de decir nada com­pren­si­ble y volvió a coger el te­lé­fo­no.

      —Sigue pre­s­io­nan­do. Tr­ein­ta veces. Y luego le haces el boca a boca diez veces —dijo mien­tras se le­van­ta­ba y mar­ca­ba el número de emer­gen­c­ias. Una mujer con­tes­tó de in­me­d­ia­to.

      —Ne­ce­si­to una am­bu­lan­c­ia. Es ur­gen­te. Calle Ala­me­dan tr­ein­ta. Hay dos per­so­nas: una esta muerta y la otra es una niña que to­da­vía res­pi­ra —dijo ace­le­ra­do.

      —¿Puede re­pe­tir­lo, por favor? No vaya tan rápido y trate de vo­ca­li­zar. Tam­bién ne­ce­si­to saber su nombre —dijo la te­le­o­pe­ra­do­ra.

      Cuando Luke estaba es­tre­sa­do se le notaba más el acento ame­ri­ca­no y a los suecos les cos­ta­ba en­ten­der­lo.

      —Luke Berg­mann. Ne­ce­si­ta­mos una am­bu­lan­c­ia. ¡Dense prisa, por el amor de Dios! ¡Hay una niña de cuatro años a punto de morir!

      —Bien, trate de cal­mar­se para que yo pueda en­ten­der bien la in­for­ma­ción. Ins­pi­re hondo y luego dígame dónde se en­c­uen­tra. Ne­ce­si­to la di­rec­ción y la lo­ca­li­dad.

      Luke apretó los dien­tes. Ins­pi­ró hondo y se es­for­zó para hablar len­ta­men­te.

      —La di­rec­ción es calle Ala­me­dan número tr­ein­ta, en Karls­kro­na. Dos per­so­nas. Una está muerta. La otra es una niña pe­q­ue­ña que se está mu­r­ien­do y que se va a morir seguro si no envía una mal­di­ta am­bu­lan­c­ia. ¡Ahora!

      —¿Me puede decir qué ha pasado? —pre­gun­tó la mujer.

      —¿Y qué más da? —soltó Luke con ter­q­ue­dad—. No sé qué ha pasado. Hemos en­tra­do en el piso y nos hemos en­con­tra­do con esto.

      —No puedo mandar una am­bu­lan­c­ia si no en­t­ien­do bien la si­t­ua­ción. Ne­ce­si­to ase­gu­rar­me de que lo que me está di­c­ien­do es real, de que es una emer­gen­c­ia de verdad.

      Luke bajó la voz para trans­mi­tir miedo en lugar de rabia.

      —Le pro­me­to que es real. Por favor.

      La mujer se quedó en si­len­c­io du­ran­te un par de se­gun­dos.

      —Le mando dos am­bu­lan­c­ias.

      The­re­se llo­ra­ba e in­su­fla­ba aire en los pul­mo­nes de su hija, como le había dicho. Agnes yacía inerte sobre la al­fom­bra de color acuoso, con el pelo rubio y largo es­par­ci­do al­re­de­dor de la cabeza y su ca­mi­són blanco. Las lá­gri­mas de The­re­se habían sal­pi­ca­do la bonita cara de la niña. Luke pensó en lo guapa que era Agnes, en lo im­pre­s­io­nan­te que sería cuando se con­vir­t­ie­ra en una ado­les­cen­te. Viktor y él habían ha­bla­do de eso justo el do­min­go pasado. Agnes estaba mi­ran­do su pro­gra­ma de te­le­vi­sión fa­vo­ri­to, Anki y Pytte, y se reía tan des­ca­ra­da­men­te СКАЧАТЬ