Secta. Stefan Malmström
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Secta - Stefan Malmström страница 2

Название: Secta

Автор: Stefan Malmström

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Off Versátil

isbn: 9788412272536

isbn:

СКАЧАТЬ pu­blished in the Swe­dish lan­g­ua­ge under the title Hjärntvät­tad in 2017. En­glish lan­g­ua­ge edi­t­ion © Stefan Malmström 2019

      © de la tra­duc­ción: 2020, Alba Se­rra­no Gi­mé­nez

      ____________________

      Diseño de cu­b­ier­ta y fo­to­mon­ta­je: Eva Olaya

      Fo­to­gra­fía de cu­b­ier­ta: Shut­ters­tock

      ___________________

      1.ª edi­ción: oc­tu­bre 2020

      De­re­chos ex­clu­si­vos de edi­ción en es­pa­ñol re­ser­va­dos para todo el mundo:

      © 2020: Edi­c­io­nes Ver­sá­til S.L.

      Av. Dia­go­nal, 601 planta 8

      08028 Bar­ce­lo­na

      www.ed-ver­sa­til.com

      ____________________

      Nin­gu­na parte de esta pu­bli­ca­ción, in­cl­ui­do el diseño de la cu­b­ier­ta, puede ser re­pro­du­ci­da, al­ma­ce­na­da o trans­mi­ti­da en manera alguna ni por ningún medio, ya sea elec­tró­ni­co, quí­mi­co, me­cá­ni­co, óptico, de gra­ba­ción o fo­to­co­p­ia, sin au­to­ri­za­ción es­cri­ta del editor.

      «La noche ha caído en nues­tra tierra.

      ¡Las es­tre­llas la ilu­mi­nan, re­lu­c­ien­tes, bri­llan­tes!

      Nues­tros mundos pe­q­ue­ños de­am­bu­lan, dis­tan­tes.

      La os­cu­ri­dad parece no tener fin.

      La os­cu­ri­dad y el cre­pús­cu­lo y la pro­fun­di­dad,

      ¿por qué? ¿Por qué los amo?

      Aunque las es­tre­llas erren lejos.

      La tierra es aún el hogar de la hu­ma­ni­dad».

      Erik Blom­berg

      Todos los per­so­na­jes que apa­re­cen en este libro —ex­cep­to los per­so­na­jes pú­bli­cos re­co­no­ci­bles— son fic­ti­c­ios, y cual­q­u­ier pa­re­ci­do con per­so­nas reales, ya estén vivas o muer­tas, es pura coin­ci­den­c­ia.

      1

      A Luke le tembló la mano cuando in­ten­tó meter la llave en la ce­rra­du­ra. Algo iba mal, muy mal.

      —¡Abre la puerta de una vez! —gritó The­re­se, la ex­mu­jer de Viktor, de pie detrás de Luke y al borde de la his­te­r­ia. A las ocho y media de la tarde de un lunes, es­ta­ban ante la puerta del piso de Viktor, en la ter­ce­ra planta del número 30 de la calle Ala­me­dan, en el centro de Karls­kro­na.

      Luke mal­di­jo. La llave no quería entrar.

      —Debes de ha­ber­te eq­ui­vo­ca­do de llave —dijo Luke—. Esta no entra.

      The­re­se lo agarró del brazo y trató de qui­tár­se­la.

      —Dámela. Ya lo hago yo.

      Luke apartó el brazo con brus­q­ue­dad.

      —No, yo lo haré —le espetó, y al mo­men­to se sintió cul­pa­ble por la as­pe­re­za de sus pa­la­bras. No era justo ha­blar­le de ese modo a The­re­se. Tenía de­re­cho a que la pre­o­cu­pa­ción la con­su­m­ie­ra. Viktor ten­dría que haber lle­ga­do con Agnes, la hija de cuatro años de ambos, a casa de Luke para cenar a las seis de la tarde, y de eso hacía ya dos horas y media. Luke había lla­ma­do a Viktor cuando pasaba una hora de la cita, pero no le con­tes­tó. Una hora más tarde, Luke, pre­o­cu­pa­do, de­ci­dió salir de su cabaña y se di­ri­gió al piso de cinco ha­bi­ta­c­io­nes y 275 metros cua­dra­dos de Viktor, en un es­pec­ta­cu­lar edi­fi­c­io de la­dri­llo visto. Hacía tres años que Viktor, su mejor amigo, vivía allí. Desde que se había di­vor­c­ia­do de The­re­se.

      Al llegar a la ter­ce­ra planta, Luke oyó música y pensó que Viktor es­ta­ría dentro con Agnes. Pero nadie res­pon­día al timbre. Tras llamar y apo­rre­ar la puerta du­ran­te diez mi­nu­tos, no le quedó más re­me­d­io que te­le­fo­ne­ar a The­re­se para pe­dir­le su llave.

      So­na­ron cuatro tonos y The­re­se res­pon­dió. Se oía mucho ruido y con­ver­sa­c­io­nes de fondo. Estaba en una fiesta de tra­ba­jo y se mostró irri­ta­da y ner­v­io­sa cuando le pre­gun­tó si le podía traer su llave. Había dejado a Agnes con Viktor a las cinco de la tarde y todo le había pa­re­ci­do normal. Le dijo que le lle­va­ría la llave en­se­g­ui­da.

      Cuando col­ga­ron, Luke pulsó el botón del as­cen­sor para man­dar­lo abajo, de manera que The­re­se no per­d­ie­ra tiempo su­b­ien­do por las es­ca­le­ras. Al cabo de diez mi­nu­tos oyó que el as­cen­sor se ponía en marcha y paraba en la ter­ce­ra planta. The­re­se apa­re­ció ante él. Iba muy arre­gla­da.

      —No ten­dría que haber acep­ta­do la cus­to­d­ia com­par­ti­da. —Fueron las pri­me­ras pa­la­bras que sa­l­ie­ron de su boca—. Viktor apenas puede cuidar de sí mismo. ¿Cómo va a cuidar de una niña?

      Mien­tras le daba la llave a Luke, siguió que­ján­do­se:

      —Ya me ha es­tro­pe­a­do la noche. Es­tá­ba­mos ce­le­bran­do el mayor en­car­go en toda la his­to­r­ia de la em­pre­sa y justo íbamos a sen­tar­nos a cenar un menú de tres platos. Esta me la va a pagar, que le quede claro.

      Unos mi­nu­tos des­pués, aq­ue­lla calma con­te­ni­da se había con­ver­ti­do en un pánico puro, vis­ce­ral. Era la pri­me­ra vez que Luke veía a una madre ate­rro­ri­za­da por la se­gu­ri­dad de su hijo, y le pa­re­ció la emo­ción más po­de­ro­sa de la que había sido tes­ti­go en toda su vida. In­clu­so au­men­tó su de­ses­pe­ra­ción por entrar al piso cuanto antes.

      Ins­pec­c­io­nó la llave. Al prin­ci­p­io pen­sa­ba que era una de esas que fun­c­io­nan igual por las dos caras, pero ahora se daba cuenta de que quizás la había estado usando al revés. Le dio la vuelta y entró bien en la ranura. La giró y oyó el clic del ce­rro­jo. Empujó la pesada puerta y el sonido de la música le mar­ti­lleó los tím­pa­nos. Era jazz.

      «Qué raro —pensó—. A Viktor no le gusta el jazz».

      En­cen­dió la luz del salón y entró en el piso, ele­gan­te y mi­ni­ma­lis­ta. Viktor no había re­pa­ra­do en gastos cuando se di­vor­ció de The­re­se. Había com­pra­do aquel in­m­ue­ble y lo había re­no­va­do casi por com­ple­to. Cocina nueva, baños por es­tre­nar, suelos res­t­au­ra­dos y una mano de pin­tu­ra: una re­for­ma in­te­gral. Había con­tra­ta­do a una em­pre­sa de de­co­ra­ción de in­te­r­io­res y le había dado vía libre. Le costó СКАЧАТЬ