Название: La vida de José
Автор: David Burt
Издательство: Bookwire
Жанр: Религия: прочее
isbn: 9788412243543
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Como acabamos de decir, ahora se nos confirma lo que hasta aquí solamente deducíamos: que el lugar habitual de residencia de Jacob era Hebrón,
Nuevamente, se le pide a José que informe sobre sus hermanos. La manera de hablar de Jacob nos hace sospechar que su informe anterior (37:2) no había sido una iniciativa de José, sino una exigencia de Jacob, quien había puesto a José con los hijos de Bilha y Zilpa expresamente para darle informes sobre su comportamiento.
Y un hombre lo halló deambulando por el campo, y el hombre le preguntó: ¿Qué buscas? (37:15).
José llega a la zona, pero no sabe ya hacia dónde dirigirse en busca de sus hermanos: Encontrar a sus hermanos en un territorio desconocido le obligaría a emprender una agotadora búsqueda en todas direcciones.28 El encuentro “casual” con este desconocido y el hecho de que supiera dónde ellos se encontraban sugieren que José está siendo llevado por la providencia divina hacia su destino.
Y dijo: Busco a mis hermanos. Muéstrame dónde pastorean. Respondió el hombre: Partieron de aquí, pues los oí decir: Vamos a Dotán. Y encaminado José tras sus hermanos, los halló en Dotán (37:16-17).
José se ve en la obligación de ir alejándose cada vez más de su hogar y de la seguridad protectora de Jacob. Dotán, a unos veinticinco kilómetros más al norte de Siquem, sería el lugar del comienzo de sus aflicciones. Allí iba a clamar en vano (42:21). Sus hermanos no le mostrarían piedad y, aparentemente, el Señor no intervendría para salvarlo.
Curiosamente, con el paso de los siglos, Dotán sería el escenario de otras aflicciones en las cuales Dios sí revelaría su poder salvador:
Cuando el criado de Eliseo madrugó para salir, he aquí un ejército [del rey de Aram] con caballos y carros rodeando la ciudad [de Dotán]. Y el siervo le dijo: ¡Ay, señor mío! ¡Cómo haremos? Pero él respondió: No tengas temor, porque más son los que están con nosotros que los que están con ellos. Y oró Eliseo diciendo: ¡Oh Yahweh, abre sus ojos para que vea! Y Yahweh abrió los ojos del siervo, y miró, y he aquí el monte estaba repleto de caballos y carros de fuego alrededor de Eliseo (2 Reyes 6:15-17).
Dios actuó para impedir la persecución de Eliseo por parte de los arameos. En cambio, observamos que, en el caso de José, Dios no intervino para impedir la crueldad de los hermanos. Pero podemos suponer que las huestes celestiales le rodeaban a este al igual que al profeta. La única diferencia consiste en los designios de Dios en cada caso: quiso liberar a Eliseo, cegando a los arameos, pero no quiso liberar a José, porque sus sufrimientos y su esclavitud en Egipto formaban parte de los planes de Dios para su vida.
El complot contra José (37:18-24)
Cuando lo vieron de lejos, antes que se acercara a ellos, se confabularon para darle muerte (37:18).
Probablemente (aunque el texto guarda silencio al respecto), lo que exasperó a los hermanos al ver acercarse a José fueron dos cosas: pensar que su visita no se debía a la natural preocupación paterna de Jacob, sino a su utilización de José para supervisarlos, incluso para espiarlos (cf. 37:2), y el hecho de que el joven llegara vistiendo la odiada túnica, símbolo de su posición privilegiada en la familia. Algunos de los hermanos dirían: Aquí está el quisquilloso para espiar nuestras actividades e informar a papá; mientras que otros añadirían: Aquí viene el impertinente, vestido de heredero, para ver como nosotros, sus siervos, estamos tratando su herencia.
Los hermanos ya están adiestrados en actos violentos (capítulo 34), pero esta vez carecen de la excusa de la indignación justa. En realidad, saben perfectamente que no tienen justificación alguna; por eso reconocen la necesidad de mentir a Jacob (37:31-35):
No fue en el calor de un altercado o de una súbita provocación cuando pensaron ellos en matarlo, sino con premeditación malvada y a sangre fría. Malo es cometer el mal, pero es peor tramarlo y proyectarlo; la malicia aumenta en la medida de la programación del mal.29
Y se decían entre sí: ¡Aquí viene el señor de los sueños! (37:19).
Desafortunadamente, el apodo “el soñador” ha quedado asociado al nombre de José como si él fuera una persona que vivía con la cabeza en las nubes. Pero ni siquiera sus hermanos pensaban eso. Naturalmente, sus palabras pretenden ser irónicas, una forma de desprecio y descalificación. Pero no quieren decir que José no toca con los pies en el suelo, sino que aquí viene aquel odioso listillo que se considera mejor que nosotros únicamente porque ha tenido un par de sueños. La palabra soñador significa experto en sueños. Las Escrituras mencionan solamente estas dos ocasiones en que José tuvo sueños, y estos le fueron concedidos por Dios y se cumplieron. No evidencian en absoluto ninguna falta de realismo ni mucho menos un trastorno psicológico.
En cambio, Dios, incuestionablemente, iba a conceder a José la capacidad de interpretar los sueños de otros y de reconocer la voluntad de Dios expresada en ellos (una capacidad, por supuesto, que los hermanos aún no habían podido constatar); en este sentido, y solamente en este sentido, el apodo le sienta bien.
Los hermanos, por supuesto, lo emplean como reflejo de su rabia: no tienen motivo justificado para odiar a José, pero sus sueños habían colmado el vaso de su envidia y no podían soportar la idea de que iban a rendirle homenaje en el futuro.
Ahora pues, vamos, matémoslo y arrojémoslo en una de las cisternas, y digamos que una mala bestia lo devoró. Veremos entonces qué serán sus sueños (37:20).
El plan de los hermanos tiene varias partes: (1) asesinarlo, (2) echar su cuerpo a un pozo profundo y (3) inventarse una explicación convincente para hacer creer a Jacob que José murió antes de poder reunirse con ellos. Harían desaparecer el cadáver arrojándolo en una de las muchas cisternas que existían en Palestina para recoger el agua de la lluvia del invierno y atribuirían la muerte a una fiera salvaje.
La última frase, veremos entonces que serán sus sueños, indica que el atentado pretende eliminar no solamente a su hermano, sino también toda posibilidad de que se cumplan sus “ilusiones”. Su violencia va dirigida no únicamente contra el propio José, sino también contra sus sueños e, implícitamente, contra aquel que se los dio. La repetición de estas palabras (soñador, sueños) indica claramente que los hermanos todavía estaban resentidos por los dos sueños que indicaban la posición superior de José. Pero, al luchar contra el soñador, repudiaban la revelación de Dios y despreciaban su palabra. Estaban a punto de cometer un serio sacrilegio, sumado a un acto terrible de violencia contra su propia carne. Además de pecar contra José, pecaban contra Dios. En su arrebato de furia contra su hermano, estaban intentando impedir que los propósitos de Dios en la historia de la salvación llegaran a su culminación.
¿Acaso pensaba Jesús en las palabras de los hermanos cuando contó la historia de los labradores malvados? Desde luego, la parábola se hace eco del lenguaje de nuestro texto: Finalmente, les envió a su hijo, pensando: Respetarán a mi hijo. Pero los labradores, viendo al hijo, dijeron entre sí: Este es el heredero; ¡venid, matémoslo y poseamos su herencia! Y apresándolo, lo echaron fuera de la viña, y lo asesinaron (Mateo 21:37-38).
Pero cuando Rubén lo oyó, intentando librarlo de mano de ellos, dijo: ¡No le quitemos la vida! Y añadió Rubén: No derraméis sangre. Arrojadlo en esta cisterna que está en el desierto, pero no extendáis la mano contra él. Esto dijo a fin de librarlo de sus manos para hacerlo volver a su padre (37:21-22).
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