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СКАЧАТЬ en los cajones.

      ¿Qué te traes ahora? ¿En qué piensas?

      En nada.

      ¿En nada? Tendrías que verte la cara. ¡En nada!

      En nada.

      En la gordita. Tendrías que verte la cara. En la gordita.

      No.

      ¿Para qué vas al taller? Apenas puedes caminar y aun así estás siempre allá abajo, y con este tiempo cuando más calor hace. ¿De qué habláis? ¿Tott cuenta historias? ¿O anda sermoneándote el Furber ese, intentando pescar tu alma como si fuese el último pepinillo? Oh, ya sé lo que ha pasado. Que te has ido al infierno. Eso es lo que ha pasado.

      No.

      Es la gordita.

      Tan en silencio se sentaba entre las sombras detrás de la fragua que las visitas apenas notaban que estaba allí. Parecía ser efecto de su enfermedad, pues tras un periodo de dolor y confusión pensaba que los ojos se le habían aclarado y que había mirado desde su cama como desde fuera del mundo. Había sido como imaginaba que sería ser invisible. Tenías los ojos abiertos. La gente te los miraba pero sin creer que vieras. Eran menos que un espejo, no más que unos ojos pintados. La enfermedad no era nada. Muchas veces se había esforzado en decir que podía oír. Dar de sí hasta hacerte pedazos no era nada. Muchas veces había intentado gritar puedo ver, puedo verte, siseando en su lugar. Luchar por respirar no era nada. Arder no era nada. Encerrado en una bota de carne que encoge, recordaba hora tras hora los rezos de Jethro Furber.

      El hijo de Decius Clark, dijo el doctor Orcutt a través de su barba, está muy grave. Una abeja le picó en el cuello hará el martes seis semanas. No se ha visto hinchazón igual.

      Los dedos del doctor formaron un huevo.

      Clark antes era alfarero. Lo dejó. Ahora es granjero, o lo intenta. No cuenta con mucho. No le voy a cobrar.

      Orcutt apuntó su escupitajo.

      Déjame ver el dedo que te aplastó Matthew.

      Eres un cabrón, Truxton, dijo Watson.

      Cómo te pones, pensé que podría verlo. ¿Bien, Brackett? La curiosidad es gratis. ¿Se te ha puesto negra la uña? Mat me contó que te lo dejó limpito de un porrazo, ¿es verdad eso?

      Omensetter alargó la mano en silencio.

      Orcutt sonrió con ganas.

      Mat se ha metido a cirujano, según veo. Me podría echar del negocio con todas las de la ley.

      Volteó el pulgar.

      Una cicatriz de gran bravura, dijo el doctor. ¿Cuánto cobras?

      Mat sacudió la cabeza con impotencia.

      Bueno, pasa siempre, se corta y listo.

      Orcutt soltó la mano. El brazo cayó como sin músculo.

      Un martillo no es un cuchillo muy considerado que digamos. La próxima vez que te claves algo vienes a verme cuanto antes y puede que no te salga una hinchazón como esa.

      Le di por accidente, exclamó Mat.

      A todas luces tiene usted mucha suerte, señor mío, dijo Orcutt.

      Luego le preguntó a Hatstat cómo iba la pesca.

      De pena, dijo Hatstat.

      Como siempre, en esta época del año, dijo el doctor.

      Tendrían que estar río arriba.

      Ah, George, nunca lo están, es lo que tú querrías. ¿A que sí, Brackett?

      No hace el frío suficiente, dijo Tott.

      Mat revolvió entre sus herramientas.

      Hacía un calor sofocante en el taller, y feroz junto a la fragua.

      Bueno, es un tipo amable, ese Clark, dijo el doctor, escupiendo. No cuenta con mucho. No le voy a cobrar. Pero es amable. Su mujer está llevando fatal lo del chico pero Clark está tranquilo, diría yo. Está tranquilo. ¿Cómo va tu infección, Henry? ¿Se te ha pasado? ¿No has salido un poco pronto, como un petirrojo en inverno?

      Ya hace semanas, masculló Henry, retirándose más al fondo del taller.

      Remedio casero, por dios, así han caído a porrones, Henry. Podrías haber perdido el brazo. Apañarte de por vida las partidas de herradura. ¿Brackett juega?

      No le dejamos, dijo Israbestis Tott.

      Una pena, eso me gustaría verlo.

      Al doctor le rezumó jugo de la boca. Escupió una mancha fluyente.

      Todos guardaron silencio.

      El chico de Decius Clark está fatal, dijo el doctor Orcutt una vez más, pero Decius es un tipo amable, y tranquilo.

      … luego estuvo Israbestis Tott entreteniéndole con cancioncillas: jigas, fox trots, polcas –Henry creyó que iba a perder el juicio–. Luego estuvo Matthew Watson, que se sentó al lado de la cama y le puso sus enormes manos sobre el regazo como un par de ranas; luego filas interminables de mujeres que susurraban; Jethro Furber con disfraz de bruja, conminando con conjuros a lo divino; estuvo Lucy, preciosa como la copa de un árbol en las vetas de la puerta, Furber como unas cortinas, Mat una lámpara, Tott un alarido, Furber ambas ranas, Orcutt sus brincos…

      El primer huevo de una gallina siempre es hembra.

      Orcutt quemó su escupitajo.

      Las yeguas que han tardado en ver al semental tienen potros. Es un hecho científico.

      Luther Hawkins comprobó con el pulgar la hoja de su cuchillo, luego la examinó entera y le guiñó a la punta.

      No es buen mes, dijo. Las mujeres eligen los impares.

      Orcutt sacudió la cabeza.

      Todos pensaron durante un momento en silencio. El hierro era de un rosa pálido.

      Leí a un profesor suizo… demonios… ¿cómo se llamaba?… Thury. Eso es, Thury. Dice lo mismo. Danielson, al sur del estado, lo ha probado. Con las vacas funciona. Funciona estupendamente. Es un hecho.

      Orcutt enseñó los dientes.

      Pues no sabría decirte, pasas la cuestión de las vacas a las señoras.

      Henry soltó una risita contra su voluntad.

      Lo sé por experiencia, dijo Watson, y la risa de George Hatstat sonó como el silbato de un tren.

      Orcutt se retrepó y se quedó mirando a Henry a través de la oscuridad.

      ¿Cómo anda Lucy últimamente, Henry? ¿Tirando?

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