Ruina y putrefacción. Jonathan Maberry
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Название: Ruina y putrefacción

Автор: Jonathan Maberry

Издательство: Bookwire

Жанр: Книги для детей: прочее

Серия: Ruina y putrefacción

isbn: 9786075572116

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СКАЧАТЬ más duros en todo Ruina y Putrefacción. Todos lo decían. Excepto unos pocos excéntricos, como el alcalde Kirsch, quien dejaba tal honor en Tom Imura. Benny pensaba que eso era basura, porque Charlie decía que Tom “era un poco suave con los zoms”, y lo decía de una manera que sugería que Tom o tenía miedo de una pelea real o no tenía el valor necesario para ser un cazador de zombis de primera clase, un rufián de las tierras yermas. Además, Tom no era ni la mitad de grande que Charlie ni se veía tan malo como el Martillo. No, Tom era un cobarde. Benny lo sabía de primera mano.

      Trabajar como cazarrecompensas era un negocio peligroso. No había uno más duro, hasta donde Benny sabía. A la mayoría de los cazarrecompensas les pagaba el pueblo por limpiar de zoms las áreas alrededor de la ruta comercial que conectaba a Mountainside con el puñado de otros pueblos que estaban regados por las montañas. Otros trabajaban en grupo como ejércitos de mercenarios para despejar pueblos fantasma, centros comerciales, bodegas y hasta algunas ciudades pequeñas, de manera que los comerciantes pudieran saquearlos y obtener suministros. De acuerdo con Charlie, la expectativa típica de vida de un cazarrecompensas era de seis meses. La mayoría de los hombres jóvenes que probaban el trabajo permanecían un mes o dos y luego renunciaban, al descubrir que matar zoms era muy diferente de lo que habían aprendido de familiares que hubieran sobrevivido la Primera Noche, y muy distinto de lo que se les enseñaba en la escuela o en los exploradores. Charlie y el Martillo habían sido los primeros cazadores —de nuevo, según Charlie— y lo habían hecho desde el comienzo, cobrando sus primeras muertes remuneradas ocho meses después de la Primera Noche.

      “Hemos eliminado más zoms que el Ejército, la Armada, la Fuerza Aérea y los Marines juntos”, presumía el Martillo al menos una vez al mes. “Y eso incluye a los cobardes de la Guardia Nacional.”

      A pesar de su arrogancia, su hedor y tendencias violentas, Charlie y el Martillo eran populares en todo el pueblo, en parte porque se veían demasiado altos y feos como para temerle a nada. Tal vez eran demasiado feos para morir. Si se podía creer en la mitad de su reputación, habían estado en más peleas cuerpo a cuerpo con los muertos vivientes que cualquier otro, y ciertamente más que los demás cazarrecompensas que trabajaban en esta parte de Ruina. Eran más duros incluso que cazadores legendarios, como Houston John, Wild Bill Fairchild, J-Dog y Dr. Skillz, o los hermanos Mekong. Claro, Benny debía comparar la reputación con la realidad exclusivamente con conjeturas, y al final tal vez no importaba quién hubiera matado más o cortado más cabezas. De acuerdo con Don Lafferty, el dueño de la tienda que llevaba su nombre, Charlie y el Martillo habían embolsado y etiquetado ciento sesenta y tres cabezas con nombre y tal vez dos mil muertos sin nombre. Cada muerte había sido, además, un trabajo remunerado.

      Charlie y el Martillo también hacían “cierres”: localizar a un familiar o amigo zombificado de un cliente para ponerlos a “descansar”. El alcalde Kirsch decía que tenían un rendimiento de cierres tan alto como Tom, aunque Benny lo dudaba. No había manera de que el rendimiento de Tom pudiera estar cerca del de Charlie. Tom nunca tenía dólares extra de ración para gastar, y Charlie siempre estaba comprando cerveza, bebidas y alas de pollo frito para la multitud que se reunía a escuchar sus historias.

      —¿Cuándo te vas a retirar? —preguntó Rigley Sputters, el cartero, mientras le servía a Charlie otro vaso de té helado—. Tus chicos han de ser tan ricos como Midas a estas alturas.

      —¿Midas? —preguntó el Martillo—. ¿Quién es ése?

      —Creo que vendía carburadores —dijo Norbert, uno de los comerciantes que usaban caballos con armadura para tirar de carros con bienes saqueados de pueblo en pueblo— y luego se compró un reino.

      —Sí —dijo Charlie, asintiendo como si supiera que aquello era verdad—. Rey Midas. De Detroit, seguro. Hizo una fortuna de autopartes y cosas así.

      Y todos estuvieron de acuerdo con él, porque eso era lo sensato. Benny asintió, aunque no tenía ni idea de qué fuera un carburador. Lou Chong y Morgie Mitchell asintieron también.

      —Bueno, muchachos —dijo Charlie con un guiño—, no digo que sea tan rico como un rey, pero yo y el Martillo nos conseguimos una buena olla de oro. Ruina ha sido buena con nosotros.

      —Así es —asintió el Martillo, con sus labios purpúreos apretados con seriedad—. Hemos eliminado muchos zoms.

      —Mi tío Nick dijo que ustedes mataron a los cuatro hermanos Mengler el mes pasado —dijo Morgie desde la parte trasera de la multitud.

      Charlie y el Martillo se echaron a reír.

      —¡Claro que sí! Los matamos más que bien muertos. Martillo se infiltró en su casa, poco después del amanecer, y arrojó una bomba Molotov en el techo. Los cuatro muertos salieron tropezándose a la luz del día. Estaban embarrados de sangre vieja y mierda de caballo y quién sabe qué otros desperdicios. Flacos y podridos, olían peor que cerdos sudorosos, y eso que estábamos a quince metros de distancia.

      —¿Qué hicieron? —preguntó Benny, con los ojos encendidos.

      El Martillo soltó una risita.

      —Jugamos un poco.

      Charlie rio al escucharlo.

      —Sí. Queríamos divertirnos un poco. En este negocio se está volviendo fácil matar a esos bichos. ¿O no?

      Unas pocas personas sonrieron o asintieron vagamente, pero nadie dijo algo en específico. Era una de esas veces en que no estaba claro cuál sería la respuesta correcta.

      Charlie continuó:

      —Así que yo y el Martillo decidimos hacerlo un poco más justo.

      —Justo —asintió el Martillo.

      —Dejamos de lado las armas.

      —¿Todas? —se asombró Chong.

      —Hasta la última. Pistolas, cuchillos, el tubo favorito de Martillo, los chacos, hasta las estrellas ninja que Martillo le quitó a aquel zom muerto que tenía una escuela de karate en el otro lado del valle. Nos quedamos en jeans y camisetas y los enfrentamos mano a mano.

      —¿Mano a mano? —preguntó Morgie.

      —Quiere decir “cara a cara” —dijo Chong.

      —Quiere decir “hombre a hombre” —restalló Charlie.

      Hasta Benny sabía que Charlie mentía, pero no lo dijo. No en la cara de Charlie, en cualquier caso. Nadie era tan tonto.

      Charlie le dedicó a Chong un vistazo rápido y desagradable y volvió a su historia.

      —A puño limpio los golpeamos tanto que se murieron de sorpresa, se levantaron y se volvieron a morir de la vergüenza.

      Todo el mundo echó a reír.

      Alguien se aclaró la garganta, y todos voltearon a mirar a Randy Kirsch, el alcalde del pueblo, allí de pie, con los brazos cruzados, la cabeza calva inclinada a un lado mientras miraba de Benny a Chong y a Morgie.

      —Pensé que estaban buscando trabajo, muchachos.

      —Conseguí trabajo —dijo Chong deprisa.

      —Yo tengo catorce —se excusó Morgie.

      —Sólo nos detuvimos por una bebida refrescante СКАЧАТЬ