Ruina y putrefacción. Jonathan Maberry
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Название: Ruina y putrefacción

Автор: Jonathan Maberry

Издательство: Bookwire

Жанр: Книги для детей: прочее

Серия: Ruina y putrefacción

isbn: 9786075572116

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СКАЧАТЬ de que lo dejarían beber la gaseosa que quisiera. Pero mientras iba por el camino, se encontró a un adolescente mayor —Bert, el primo de su amigo Morgie Mitchell— que trabajaba en la planta. Cuando Benny alcanzó a Bert, casi sintió arcadas. Bert olía horrible, como algo que se hubiera encontrado muerto debajo de unas duelas. Incluso peor. Olía a zom.

      Bert notó cómo lo miraba y se encogió de hombros.

      —Bueno… ¿a qué esperabas que oliera? Embotello esa cosa ocho horas al día.

      —¿Qué cosa?

      —Cadaverina. ¿Qué, pensabas que trabajo haciendo gaseosas? ¡Ya quisiera! No, trabajo en una prensa para extraer aceites de la carne podrida.

      El corazón de Benny se detuvo. La cadaverina era una sustancia de olor espantoso producida por hidrólisis de proteínas durante la putrefacción del tejido animal. Benny lo recordaba de la clase de ciencias, pero no sabía que estaba hecha de auténtica carne putrefacta. Cazadores y rastreadores la untaban en sus ropas para repeler a los zoms, porque a los muertos no les apetecía la carne podrida.

      Benny preguntó a Bert qué clase de carne se usaba para fabricar el producto, pero Bert se hizo el tonto y finalmente cambió de tema. Justo cuando Bert estaba por abrir la puerta de la planta, Benny se dio media vuelta y regresó al pueblo.

      Había un trabajo del que Benny ya sabía: artista de erosión. Había visto retratos de erosión clavados con tachuelas en cada pared de los puestos de vigilancia en la cerca del pueblo y sobre las paredes de los edificios alrededor de la Zona Roja, la extensión de campo abierto que separaba al pueblo de la cerca.

      Este trabajo parecía prometedor, porque Benny era un artista bastante aceptable. La gente quería saber cómo se verían sus parientes si fueran zoms, así que los artistas de erosión tomaban fotos familiares y las zombificaban. Benny había visto docenas de esos retratos en la oficina de Tom. Un par de veces se preguntó si debía llevar la foto de sus padres a un artista para que los redibujara. Nunca lo había hecho, sin embargo. Pensar en sus padres como zoms lo hacía sentirse enfermo y enojado.

      Pero Sacchetto, el artista supervisor, le dijo que intentara primero la imagen de un pariente. Decía que eso permitía entender mejor lo que estarían sintiendo los clientes. Así, como parte de su prueba, Benny sacó la foto de sus padres de su billetera y lo intentó.

      Sacchetto frunció el ceño y sacudió la cabeza.

      —Los estás haciendo verse malos y aterradores.

      Trató de nuevo con varias fotos de extraños que el artista tenía en su archivo.

      —Siguen siendo malos y aterradores —dijo Sacchetto con los labios apretados y una sacudida de desaprobación.

      —Son malos y aterradores —insistió Benny.

      —Para los clientes, no —sentenció Sacchetto.

      Benny casi se puso a discutir con él, diciendo que si él podía aceptar que sus propios padres fueran zombis comedores de carne —y aquello no tenía nada de agradable ni de tierno—, ¿por qué los demás no podían metérselo en la cabeza?

      —¿Qué edad tenías cuando tus padres murieron? —preguntó Sacchetto.

      —Dieciocho meses.

      —Entonces no los conociste en realidad.

      Benny dudó, y aquella vieja imagen destelló en su cabeza una vez más. Mamá gritando. La cara pálida e inhumana que debía de haber sido el rostro sonriente de Papá. Y luego la oscuridad mientras Tom lo llevaba a resguardo.

      —No —dijo con amargura—. Pero sé cómo se ven. Conozco cosas acerca de ellos. Sé lo que son. Quizás estén muertos ya, quiero decir… Los zoms son sólo zoms.

      —¿Lo son? —preguntó el artista.

      —¡Sí! —restalló Benny, respondiendo su propia pregunta—. Y todos deberían pudrirse.

      El artista cruzó los brazos y se apoyó en un muro manchado de pintura, con la cabeza inclinada mientras observaba a Benny.

      —Dime algo, muchacho —comenzó—. Todo el mundo perdió parientes y amigos por los zoms. Todos están muy afectados por eso. Tú ni siquiera conociste a aquellos a quienes perdiste, eras demasiado joven, pero mantienes tu odio al rojo vivo. Sólo te he conocido durante media hora y lo veo brotar por tus poros. ¿A qué se debe? Estamos a salvo aquí en el pueblo. Haz tu vida y deja atrás aquello que no puedes cambiar.

      —Tal vez soy demasiado listo para solamente perdonar y olvidar.

      —No —dijo Sacchetto—, no lo creo.

      Después de la entrevista, no se le ofreció el trabajo.

      3

      —Era un Pontiac LeMans convertible de 1967. Rojo sangre y tan modificado que dejaba atrás a cualquier maldita cosa en el camino. Y te digo que a cualquier otra.

      Así era como Charlie Matthias describía siempre su coche. Luego reía con una gran carcajada como un relincho, porque sin importar cuántas veces lo dijera, pensaba que era la broma más divertida de la historia. La gente tendía a reírse con él más que de la broma, porque Charlie tenía un pecho de un metro ochenta y bíceps de sesenta centímetros, y su sudor era una sopa de testosterona, esteroides anabólicos y whiskey Jack Daniel’s. Si la gente no se reía, él se enojaba y se lo tomaba personal. Por lo común, algo feo sucedía después de que Charlie se sintiera ofendido.

      Benny siempre reía. No porque tuviera miedo de Charlie, sino porque en realidad pensaba que el sujeto era hilarante. Y genial. Pensaba que no había nadie más genial en el planeta.

      A Benny no le importaba que el coche del que Charlie siempre hablaba se hubiera quedado sin gasolina trece años antes y fuera un montón de metal oxidado en algún lugar de Ruina y Putrefacción. Tampoco le importaba que el hecho de que el auto pudiese siquiera avanzar contradecía la historia: tras la radiación electromagnética, eso no era posible. En las historias de Charlie, aquel coche había pasado por bombas y monstruos y otras mil aventuras, y nunca sería olvidado. Charlie decía que él había sido un auténtico guerrero de la carretera en su LeMans, cruzando el asfalto y aplastando zoms.

      Todos los demás en la tienda de abarrotes Lafferty’s rieron también, aunque Benny estaba seguro de que un par de ellos podrían estar fingiendo. La única persona que no rio de la broma fue Marion Hammer, conocido por todo el mundo como el Martillo de Detroit. No era tan grande como Charlie, pero era feo como un bulldog y tenía cachas de pistola saliendo de todos sus bolsillos, así como un trozo de tubo negro que colgaba de su cinturón como una cachiporra. El Martillo no se reía mucho, pero cuando estaba de humor, sus ojos destellaban como los de un cerdo feliz, y una esquina de su boca se elevaba en lo que podría haber sido una sonrisa pero probablemente no lo era.

      Benny pensaba que el Martillo también era supergenial… Aunque no tanto como Charlie. Desde luego, nadie era tan genial como Matthias. Charlie era un albino de dos metros de altura con un ojo azul y otro rosa, que era lechoso y ciego. Había el rumor de que cuando Charlie cerraba su ojo azul, podía ver el mundo de los СКАЧАТЬ