El futuro comienza ahora. Boaventura de Sousa Santos
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СКАЧАТЬ de infecciones– ya albergaban a más de la mitad de la población mundial, en comparación con el 30 por 100 en 1918 (Smil, 2011). En el contexto actual, dominado por el gran capital global, el tráfico de mercancías (incluidos animales vivos y otros productos agrícolas) y de personas es mucho más voluminoso y rápido que a principios del siglo xx (Santos, 2018). Estas condiciones son el escenario ideal para la propagación de infecciones por todo el mundo, como nos enseñan las lecciones de las pandemias en la historia. La pandemia de la covid-19 y, antes, el SIDA y las tuberculosis resistentes a los antibióticos, nos han venido a recordar que las enfermedades infecciosas no han desaparecido, lo que contradice la posición de Frank Macfarlane Burnet y David White (1972), para quienes las enfermedades infecciosas eran cosa del pasado. La idea de que el conocimiento científico por sí solo protegería la salud pública sugería implícitamente que la exportación del modelo de salud hegemónico garantizaría la salud del planeta. Sin embargo, hoy en día hay muchas más enfermedades infecciosas nuevas, como el SARS, el VIH-SIDA y la covid-19. En total, su número casi se ha cuadriplicado en el último siglo (Smil, 2011). La discrepancia entre la afirmación del control de enfermedades, que dominó en el siglo xx, y la ignorancia sobre el futuro de la salud mundial, es cada vez más evidente.

      Por otro lado, la preocupación de la medicina colonial se centró principalmente en proteger la salud de los colonos europeos, en garantizar la superioridad militar y en apoyar el carácter extractivista de la relación capitalista-colonial (Arnold, 1993). Aunque los médicos y científicos coloniales contribuyeron sustancialmente al avance de la biomedicina, su trabajo dio prioridad, casi exclusivamente, a la salud de los colonos, y sólo secundariamente a la de los colonizados, y sólo en la medida en que era importante asegurar el mantenimiento y la reproducción de esta fuerza de trabajo (Schiebinger, 2005). Esta opción se reflejó, en los espacios metropolitanos, en una competencia por el conocimiento y la influencia utilizando el material disponible en las colonias. Así, se creó la idea de que el foco de las enfermedades infecciosas se encontraba sólo en las colonias, tema que sigue impregnando los estudios de salud en la actualidad. El conocimiento local fue utilizado, como siglos antes en las Américas, como mera «información» y no como otro conocimiento que podría haber sido de gran utilidad en la búsqueda de soluciones contextualizadas (Santos, Meneses y Nunes, 2005).

      La medicina colonial (o tropical, en contextos poscoloniales) favoreció la malaria, el cólera, la fiebre amarilla, la enfermedad del sueño y otras enfermedades específicas, centrándose en enfoques tecnológicos estrechos en la búsqueda del control de la enfermedad (Tilley, 2011; Chigudu, 2020). Las consecuencias adversas del encuentro colonial reflejan la «violencia estructural» del modelo colonial-capitalista (Farmer, 2001). La estructura política y económica sobre la que se basó el dominio colonial no sólo interrumpió la vida y los medios de vida de las personas y las comunidades, sino que también creó desigualdades duraderas, que sentaron las bases para la reproducción de estas formas de violencia (Tilley, 2016). Incluso en el caso del personal biomédico que trabajó en contextos coloniales, y que buscó tomarse en serio el principio ético de «no hacer daño», tuvo que afrontar los problemas de salud generados por la gobernanza colonial, como señaló Frantz Fanon (1965), aunque fueran o no conscientes de su papel en su producción.

      El enfoque en el control de enfermedades ha reducido la necesidad de garantizar la cooperación y el diálogo con otros sistemas de salud. Esta perspectiva extractivista sigue predominando entre los grupos de interés de especialistas del Norte global, buscando utilizar su influencia para identificar qué enfermedades merecen ser estudiadas y qué medicamentos deben desarrollarse (Feierman, 1985), sobre todo para asegurar la no contaminación del Norte, sea la salud curativa. Esto explica por qué la mayoría de las Big Pharma nacieron o evolucionaron a partir de empresas que suministraban medicamentos para ser aplicados principalmente a los colonos en las colonias.

      En este capítulo he procurado mostrar cuán comunes han sido las devastadoras epidemias, que matan a millones de personas. Pero también he alertado obre el hecho de que las sociedades y las personas no comprenden la importancia relativa de los riesgos para la salud que conllevan. Todo parece indicar que estamos en un momento único, ante un patógeno que aprovecha un perfecto cóctel de condiciones para propagarse: una mezcla de contagiosidad y virulencia, donde las sociedades brindan la participación esencial de los humanos, la circulación contínua de bienes, aglomeraciones urbanas, viajes globales y crecientes desigualdades sociales.

      La covid-19 expone cruelmente cómo la economía global interconectada ayuda a propagar nuevas enfermedades infecciosas y que las largas cadenas de producción crean una vulnerabilidad especial. La capacidad de llegar a casi cualquier parte del mundo en menos de un día y de llevar un virus en el equipaje de mano permite que surjan y se propaguen nuevas enfermedades. A pesar de todos los avances logrados en la lucha contra las enfermedades infecciosas, el crecimiento humano descontrolado, asociado a la destrucción de la naturaleza, nos hace más vulnerables a los microorganismos que evolucionan cuarenta millones de veces más rápido que nosotros. El cambio climático, al que no es ajena la acción humana, está ampliando el abanico de animales e insectos transmisores de enfermedades, sugiriendo, como he señalado, que estamos entrando en una época de pandemias intermitentes (Santos, 2020a).

      La historia no se repite, pero la historia de las epidemias –llena de semillas de sabiduría– señala lecciones importantes que es necesario conocer y aprender. Por ejemplo, para el éxito de la Revolución haitiana, liderada por Toussaint Louverture, contribuyó el brote de fiebre amarilla en la isla (James, 1938: 123; Orange, 2018). Aunque Napoleón envió un poderoso ejército, con la esperanza de aplastar la revuelta y restaurar la esclavitud, la revolución triunfó en Haití, entre otras razones, porque el ejército negro, procedente de África, tenía inmunidad a esta enfermedad, lo que no ocurría con el ejército francés enviado por Napoleón.

      Este conocimiento y experiencia sugieren la importancia de enfoques interdisciplinarios para el estudio de las epidemias. El énfasis en un enfoque de la salud como espacio de diálogo, polémica y combinación entre saberes médicos revela la importancia fundamental de las dimensiones sociales y epistémicas en el estudio de las enfermedades. El trabajo profundamente contextualizado de la historia social de las epidemias muestra que las relaciones entre enfermedad, salud y cambios sociales son muy complejas, ya sea a microescala o a escala global. Esta complejidad es evidente en la interpretación del «carácter» de cualquier enfermedad. Sheldon Watts (1997: 122-139) llama la atención sobre la distinción necesaria entre el conocimiento biomédico y la construcción e interpretación social de la enfermedad (es decir, la percepción culturalmente mediada de cualquier enfermedad) y las condiciones para tratarla.

      Las informaciones que nos llegaron sobre la covid-19 revelaron directa o indirectamente el impacto de las reformas neoliberales en el campo de la salud, hoy transformado en un espacio de (re)producción de capital. No importa si la persona está enferma o no; interesa saber si tiene seguro médico o si tiene acceso a un frágil sistema nacional de salud (en el caso de los países más ricos) y, en los países del Sur global, si tiene acceso a centros y hospitales con malas condiciones, como resultado de la combinación neoliberal СКАЧАТЬ