Название: El futuro comienza ahora
Автор: Boaventura de Sousa Santos
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
Серия: Cuestiones de Antagonismo
isbn: 9788446050490
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El ejército [inglés] estaba acampado junto a un río; los iroqueses, que pasaban la mayor parte de su tiempo cazando, decidieron arrojar al río todas las pieles de los animales que despellejaban, desafiando el campamento; el agua pronto se infectó. Los ingleses, que no sospechaban de esta perfidia, continuaron bebiendo esta agua, que mató a un gran número [de ingleses] (Charlevoix, 1744: 339).
En un estudio reciente, Paul Kelton (2015) muestra cómo los cherokee respondieron a las epidemias de Europa de manera proactiva, creativa y, a veces, efectiva –implementando cuarentenas y aislamiento–. Con este fin, los cherokee reconfiguraron su cosmología, integrando rituales para hacer frente a la enfermedad, incluida la incorporación del espíritu de la viruela en sus creencias. Los cherokee también se enfrentaron abiertamente a los colonos europeos, en lo que se conoció como la guerra de los cherokee. En su origen, estuvieron las constantes violaciones a las tierras indígenas y los ataques a poblaciones por parte de los colonos. Es durante este periodo cuando las fuerzas británicas ejecutan acciones militares para expulsar a los nativos americanos de sus tierras, cortándoles el maíz, quemando sus casas y convirtiéndolos en refugiados. Por su parte, los pueblos de las naciones originarias reaccionaron con acciones armadas, desafiando a las tropas británicas.
La historia contada por los vencedores de la colonización nos dice que los pueblos indígenas fueron diezmados, sobre todo, por enfermedades transmitidas accidentalmente por los europeos. Pero el contagio no siempre fue accidental, hay registros de guerra biológica[15]. El caso de las mantas infectadas, citado en un poema reciente del poeta indígena Sherman Alexie, escrito a propósito del nuevo coronavirus[16], aparece relatado en el diario de William Trent (1715-1784), comerciante y especulador de tierras, ocasionalmente con responsabilidades militares durante la Guerra franco-india (1754-1763) y, poco después, durante el asedio de Fort Pitt, en 1763. Fue la Guerra (o Revuelta) de Pontiac (el jefe ottawa al frente de la rebelión). Una vez ganada la Guerra franco-india por la alianza entre los ingleses y una amplia confederación de tribus indígenas, los indios exigieron, según lo acordado, la devolución del territorio abandonado por los franceses derrotados. Ante la negativa británica, los indios resistieron e impusieron un asedio de varios meses a Fort Pitt, la fortaleza construida por los británicos durante la Guerra franco-india en lo que hoy es Pittsburgh, Pensilvania. Ese mismo año hubo un brote de viruela entre los invasores.
William Trent relata en su diario la llegada de dos emisarios delaware a Fort Pitt para negociar el abandono del fuerte por parte de los ingleses. Habiéndose negado definitivamente, los indígenas confirmaron que el asedio y la resistencia continuarían. Antes de partir, los dos delegados pidieron algunas provisiones para el viaje de regreso, a lo que los ingleses aceptaron de inmediato. Al paquete de víveres, agrega Trent, «por consideración hacia ellos, les dimos dos mantas y un pañuelo de seda del hospital de viruela. Espero que haya tenido el efecto deseado». El resultado no podría haber sido mejor para los invasores. La viruela se propagó entre los indios, habiendo diezmado tribus enteras, incluidas mujeres, ancianos y niños[17].
En el diario de William Trent no está claro de quién fue la idea de la generosa oferta de las mantas infectadas, ni quién dio la orden. Pero lo cierto es que el general Jeffrey Amherst, destinado en Nueva York y responsable máximo de las operaciones en Fort Pitt, aunque no hubiera tenido conocimiento de este caso en particular, habría dado su total aprobación a la iniciativa. Con respecto a otro brote de viruela entre los soldados ingleses, el general escribe a uno de sus coroneles: «¿No se podría encontrar la manera de llevar la viruela a estas tribus indias rebeldes? Tenemos que reducirlas a toda costa». Del resto de la correspondencia entre los dos soldados, se deduce que la estrategia de guerra a ser adoptada (método es la palabra usada) incluía mantas de viruela infectadas. La epidemia serviría para «extirpar la execrable raza»[18]. El uso bélico de la viruela en la guerra contra Pontiac no fue un caso aislado; relatos similares han aparecido con frecuencia en los Estados Unidos del siglo xviii (Mayor, 1995). Como señala Elizabeth Fenn (2002: 1553), en ese momento muchos de los participantes en las guerras de ocupación del continente americano tenían el conocimiento y la tecnología necesarios para provocar acciones de guerra biológica con el virus de la viruela, cualquiera que fuera el «enemigo». El «método» se utilizó en otros combates y funcionó. En el siglo xviii, los colonizadores de América del Norte ya sabían que las enfermedades europeas contraídas sin querer por los aztecas habían ayudado a Cortés a conquistar México[19]. Las innumerables epidemias de viruela que continuaron diezmando a los indígenas a lo largo del siglo xviii, muchas de ellas provocadas deliberadamente por el invasor, así como el resultado final, muestran bien la eficacia colonizadora de la guerra biológica. Tanto ingleses como estadounidenses se acusaron mutuamente de provocar deliberadamente epidemias de viruela durante la Guerra de Independencia. El Protocolo de Ginebra, de 1925, que entró en vigor en 1928 prohibiendo el uso de armas bacteriológicas y químicas, debería haber puesto fin a estos comportamientos bélicos crueles, totalmente contrarios a la ética. Sabemos que no es así.
Más al sur, Brasil, por ejemplo, también conoció episodios de este tipo de sabotaje biológico, especialmente en los siglos xviii y xix. Desde principios del siglo xix, los bosques brasileños comenzaron a experimentar un fuerte impacto humano: deforestación para el suministro de madera para construcción y leña, y quema de grandes áreas para abrir terrenos para la siembra agrícola o el pastoreo de animales de carga y transporte (Duarte, 2002). Además de los pueblos indígenas, la región estaba habitada por soldados, negros esclavizados, poblaciones libres y marginadas de la sociedad imperial, naturalistas, ingenieros, hacendados, sacerdotes contratados por el gobierno, autoridades policiales e inmigrantes de varias partes del mundo. En este encuentro con los bosques brasileños, los recién llegados afrontaban calor, humedad, regiones a veces pantanosas, mosquitos, enfermedades tropicales, incluidas las causadas por parásitos y virus locales. Los pueblos indígenas opusieron una fuerte resistencia a la destrucción de sus territorios por parte de la empresa colonial que los condenó al ostracismo, aplicando una política violenta de aniquilación física.
En 1808, una carta real de Dom João VI, dirigida al gobernador y capitán general de la capitanía de Minas Gerais, estableció el estado de guerra contra los indios botocudos[20], descritos como caníbales (Cunha, 1992a: 57). En esta carta y en varias de la misma época, el príncipe regente D. João defiende la ocupación de los colonos en estos territorios. Esta opción política se manifestó en una serie de acciones violentas contra las poblaciones indígenas, esclavizándolas o matándolas. Esta opción encontró respaldo político y se justificó, como sucedió antes en otros contextos estadounidenses, por ser «guerras justas» (Cunha, 1992a: 59-72), dando continuidad a las guerras de exterminio que habían comenzado con la penetración colonial, en el siglo xvi. Una parte importante de la ocupación del interior brasileño se produjo utilizando las prerrogativas de las guerras justas de D. João, que garantizaban a los colonos el derecho a ocupar las tierras que conquistaron a los indígenas y a encarcelar a sus habitantes por un periodo de 15 años, para prestarles servicios, si estos pueblos no aceptasen pacíficamente servir bajo el mando de las armas reales (Sposito, 2011: 58). Atacar a los indígenas, esclavizarlos, formaba parte de una economía donde la ocupación de la tierra era el principal objetivo, ya sea para la producción agrícola o para la ganadería.
Las pésimas condiciones de vida de los indígenas y personas esclavizadas, obligados a trabajar en las haciendas, están descritas por el naturalista francés Auguste de Saint-Hilaire (1976 [1851]), en su libro dedicado a la región de São Paulo. Además de su mérito científico, las observaciones de Saint-Hilaire, realizadas en los años de 1820, son de gran relevancia histórica para Brasil, ya que contienen análisis detallados de la sociedad y las costumbres brasileñas en la primera mitad del siglo xix. Saint-Hilaire consideraba repugnante la violenta explotación laboral de los indígenas, que padecían enfermedades altamente contagiosas transmitidas por los colonos europeos. Tal situación, conocida desde el siglo xvi, provocó СКАЧАТЬ