El futuro comienza ahora. Boaventura de Sousa Santos
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СКАЧАТЬ la bacteria de la peste (Echenberg, 2007). Pero el epicentro de esta epidemia fue la región china de Yunnan, que en la década de 1850 experimentó una rápida afluencia de chinos han. Estos migrantes llegaron a la región como mineros, para trabajar en la exploración de los recursos minerales existentes (Benedict, 1996: 47). Paralelamente, el comercio del opio estaba cobrando impulso; con las mejoras en el transporte, el número de migrantes en la región se disparó y pequeños brotes de peste dieron lugar a la epidemia, que se extendió a otras regiones de China. En 1894, la enfermedad llegó a Cantón, habiendo, desde marzo y en unas pocas semanas, matado a 60.000 personas (Pryor, 1975: 69). El tráfico diario entre Cantón y la vecina ciudad de Hong Kong dio lugar a una cadena de contagio que transmitió la peste a esta ciudad portuaria. Se sospecha que la epidemia entró en la India desde Hong Kong, transportada por ratas llenas de pulgas infectadas o por pasajeros ilegales infectados, que seguían en los barcos mercantes británicos cargados de opio. En la India, la epidemia se propagó rápidamente, llegando a Bengala y Punjab, y también a Birmania (ahora Myanmar). La velocidad de la propagación se debió, en parte, a la inacción de los agentes políticos. Durante las primeras etapas de la epidemia, la administración británica, para no poner en peligro el floreciente comercio global, mantuvo sus puertos abiertos a las actividades comerciales. Esta opción fue desastrosa, ya que promovió la propagación de la enfermedad. Paralelamente, el desplazamiento masivo de más de 200.000 personas al interior de la India que buscaban escapar de la peste, llevó la enfermedad consigo a regiones más remotas, especialmente en el oeste y norte de la India. En 1898, la epidemia ya había matado a unas 300.000 personas.

      Además de las acciones inmediatas del médico Acácio Gabriel Viegas, el gobierno colonial se vio obligado a tomar varias medidas para controlar el azote: cabe destacar la cuarentena, los campos de aislamiento, las restricciones de viaje y la prohibición de la práctica de la medicina tradicional india. La administración colonial británica recurrió también a la Ley de Enfermedades Epidémicas, de 1897. Esta ley, aún vigente y utilizada recientemente durante la pandemia de la covid-19, autoriza al gobierno estatal a tomar medidas extraordinarias cuando «se vea amenazado por el brote de cualquier enfermedad epidémica peligrosa». La legislación también estipula que el Estado puede hacer cumplir regulaciones provisionales, «para ser observadas por el público, según sea necesario para prevenir el brote de una enfermedad o su propagación» (Dey, 2020). Para la población india, estas medidas fueron percibidas como culturalmente intrusivas y, en general, represivas. Por ejemplo, la prohibición de la medicina homeopática, llevada a cabo principalmente en los hogares de las personas, provocó varios episodios de impugnación (Das, 2011). Peor aún fueron las acciones de salud pública desarrolladas por la administración colonial. Jóvenes médicos, apoyados por el ejército y la policía, desnudaban públicamente a hombres, mujeres y niños en busca de señales de peste bubónica. Varios relatos afirman que las mujeres indias preferían morir antes que exponer el cuerpo a médicos desconocidos. Las historias existentes se refieren también a la resistencia cultural de los hindúes a exponer el cuerpo a la observación de los ingleses (Arnold, 1987). Los individuos infectados fueron puestos en cuarentena u hospitalizados. A menudo, durante el proceso de desinfección, las casas, los alimentos, la ropa y otros bienes de las personas infectadas eran quemados y destruidos, sin su consentimiento. Disgustadas, las poblaciones afectadas protestaron, provocando, en ocasiones, el caos en varias regiones.

      Otras varias epidemias han sacudido al mundo. Una de ellas, la viruela, conoció numerosos brotes a lo largo de los siglos, siendo considerada la enfermedad más mortal de la historia (Hopkins, 2002).

      La viruela: un arma genocida del colonialismo

      La llegada de los europeos a las Américas, a fines del siglo xv, está asociada a la ocurrencia de varios brotes epidémicos en las décadas siguientes, que tuvieron como consecuencia la aniquilación de la mayoría de los pueblos indígenas de las Américas (Lovell y Cook, 2000). Pero el impacto de las enfermedades no se puede entender sin tener en cuenta las diversas dimensiones de la violencia a la que fueron sometidos los pueblos colonizados (migración forzada, esclavitud, exigencias laborales enormes y pago de impuestos exorbitantes) y la devastación ecológica que acompañó los procesos de colonización (McCaa, 1995: 429). La violencia colonial redujo considerablemente las defensas de los pueblos indígenas frente a los ataques de los colonizadores, afectando sustancialmente la economía y las estructuras sociales y culturales de las colonias (Díaz de León, 2014: 26). En este sentido, las epidemias, en contextos coloniales, se transformaron en una combinación devastadora de episodios de genocidio (muerte masiva de cuerpos) y epistemicidio (muerte masiva de conocimientos, culturas, memorias), cuyos efectos aún persisten en nuestros días (Santos, 2003a; 2014a; 2019a).

      El relativo aislamiento de los pueblos indígenas de las Américas los convirtió en víctimas de brotes de diversas enfermedades infecciosas, especialmente viruela, sarampión, tifus y cólera. Estas enfermedades fueron causadas por virus y bacterias traídos por los colonos europeos al «nuevo» continente (Nunn y Qian, 2010). La disminución de la población fue drástica. En el caso de México, las estimaciones existentes sugieren que se trataba de una región bastante poblada en la primera mitad del siglo xvi, antes de la llegada de los europeos. Las proyecciones para el centro de México y Yucatán combinados oscilan entre 3 millones y más de 52 millones de personas muertas por epidemias (Koch et al., 2019); un cálculo promedio sugiere 20 millones. En el caso de la Amazonía, se asume que esta vasta cuenca de drenaje y las áreas forestales contiguas eran regiones de densidad poblacional relativamente baja (Sá, 2004: 174). En relación al Imperio inca (que cubría los territorios actuales de Perú, Bolivia, Ecuador, sur de Colombia, Chile y partes del nordeste argentino), las estimaciones de las poblaciones de estas regiones poco antes de la conquista (1533), oscilan entre 4 y 43 millones (Lovell y Cook, 2000), con una población probable de alrededor de 9 millones para el territorio inca. En el caso de América del Norte (Estados Unidos de América y Canadá), análisis recientes sugieren una estimación de entre 2,8 millones y 5,7 millones (Milner y Chaplin, 2010).