Si el tiempo no existiera. Rebeka Lo
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Название: Si el tiempo no existiera

Автор: Rebeka Lo

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: HQÑ

isbn: 9788413750095

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СКАЧАТЬ justo antes de que yo me quedara dormida.

      Entreabrí un poco los ojos para preguntarle.

      —¿Me dolerá? —pregunté siguiendo la lógica infantil.

      —No, pequeña. Solo recuerda cuando hayas saltado que sigues siendo tú y ¡vive!

      Tenía que ser eso, no encontraba otra explicación. Los breves episodios que me habían ocurrido hacía tantos años eran la preparación, o la prueba, para saber si tendría el valor necesario para ser otra versión de mí misma y seguir el consejo de mi abuela: vivir allí donde y cuando me tocara hacerlo.

      Se habían terminado los ensayos. Acababa de hacer mi debut, ¡y de qué manera!

      No tenía claro si me despertaría de golpe y aparecería de nuevo en lo que había sido mi vida hasta hacía tres días o cuánto tiempo permanecería allí. No era capaz de recordar más pistas y mis anteriores episodios nunca habían pasado de unos minutos de duración por lo que no me servían de gran ayuda. Nunca había permanecido tanto tiempo dentro de otra vida, de otra cuerda, de otro plano. De lo que estaba segura era de que no me quedaba más remedio que adaptarme lo antes posible.

      La mañana del cuarto día me levanté temprano, como ya era mi costumbre, dejando a mi amigo peludo remolonear sobre la manta que compartíamos. El agua estaba helada, pero sentirme limpia, aunque de manera un tanto precaria, me reconfortaba. Me habían proporcionado una camisola de tela vasta y unas calzas además de la manta. Me despojé de la parte superior e introduje mi mano en el cubo sintiendo cómo se me erizaba todo el vello con su contacto.

      La voz a mi espalda atronó la quietud de la mañana.

      —¡Por los clavos de Nuestro Señor Jesucristo! Pero ¿qué demonios…?

      Cogí rápidamente la camisa para cubrirme el pecho, pero Bernal ya había visto lo suficiente.

      —Bernal… yo…

      No me dejó continuar.

      —¡Tú! ¡Tú eres…! —Me señalaba con el dedo índice.

      Di un paso hacia delante apenas cubierta con la camisa que sujetaba con mi mano izquierda.

      —… una mujer —dije completando su frase—. Y por el escándalo que estás montando tal parece que nunca hubieras visto a una.

      Por lo que conocía de Bernal hasta el momento estaba segura de que apreciaría que fuera directa. Su rostro empezó a relajarse y soltó una risotada.

      —¡Demonio de chico! —se corrigió—. Perdóname, no quería… es decir…

      —Entiendo tu sorpresa, pero empiezo a congelarme. ¿Podrías darte la vuelta para que termine de vestirme?

      Se giró de mala gana, no estaba dispuesto a quedarse a medias con la información.

      —Pero ¿por qué has mentido?

      —Simplemente me pareció más seguro dadas mis circunstancias y te recuerdo que fuiste tú quien me asignó género. Lo único que yo hice fue no sacarte del error.

      Asintió. Una mujer sola y desorientada era una presa fácil y más en tiempos convulsos como aquellos.

      Había escuchado hablar a los mozos entre sí y la tensión se palpaba en el ambiente. Palabras sueltas que me ayudaron a conocer el momento que estaba viviendo la villa. Al parecer llevaba meses sitiada por el ejército del rey Enrique III de Castilla. De inmediato se me vino a la cabeza la imagen del colegio y su añeja marca de una bombarda en la fachada. Nos habían contado su historia. Algo sobre un tal conde Alfonso Enríquez, el primogénito, pero bastardo hijo de Enrique II de Trastámara que nunca había cejado en su empeño de proclamarse legítimo heredero al trono y que se había levantado en armas en su más formidable fortaleza: la casi inexpugnable villa de Gixón. A mí me había encandilado la historia de caballeros aguerridos y luchas con espada así que había prestado más atención de la habitual y fantaseado con castillos.

      Gixón era una península fortificada, una auténtica fortaleza natural, a media legua del cabo de Torres y tres leguas del cabo de Peñas.

      La rodeaban, por un lado, el bravo mar Cantábrico y sus acantilados. Por el otro, estaba amurallada desde los tiempos de los romanos. Un castillo bien protegido por un foso ancho y profundo que se llenaba de agua de mar cuando subía la marea y dejaba a la península sobre la que se asentaba la villa incomunicada guardaba la entrada. Además, la estrecha lengua de tierra, que no superaba los trescientos pasos de anchura en la bajamar ni los ciento cincuenta en la pleamar y que la unía con el continente, era un terreno cenagoso que hacía compleja la conquista. Amén de que desaparecía bajo el agua cuando la marea era alta. Asimismo, era imposible rendir la villa por hambre dado que se abastecía por mar. Los consejeros del rey Enrique III lo sabían, al igual que conocían la crudeza con la que el invierno asturiano podía tratarles. Por ello, estaban abiertos a pactar una tregua y a que un árbitro neutral mediara en el conflicto.

      Pero ¿en qué siglo había sucedido todo aquello? Esa era la cuestión fundamental. Hice un esfuerzo por recordar… tenía que haber sido en torno al siglo… XIV o XV. La noticia me golpeó de lleno confirmando lo que me había estado negando a admitir. Ya no tenía ninguna duda, había saltado.

      Desde luego, no era el mejor momento para aparecer de la nada, pero los humanos solo podemos jugar las cartas que nos reparte el destino. Así que tendría que jugar bien mis bazas, si es que las tenía.

      La voz de Bernal me sacó de mis pensamientos.

      —Está bien. Luego me lo contarás, pero ahora recoge tus cosas, nos vamos.

      Le miré preguntándome si todos los saltadores se toparían con un ángel de la guarda como aquel o si yo sería más afortunada.

      —¡Espera!

      —¿Qué pasa ahora? —me preguntó con impaciencia.

      —No puedo dejar aquí a Beo.

      —¿Qué tipo de nombre es ese para un perro?

      —El diminutivo de Beowulf, está claro.

      Gruñó algo por lo bajo, pero nos lo llevamos.

      —¿A dónde nos dirigimos? —quise sonsacarle.

      —¿Has cambiado de personalidad además de sexo? En estos días prácticamente he tenido que arrancarte las palabras y ahora te has vuelto de lo más locuaz.

      Estaba claro que fuéramos a donde fuéramos quería llegar pronto. Tenía prisa, pero al llegar a una callejuela estrecha y que me daba mala espina se detuvo en seco.

      —¿Qué ocurre? —pregunté.

      —Espera aquí.

      Se dio la vuelta para ir a algún sitio. Yo no estaba dispuesta a quedarme allí en medio sola.

      —¿Por qué?

      —Porque yo te lo pido.

      —Pero ¿por qué no puedo ir contigo?

      —Porque no.

      —Pero СКАЧАТЬ