Si el tiempo no existiera. Rebeka Lo
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Читать онлайн книгу Si el tiempo no existiera - Rebeka Lo страница 6

Название: Si el tiempo no existiera

Автор: Rebeka Lo

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: HQÑ

isbn: 9788413750095

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СКАЧАТЬ el mostrador de la taberna vi unas conchas. Alguien negociaba con Juana la venta de aquellos moluscos. Ella regateaba con habilidad. Y de pronto, se me ocurrió. Quizás fuera una idea descabellada, pero era la única que había surgido en mi mente así que tendría que apañarme con ella.

      —La ruta Jacobea —solté.

      Bernal compuso un gesto de desconcierto.

      —¿Qué quiere decir eso?

      —Íbamos camino de Santiago. —Tenía que ganar tiempo para seguir armando mi mentira, así que soltaba poco a poco lo que se me iba ocurriendo.

      La exhibición de la espada por parte de Bernal y el escenario en que me encontraba me sugerían que o bien mi sueño/alucinación transcurría unos cuantos siglos atrás o estaba en medio de una especie de juego de rol medieval muy bien organizado, así que mi historia debía ir en consonancia. Es más, sería divertido estar a la altura.

      La idea del juego de rol me tranquilizó. Podía explicar aquel embrollo en el que estaba inmersa y que todo el mundo pareciera tan metido en su papel. La gente solía tomarse muy en serio su participación. Se había puesto de moda que empresas especializadas reprodujeran series de éxito en rutas itinerantes de ciudad en ciudad. El despliegue solía ser espectacular, una mini producción cinematográfica, y la participación masiva. Recordaba que Javi, un compañero de trabajo, se había apuntado a uno de esos juegos hacía unos meses. Era un friki de The Walking Dead y había reservado plaza con meses de antelación. Cuando me enseñó las fotos tuve que admitir lo bien montando que estaba, ¡hasta había un helicóptero con actores disfrazados de soldados patrullando el recinto por el que los zombis perseguían a la resistencia! No recordaba que hubiera una serie medieval de éxito emitiéndose en esos momentos, pero tampoco es que yo estuviera muy al tanto de las novedades y había infinitas plataformas e infinitas series, imposible conocerlas todas. Además, seguramente se trataría de algo llegado de Estados Unidos. Sí, seguro que Estados Unidos tenía la culpa de este lío.

      —¿Quiénes? —me preguntó.

      Ya casi me había despistado entre tanto zombi y tanto marine suelto con la testosterona por las nubes, pero retomé mi historia:

      —Los monjes, somos peregrinos —afirmé con seriedad.

      Frunció el entrecejo. Yo no sabía si aquello era bueno o malo.

      —Continúa…

      —Viajaba con unos monjes en peregrinación para visitar las reliquias del apóstol Santiago. Pensábamos llegar hasta Campus Stellae, ya sabes, el lugar donde se descubrió el sepulcro en un bosque cerca de Iria Flavia. —Había estado buscando información sobre el camino una lluviosa tarde de sábado de hacía unos meses. Decían que quienes hacían el camino volvían cambiados y yo andaba falta de un cambio en mi vida. Poco podía imaginar que el cambio iba a llegar sin necesidad de dar un paso.

      Bernal asintió. Debía de conocer que la ruta Jacobea antigua atravesaba Asturias continuando el camino de Santiago francés. La llamaban la ruta primitiva por ser la primera que fue utilizada por el propio rey Alfonso II, el Casto, cuando hasta sus oídos llegó la noticia del hallazgo del cuerpo del Apóstol. Tal era la importancia de la ruta que resultaba parada obligada la ciudad de Oviedo con su Catedral de San Salvador erigida en el siglo XIII. La Cámara Santa de la Catedral albergaba numerosas reliquias, aún hoy en día se conserva un lienzo de lino con manchas de sangre y quemaduras de velas que se venera como el sudario que cubría la cabeza de Jesús de Nazaret y que se menciona en el Evangelio de Juan. Se hizo famoso el dicho: «Quien va a Santiago y no al Salvador, visita al criado y deja al Señor».

      —Decidieron parar aquí para reponer fuerzas. Uno de los monjes había pasado algunos años en el convento benedictino de San Juan Bautista. —En mi mente se dibujó la imagen de la pequeña iglesia. Hay que ver las cosas que se recuerdan de pronto cuando hacen falta.

      Yo solía pasar los veranos en la casa de mi abuela en el pueblo y los restos de los capiteles del antiguo pórtico de la iglesia me tenían fascinada. Aquellas figuras desgastadas por el paso de siglos y que yo jugaba a intentar descifrar. Había hojas, un animal mordiendo a una figura humana que me valió no pocas pesadillas, alguna representación demoníaca y las típicas escenas de caza. Pero lo que a mí realmente me impresionaba era el león. Aquel magnífico león con su pata derecha levantada desplegando todo su poder.

      La voz de Bernal interrumpió mis fantasías:

      —Ese lugar se encuentra fuera de las murallas.

      Un pequeño desliz, tenía que ser más prudente o dar datos más generales para resultar creíble. Por la puntualización de Bernal el juego debía de estar ambientado en un momento temporal en que Gijón se limitaba a la península de Cimadevilla circundada por la muralla romana, así que el resto serían praderías y pequeños y dispersos poblados.

      —Sí, eso es. Quise acercarme a la villa, mi familia procede de aquí y sentía curiosidad por volver a visitar los lugares de mi infancia. Me escabullí mientras dormían. Fue fácil, fray Norberto tiene el sueño profundo y si los demás se enteraron de que me iba les dio igual. —Tomé aire antes de proseguir—: Tuve que caminar bastante hasta llegar aquí. Cuando pensaba en regresar la marea comenzó a subir y me quedé atrapado, sin poder cruzar.

      —¿Me estás diciendo que lograste pasar el cerco, cruzar la muralla y llegar al centro de la villa tú solo?

      —Eso parece…

      Se quedó pensativo supongo que valorando si creerme o no.

      —Está bien, muchacho. Puede que nadie haya reparado en ti. Son momentos de confusión y estarán más distraídos o… —Hizo una pausa remarcando la última letra y apretó la mandíbula—: puede que me estés mintiendo.

      Me estremecí, resultaba muy convincente en su papel. Dejó pasar unos segundos que se me hicieron eternos y, sin previo aviso, me palmeó la espalda en señal de confianza.

      —Aunque si lo haces tendrás tus motivos. —No debí de parecerle peligrosa y, sin duda, estaba acostumbrado a juzgar a las personas—. Esta noche dormirás en los establos, con los mozos, y mañana te ayudaré a volver al convento.

      —¡No! —No quería irme a ninguna parte antes de ser capaz de asimilar dónde estaba o lo que estaba ocurriendo. Hasta ahora todo eran hipótesis, pero lo cierto es que no tenía ni idea de qué trataba todo aquello.

      Me miró sorprendido por mi reacción.

      —¿No?

      —No puedo volver al convento, seguramente ya hayan partido.

      —¿Dejándote atrás? ¡Valientes peregrinos cristianos!

      —Es que… —balbucí— no deseo volver con los monjes, no estoy hecho para la vida monástica y esta es mi oportunidad de empezar una nueva.

      Enarcó una ceja.

      —Sea pues —dijo poniendo su poderosa mano sobre mi hombro izquierdo. Pesaba como el hierro—. Un hombre debe poder elegir su destino.

      Solté todo el aire contenido en un prolongado suspiro, ahora mismo el cansancio me abrumaba y la cabeza había vuelto a dolerme. Ya me daba igual pasar la noche en un establo o donde narices fuera, pero tenía que dormir un rato para poder tener la mente despejada.

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