Si el tiempo no existiera. Rebeka Lo
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Название: Si el tiempo no existiera

Автор: Rebeka Lo

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: HQÑ

isbn: 9788413750095

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СКАЧАТЬ ¿Qué demonios lleva esto? —exclamé.

      Bernal se rio, en el poco tiempo que llevaba con él ya me había percatado de que era un hombre de risa fácil.

      —¿No te gusta?

      —¡No! ¡Pica! —añadí con un mohín infantil.

      —Es por el jengibre, Juana es bastante aficionada a añadir una dosis extra. Piensa que así logra enmascarar el sabor de este horrible vino que nos hace tragar —declaró elevando el tono de voz para que la mesonera se diera por aludida.

      —¿No podría tomar un poco de agua? —pregunté inocente de mí.

      Bernal parecía divertido y lanzó otra de sus contagiosas risotadas.

      —¿Agua? ¿Acaso eres una rana?

      Se dirigió a la mesonera con su portentosa voz.

      —¡Juana! Un poco de sidra para mi joven amigo, tu vino le está poniendo colorado como un tomate maduro.

      Se oyeron risas al fondo. Verdaderamente el picante estaba surtiendo efecto y tenía la cara ardiendo.

      Juana, una mujerona entrada en carnes, se limpió las manos en un delantal con pinta de no haber visto el jabón desde hacía una buena temporada y me puso delante un vaso con otro líquido de dudosa procedencia. Lo miré con desagrado, pero me decidí a probarlo, no sin antes encomendarme a san Jorge, por si las moscas. Resultó ser una sidra fuerte y algo amarga, con un ligero tasto a la madera del barril en la que había madurado. Nada que una digna hija de Asturias no pudiera soportar e incluso… disfrutar. Sobre la higiene del vaso preferí ni manifestarme. Toda la taberna tenía el tufo característico de grasa requemada mezclado con demasiada gente, por no hablar del pegajoso suelo.

      —¿Mejor? —preguntó Bernal, que había llenado de nuevo su vaso con el brebaje de vino.

      Asentí sonriente. Él se inclinó sobre la mesa secándose la boca con la manga de la camisa.

      —Bien, pues entonces ya es hora de que me expliques qué hacías en la plaza lívido como si acabaras de ver a un espectro.

      Me removí en la silla y desvié la mirada hacia mi derecha de manera inconsciente. El grupo de piratas estaba ahora dando buena cuenta de unos platos de carne con un pan rústico que empezaba a estimular mi estómago. Samuel sujetaba una jarra de cerveza con unas manos fuertes de largos dedos. De pronto, ladeó la cabeza para mirarnos como si se hubiera sentido observado. Al encontrarme con sus ojos un escalofrío me sacudió como un rayo toda la espina dorsal.

      Vestía una camisa negra y holgada, sin cuellos, que dejaba a la vista sus clavículas. Sobre ella un chaleco con remaches metálicos. Un fajín de cuero ceñía a su cintura unos pantalones bombachos metidos dentro de unas botas de cuero reluciente también negras. En el dedo meñique de la mano izquierda resplandecía un sencillo anillo de plata formado por tres aros entrelazados. Pese a mis esfuerzos por impedirlo hacía rato que no podía mirar otra cosa más que a él. Si yo hubiera sido la Bella Durmiente solo habría abierto un ojo si aquella suerte de espécimen perfecto me hubiera besado. Me exigió una buena dosis de voluntad concentrarme de nuevo en lo que Bernal me estaba diciendo. Mi mente ya rodaba un videoclip completo al ritmo de Sweet Child Of Mine con el pirata haciendo de coprotagonista.

      —Ibas a contarme algo, ¿no es así? —me estaba preguntando Bernal con interés.

      Vacilé por un instante, no tenía ni la más remota idea sobre la respuesta que iba a darle. Tenía claro que no quería hacer o decir nada que pudiera enemistarme con él. Había sido muy amable conmigo. Mientras pensaba, y en un intento de concentrarme, fijé la vista en un punto que resultó ser la espada que Bernal portaba al cinto. Se dio cuenta y sonrió paciente. Iba a concederme tiempo.

      —Veo que te has fijado en mi hermosa Iona, ¿te gusta? —dijo posando su mano sobre el pomo con orgullo.

      La desenvainó y la colocó sobre la mesa para que pudiera apreciar los detalles de la hoja y la empuñadura. Yo no había visto una espada de cerca en toda mi vida, pero esta era, sin duda, impresionante.

      —Es una Claymore. La forjó para mí un herrero escocés.

      Alargué la mano para tocar la hoja, tenía una inscripción.

      —¡Cuidado! —me alertó haciendo que diera un respingo y retirara la mano—. Está bien afilada.

      —¿Qué pone ahí? —pregunté señalando la inscripción sobre el acero.

      —El lema de mi casa, los Villa: Una buena muerte honra toda una vida —suspiró emocionado—. Así ha de ser.

      Sobre la frase, que se extendía a lo largo de la hoja, habían grabado la imagen de un águila de sable con el pecho atravesado por una saeta.

      —¿Sueles ponerles nombre a todas tus armas? —pregunté sin levantar la vista del águila.

      Me dedicó una sonrisa pícara.

      —No, solo a ella. Una espada es como una buena amante. Debe conocer tus secretos y tú los suyos, y debe ser una prolongación de tu propio cuerpo. Unirse hasta ser uno para así alcanzar la gloria.

      Le miré con escepticismo, lo que pareció no afectarle en lo más mínimo. No andaba falto de imaginación.

      —Iona significa nacida del tejo —me explicó, se veía que el tema era de su agrado—. Los antiguos guerreros astures siempre llevaban encima un veneno hecho a base de extracto de tejo para suicidarse en caso de ser derrotados y evitar, así, ser hechos esclavos.

      —Resulta un poco lúgubre…

      —Ahhhh, mi querido muchacho. La vida es a veces lúgubre y la muerte es luz en ocasiones. Para un astur no hay peor muerte que la falta de libertad. Somos un pueblo de guerreros. Luchamos contra los elementos de esta tierra hermosa y agreste, luchamos contra aquellos que pretenden dominarnos. Contra lo que intenta domarnos, somos caballos salvajes. Y a los caballos salvajes les gusta correr notando el viento en su cara —afirmó.

      Envainó la espada con mimo. Mucho tiempo más tarde recordaría sus palabras al conocer a otros jinetes libres como el viento, mas, como he dicho antes, todo a su debido tiempo.

      —Pero basta ya de historias. Es tarde y tendrás hambre. Quizás cuando tu estómago esté bien lleno me contarás la tuya.

      Lo decidiría luego. Ahora mismo solo podía pensar en calmar mis tripas que llevaban un rato rugiendo sin pudor.

      No es que el pan fuese una maravilla, de hecho, tenía un poco de moho que aparté discretamente para no ofender a Bernal, quien se estaba tomando muchas molestias y además iba a pagar porque yo no llevaba un euro encima. Las monedas debían de habérseme caído del bolsillo cuando aterricé de bruces sobre la hierba del cerro. De todos modos, junto con el queso fuerte y curado me supo a gloria y reconfortó mi espíritu. Pronto comencé a sentir la placidez que acompaña a tener la tripa satisfecha y me recosté en la silla.

      Bernal casi no había probado bocado pese a que un corpachón como el suyo debía de precisar una buena ración para saciarse. ¿Sería uno de esos aficionados al deporte que solo comen pollo y claras de huevo? Esos músculos parecían los de una escultura.

      Me miraba mientras comía, cauto y СКАЧАТЬ