Pinceladas del amor divino. Erna Alvarado Poblete
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Название: Pinceladas del amor divino

Автор: Erna Alvarado Poblete

Издательство: Bookwire

Жанр: Документальная литература

Серия: Lecturas devocionales

isbn: 9789877982817

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       y aflicciones, mis luchas,

       mis mezcladas emociones,

       y me relajaré en tu gran amor”.

      Una mujer que ama a Dios

      “La mujer se salvará si cumple sus deberes como madre, y si con buen juicio se mantiene en la fe, el amor y la santidad” (1 Tim. 2:15).

      La mujer que es esposa y madre tiene un papel preponderante e insus­tituible en el hogar, y su influencia trasciende los límites de ese hogar. Por esta razón, es necesario que desarrolle un gran sentido de responsa­bilidad y compromiso en lo que concierne a la realización de las tareas comu­nes de la familia. “Llevar bien una casa no es cosa fácil. Requiere grandes dotes de organización, creatividad, fortaleza, sabiduría, bondad, dominio propio, prudencia, orden y buena administración” (Cantú, p. 173).

      La atención del hogar y la familia no es responsabilidad pequeña; por el contrario, es allí donde se forman vidas para esta tierra y para la eternidad. Elena de White dice: “El conocimiento de los deberes domésticos es de incal­culable valor para toda mujer. Hay familias [...] cuya felicidad queda arruinada por la ineficiencia de la esposa y madre” (El hogar cristiano, p. 75).

      Ante esta solemne declaración, la esposa, madre y ama de casa debería bus­car con deseo ferviente conocer y hacer la voluntad de Dios; solo así podrá reflejar lo santo y puro del cielo en todo lo que haga. ¡Cuántas son las mujeres que, abrumadas por las tareas propias del hogar, desarrollan un espíritu amar­go y ansioso, olvidando descansar a los pies de Jesús! Ojalá se detuvieran un poco y escucharan la dulce voz del Maestro diciéndoles: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mat. 11:28, RVR 95). Con cuánta ternura el Señor nos llama y cuán poco, a veces, estamos dispues­tas a aceptar su dulce invitación.

      Ahora es el momento de desarrollar una relación de compañerismo per­manente con Jesús, de tal manera que nuestros hogares sean como la luz guia­dora de un faro en medio de la oscuridad de la noche. Seamos mujeres de oración, para que podamos modelar las virtudes eternas frente a nuestros hijos, y ser de apoyo y ayuda para nuestros esposos. Recuerda que todo lo que haces está a la vista de Dios. Que tu oración sea: “Señor, que la necesidad de tu presencia nunca se extinga en mi vida. ¡Por favor, nunca te canses de tocar a la puerta de mi corazón! Tómame en tus brazos y concédeme el privilegio de ver a todos mis seres amados entrar a la patria celestial”.

      Digamos “gracias”

      “Den gracias a Dios por todo, porque esto es lo que él quiere de ustedes como creyentes en Cristo Jesús” (1 Tes. 5:18).

      Hace un tiempo, al ir de compras al mercado, me llevé una agrada­ble sorpresa. Un niño pequeño y su madre conversaban por el pasi­llo. El pequeño hablaba en voz muy alta, de manera que pude escuchar a la perfección lo que decía: “Mami, gracias por tantas cosas ricas que estás comprando para mí, para mis hermanos y para mi papá”. Sorprendida, me adelanté un poco para ver su rostro y, cuando me vio, movió su mano peque­ña en señal de despedida. Salí de allí y camino a casa todavía resonaban en mis oídos sus palabras. Me pregunté: ¿De dónde emerge su gratitud? Deduje que en el hogar y de los labios de sus padres ha escuchado y aprendido a decir “gracias”.

      La gratitud despierta sentimientos que proveen bienestar. Vivimos en una sociedad que cree que lo merece todo: los hijos exigen a sus padres bienes materiales, sin siquiera darse cuenta del sacrificio que requieren; los esposos reciben atenciones de parte de sus esposas asumiendo que solo cumplen con su deber; muchas esposas concluyen que los recursos que sus esposos llevan a casa es lo menos que pueden hacer. Poco se escucha la palabra “gracias”. El Señor nos exhorta diciendo: “Den gracias al Señor, porque él es bueno, porque su amor es eterno” (Sal. 118:1).

      La gratitud no es, como muchos piensan, pagar por un favor recibido; es una actitud que nace del corazón; es una disposición interior que se pro­yecta exteriormente. La persona agradecida se alegra por los bienes recibidos de parte de Dios, como la salud, la vida, el bienestar o la amistad. Amiga, será bueno que cada amanecer y al terminar el día agradezcas, recordando todo lo recibido de Dios y de las personas que conviven contigo. La gratitud es un valor que hay que “sembrar” poco a poco en el corazón de los niños y los jóvenes; es un hábito que debemos cultivar. Como dice la autora Joyce Meyer: “La gratitud mantiene al diablo lejos, pero cuando nos quejamos, llega de nuevo y para quedarse”.

      Para desarrollar gratitud:

       Reconoce lo que Dios hace por ti cada día.

       Reconoce lo que otros hacen por ti cada día.

       Exprésate con palabras y expresiones que muestren ese reconocimiento.

      ¡Auxilio, hay un adolescente en casa!

      “Los hijos que nos nacen son ricas bendiciones del Señor. Los hijos que nos nacen en la juventud son como flechas en manos de un guerrero. ¡Feliz el hombre que tiene muchas flechas como esas!” (Sal. 127:3-5).

      Una madre me preguntó en una ocasión: “¿A qué edad termina la ado­lescencia?” No supe qué responderle. Su rostro mostraba preocupa­ción y ansiedad. Conversamos un rato y me dijo: “Mi hija era una niña maravillosa hasta los doce años; ahora tiene catorce y estoy perdida. No sé qué hacer; no encuentro la manera de acercarme a ella. Ha puesto una barrera de indiferencia entre las dos, y nada de lo que yo diga o haga parece importarle”.

      La adolescencia es una etapa de transición entre la pubertad y la madurez. Uno de los cambios más significativos que se producen en la adolescencia es la modificación de la relación madre-hijo. El ajuste y adaptación a ese cam­bio puede generar ansiedad y preocupación. Los vínculos afectivos deben renovarse con paciencia, comprensión y aceptación.

      Algunos expertos definen la adolescencia como “la tierra de nadie”; es de­cir, no son niños, pero tampoco son adultos, lo que los lleva a pensar que pertenecen a “una especie rara”. Querida amiga, si eres mamá de un adoles­cente y te sientes impotente, recuerda que la adolescencia no dura toda la vida, pero la manera de vivirla dejará huellas para siempre. Lo mejor que puedes hacer por tu hijo o tu hija en esta etapa de su vida es brindarle acompañamiento cariñoso y comprensivo. Esto no significa sobreprotección; por el contrario, se manifiesta cuando eres sensible a sus necesidades pero lo disciplinas con autoridad, sin autoritarismo, y le reafirmas el amor que sientes por él o ella. Re­cuerda tratarlo como hijo de Dios creado con propósitos especiales.

      La adolescencia es una etapa natural en el ciclo de la vida; date el permiso de disfrutarla junto a tu hijo. La queja más frecuente de los adolescentes es: “Nunca puedo hablar con mis padres acerca de lo que me interesa”. Tal vez sea solo esto lo que ellos esperan de ti. Cuando te sientas cansada, sin saber qué hacer, recuerda: “Él da esfuerzo al cansado y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas” (Isa. 41:29, RVR 95).

      Estoy segura de que la felicidad de tus hijos es un tema prioritario en tu vida; continúa haciendo lo mejor con la ayuda de Dios. Hoy, antes de iniciar tus quehaceres de madre, regálale un abrazo y dile lo importante que es para ti y para Dios.

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