Las griegas. Sergio Olguin
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Название: Las griegas

Автор: Sergio Olguin

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Avalancha

isbn: 9789878670522

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СКАЧАТЬ adolescentes hicieron como si no la hubieran escuchado, pero igual se tranquilizaron y se quedaron hablando en un rincón de las publicidades que ya habían hecho. Gonzalo miró a Liliana por el espejo.

      —¿Qué tenés en contra de Videla? —le preguntó.

      La maquilladora hizo un gesto de indiferencia, restándole importancia a sus palabras. Sin dejar de maquillarlo le contestó:

      —Nada. Dije Videla como pude decir Galtieri. Qué sé yo.

      —Pero lo dijiste como con asco.

      Liliana parecía no entender. Marina tampoco entendía. Los miraba a uno y a otra y trataba de descubrir hacia dónde iba Gonzalo.

      —No sé qué querés decir; estoy enojada pero con estos mocosos, nada más. Dije Videla, pude haber dicho Franco, Mussolini...

      —Porque yo soy hijo del General Videla y no me gusta que insulten a mi padre.

      Ni los adolescentes ni el peluquero parecían escuchar la conversación de Gonzalo y Liliana. Solo Marina estaba atenta.

      —Me estás cargando —le dijo Liliana.

      —Yo soy hijo del General Videla.

      —Vos me estás cargando.

      —No, Liliana —intervino Marina—. No ves que no te está cargando.

      Los dos adolescentes miraban la ropa que les había tocado para la sesión de fotos. El peinador seguía con los cabellos de Marina, ajeno a todo. Liliana no había atinado a nada, salvo a seguir trabajando en el rostro de Gonzalo, que se había callado y mantenía una mirada de arrogancia e indignación. Marina hubiera querido seguir hablando pero no pudo continuar. Sentía como si un rayo le hubiera partido el alma.

      No podía seguir hablando. No podía mantenerle la mirada a Gonzalo a través del espejo. Cerró los ojos y temió que la estuviera observando, que en su rostro (tan expresivo según todos los fotógrafos con los que había trabajado) se reflejara el terror que se había apoderado de ella. Un terror descontrolado, ilógico, desubicado. Sintió cómo se ponía colorada de vergüenza y de miedo. Trataba de calmarse concentrándose en el peine y en las manos del peluquero. Trataba de imaginar que esas manos eran las manos de su madre tranquilizándola; las manos de su padre acomodándole las trenzas en la siesta cordobesa, en aquellos días, cuando lo vio por última vez.

      Era estúpido tener miedo. Tener miedo de un muchacho que vivía para seducir y sonreír frente a una cámara de fotos. Era estúpido tener miedo de alguien que solo había defendido el honor de su familia de la ocurrencia de una maquilladora. ¿Habría sido capaz de enojarse con Max, que era tan grandote y musculoso como él? La ventaja de Gonzalo era que a Max nunca se le iba a ocurrir hacer un comentario como el de Liliana. Gonzalo podía estar tranquilo. Pero ella no, ella estaba aterrada.

      Era estúpido tener miedo del hijo de un asesino. Un hijo no es un padre. Una hija tampoco es un padre. O sí. Por qué no pensar que sí. Que Gonzalo cargaba con su padre como quien hereda los ojos claros o la aversión por las matemáticas. Gonzalo no era su padre, pero en ese instante banal e intranscendente, Gonzalo significaba su padre. De la misma manera que ese miedo que sentía ella no era exclusivamente suyo.

      Vicky vino a buscarlos. Ya estaba todo listo para comenzar la sesión de fotos. Todos fueron para el estudio salvo Marina, que dijo que iba en unos segundos. Se quedó sola en el camarín. Era estúpido tener miedo, pero más idiota se sentía por haber experimentado algún tipo de atracción por ese tipo. Se sentía engañada, como si Gonzalo, en la fiesta de Helena, hubiera tenido la obligación de decirle de quién era hijo.

      Poco a poco, el miedo dejó paso a la vergüenza de haberse sentido excitada por él; la vergüenza se transformó en rechazo, el rechazo creció en forma de odio. Marina odiaba a Gonzalo. No podía trabajar con ese hombre, no podía apoyar sus pechos en su cuerpo, no podía compartir un estudio, un mismo lugar, nada. Eran, aunque él no lo supiera o no le interesara, enemigos.

      Se sacó las bermudas. No, no podía hacer esas fotos. Pero debía hacerlas. ¿Qué hacer? ¿Matar a Gonzalo? Imposible, todo era imposible, y esta conclusión la llevó a sentir más desprecio por él y por todos. Nadie la iba a entender.

      Sentía unas tremendas ganas de hacer pis. Se puso más furiosa cuando notó que su bombacha estaba húmeda. La ropa de él estaba sobre una silla, como un irónico testigo de lo que le ocurría. Fue lo único que pudo hacer. Puso el pantalón con su cinturón en el suelo, al lado tiró la remera y los zapatos. Se sacó la bombacha e hizo pis sobre la ropa de Gonzalo. El chorro de pis caliente se esparció por los zapatos y por el jean, el cinturón y la remera. Un río de pis ahogaba la ropa de Gonzalo, ropa que quedaba mojada e impregnada del olor del pis de Marina. Pantalón, cinturón, remera y zapatos que quedaban como despojos inutilizables, sucios, desolados, muertos. Un pis caliente que no se terminaba nunca porque nada terminaba del todo.

      Marina se limpió con la bombacha, que quedó impregnada de orina y flujo. Buscó en el vestuario una nueva. Arrojó la otra por el inodoro. Pasó por arriba de la ropa tirada y empapada de Gonzalo. Se acomodó la remera frente al espejo y se volvió a poner las bermudas. Fue hacia el estudio. Los adolescentes se habían sentado a un costado. Un asistente controlaba la luz. Vicky hablaba con la productora. Gonzalo ya estaba sentado en el escenario armado para las fotos. Vicky se acomodó frente a la cámara y ajustó el objetivo hacia donde estaba Gonzalo. Hacia ahí fue caminando Marina. La productora le sonrió y ella le respondió con otra sonrisa mientras se acercaba. Se sacó la remera y el corpiño. Esperó la orden de Vicky para abrazarlo.

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