Las griegas. Sergio Olguin
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Название: Las griegas

Автор: Sergio Olguin

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Avalancha

isbn: 9789878670522

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СКАЧАТЬ sido muchos, tal vez porque creía que solo merecían recuerdo aquellos con los que sí había pasado algo, lo cierto es que a Marina le resultaba imposible recordar a aquellos hombres que, en su momento, habían despertado algún tipo de furor. Por esa razón, al día siguiente del cumpleaños de Helena ya no pensó más en Gonzalo.

      Y probablemente nunca habría vuelto a pensar en él si no se lo hubiera vuelto a cruzar en el estudio de Vicky Levín, cuando iban a realizar la publicidad de Moschino. Esta vez sin luces confusas, sin estridencias, sin la locura de la disco, sin Lucía ni Ana Paula, sin Max. Ahí, a dos metros, estaba Gonzalo.

      El día que Marina volvió a ver a Gonzalo comenzó muy temprano. Se levantó a las siete de la mañana porque tenía que estar a las nueve en el estudio fotográfico de Vicky Levín y le gustaba alimentar su fama de modelo puntual. Hacía una semana que no veía a Max (había viajado a Chicago para comprar el nuevo software de su empresa), pero no tenía tiempo de extrañarlo con todo el trabajo pendiente: el lunes, shooting para la cover de Para Ti; el martes, desfile de Laurencio Adot en el Hall Buenos Aires; el miércoles, producción para Elle; y hoy, el fitting y la primera sesión de fotos para la publicidad de Moschino. Para colmo, esa noche se reunían en la Age para festejar Halloween. Va a estar lleno de brujas, se dijo pensando en sus amigas.

      El propio Moschino la había elegido para ser una de las imágenes de la nueva campaña que se iba a difundir no solo en Argentina sino también en Europa y Estados Unidos. El diseñador había visto sus fotos en el composit de la agencia Ford y la pidió inmediatamente. Que el resto del equipo (fotógrafa y demás modelos) también fuera argentino era una muestra de extravagancia de Moschino o un intento de reducir los costos de producción.

      Pero a Marina no le interesaba demasiado la razón. Sabía que este podía ser su trabajo más importante hasta el momento y lo iba a saber aprovechar. Ese día había amanecido fresco y resolvió no llevar el vestido floreado Azzedine Alaïa que había pensado ponerse. Dudó un instante y finalmente se decidió por un tailleur Chanel de pantalón y saco gris elefante que el propio Lagerfeld le había regalado cuando modeló para Chanel en el Palace Montfleure de París.

      Desayunó un café, dos tostadas con queso untable, un jugo de naranjas y dos aspirinas. Se miró al espejo: estaba demasiado formal. Se sacó el tailleur y se puso un vestido estilo Morticia largo hasta los pies pero colorado, bastante escotado y de mangas largas, con una pequeña cruz bordada a la altura del abdomen. Era un vestido Vivienne Westwood que a ella le gustaba especialmente. Pero cuando se acordó de que pensaba ir caminando desde su departamento al estudio (apenas cinco cuadras por la avenida Libertador) pensó que iba a ser más cómodo y menos llamativo el tailleur Chanel. Volvió a cambiarse y dejó el Vivienne Westwood para la Noche de Brujas.

      Salió de su casa a las ocho y media pasadas sin una gota de maquillaje y con unos zapatos Maud Frizon que tenían una hebilla en forma de rosa. Caminó por la avenida con la fuerza de quien va con viento a favor. Era un breve trayecto: el estudio de Vicky Levín quedaba en Callao, a pocos metros de Libertador. Al llegar a esa esquina no pudo evitar recordar su primera visita a Buenos Aires, cuando tenía cinco años y la abuela la había llevado al ahora inexistente Italpark. Se habían pasado todo el día en el tren fantasma y en el laberinto de los espejos con su hermana Eva y su abuela Teresa. Fue su último (y casi único) recuerdo de Buenos Aires. Esa misma noche viajaron hacia la ciudad de México.

      A Marina no le gustaba recordar su infancia. No creía en la nostalgia de esos tiempos. Agradeció tener veintidós años y poder vivir todo lo que estaba viviendo. Relacionaba la infancia con el no comprender lo que ocurre, con el tener que depender de los demás, con todos los terrores que la habían acosado. La adultez era para ella lo más parecido al paraíso que se podía concebir: todos y cada uno de los placeres comenzaron una vez que fue desarrollando su cuerpo tan admirado y envidiado.

      En el estudio solo estaban Vicky, sus asistentes y el equipo de producción de Moschino en Buenos Aires. Todavía no habían llegado ni el peinador ni los otros modelos. Junto con la productora y la vestuarista revisaron la ropa y en menos de quince minutos ya tenían decidido qué iba a usar en la primera tanda de fotos. No era mucho realmente: unas bermudas y una remera ajustada Moschino, unas medias bucaneras Dim, unos zapatitos J. M. Weston, y un juego de ropa interior Scandal. Cuando ya estaba vestida para la foto aparecieron los otros tres modelos: dos adolescentes de no más de quince años (un chico y una chica que entraron riéndose a carcajadas) y Gonzalo.

      Ella sabía cómo iban a ser las fotos pero nunca imaginó que su compañero sería Gonzalo. Vicky y la productora le habían explicado que la idea de Moschino era que ella y el modelo aparecieran abrazados. Él solo con un jean y ella solo con sus bermudas. ¡Sus tetas contra el pecho enorme de Gonzalo! Por suerte, Marina estaba sentada. La sola idea le producía mareos y pensó que si Vicky los dejaba demasiado tiempo en esa pose, ella iba a empezar a refregarse contra el cuerpo de Gonzalo y que no tardaría en acabar.

      Se saludaron con la indiferencia que indicaba la ocasión. Gonzalo llevaba un jean negro Versace, una remera negra Versace, un cinturón negro Versace (por lo visto le gustaba la ropa negra y Gianni Versace), zapatos desconocidos para ella, olía a Carolina Herrera pour homme (un punto en contra, pensó, era el mismo perfume que usaba Max) y con particular interés esperó a que se cambiara para descubrir que llevaba un bóxer de..., no, imposible concentrarse en la marca del bóxer de algodón blanco que quedó al descubierto cuando se sacó el jean para ponerse el Moschino. Palpitaciones. Marina sintió palpitaciones.

      Decidió concentrarse en el maquillaje y la maquilladora. Una manera bastante efectiva para volver a ser la modelo profesional que todos conocían y respetaban. Ella sabía que llegado el momento se iba a comportar a la altura de las circunstancias.

      Ante todo la base y el polvo, luego el necesario toque de rubor para resaltar los pómulos y darle un aporte mínimo de iluminación. El paso siguiente era delinear y darle color a los ojos; la maquilladora eligió un tono natural para los párpados de Marina. Casi lista. Le agregó un toque de polvo translúcido; solo faltaban los labios. Marina reconoció, como una gourmet de lápices labiales, el sabor del Revlon Outrageous, en tono beige; el favorito de Claudia Schiffer. Finalmente, la maquilladora le quitó los excesos de artificio con un hisopo. Su rostro ya estaba preparado para la lente de Vicky Levín.

      —Vos no necesitás maquillaje, estás preciosa —le dijo la maquilladora cuando terminó su trabajo. Se conocían desde hacía un par de años y siempre se habían llevado bien. Se llamaba Liliana y era cordobesa como ella. Los años en Buenos Aires no le habían quitado la tonada provinciana que ella había perdido (o transformado) en México. Marina sonreía mientras se observaba en el espejo. Realmente, por unos segundos, había conseguido olvidarse de Gonzalo.

      Ahora era el turno del peinador. Liliana, mientras tanto, luchaba para que la adolescente se quedara quieta y se dejara maquillar. La chica parecía más interesada en llamar la atención del otro adolescente y no paraban de molestarse mutuamente mientras reían. Niños, pensó Marina con algo de fastidio. Gonzalo, ya vestido, esperó su turno para ser maquillado. El peinador le desenredó el pelo lacio y le aplicó un fijador para dar un efecto mojado.

      La maquilladora terminó con la adolescente y comenzó a trabajar con Gonzalo, que se sentó al lado de Marina. Ella lo miró por el espejo. Pensó: está fuerte, muy fuerte.

      Los adolescentes ya resultaban insoportables. Liliana, fastidiada con el bullicio de los chicos, los retó un par de veces pero no le hacían mucho caso. Estaba empolvando el СКАЧАТЬ