Las griegas. Sergio Olguin
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Название: Las griegas

Автор: Sergio Olguin

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Avalancha

isbn: 9789878670522

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СКАЧАТЬ todos los deportes y a quienes los practican; detesto el amarillo mostaza, el inglés americano, a Oscar de la Renta, las películas de Hollywood, los fotógrafos de Magnum, el perfume de Kenzo, los hombres semicalvos, las estupideces de Valentino, la gordura en todas sus formas y las modelos argentinas. Cada vez quedan menos formas de placer: mis fotos, mis diseños, mis chicas, mi perfume, mis abanicos, París, dos o tres intelectuales, los seudointelectuales, los homosexuales, los onanistas, los diseños de Kenzo, Jean Paul Gaultier cuando está de buen humor, las mujeres de voces chillonas, las adolescentes, los hombres que intentan seducirme, las anfetaminas, las mujeres drogadas o borrachas, las gaseosas, el champagne, hablar de moda, la compañía de Mark, las mujeres que usan Dolce & Gabbana, el francés y el inglés como lo hablamos Claudia y yo, la vocecita de la otra Claudia tratando de pronunciar una frase en su pésimo alemán. Hace mucho tiempo que descubrí (¿fue aquella tarde de abril en Hamburgo cuando vislumbré todo lo que me iba a ocurrir en estos años?) que la vida no tiene sentido, nada es trascendente, nada dura más que un modelo de temporada, todo se olvida. La vida es como mis diseños: un resplandor que enceguece y oculta fugazmente la descomposición de la carne. La vida es como mi perfume: un disfraz invisible que desaparece poco a poco sin que nos demos cuenta. La vida es una mierda.

      Exagero. Siempre exagero. Cuando en Hamburgo aquel señor (con quien, luego, fui tan ingrato) me preguntó qué quería conseguir yéndome a París le contesté: “quiero ser Dios”. Obviamente, se rió. Yo seguí diciéndole: “voy a tratar por todos los medios de crear una mujer invencible”. Dios las había hecho frágiles, yo las iba a transformar en seres perfectos. No me importó que se siguiera riendo y pensara que solo iba a preocuparme por fotografiarlas o vestirlas. Yo sabía que mi destino era otro. Aunque después, con las primeras amenazas de éxito, me di cuenta de que no hay más destino que el tedio. De todas formas, no renuncié a ser Dios. Un Dios amante de la desmesura, los foulards multicolores y el sándalo. Un Creador de mujeres invencibles un poco aburrido de tener que hacerlas cotidianamente a mi gusto y semejanza. En fin, lo esencial es recomenzar. La divinidad es ante todo un trabajo rutinario.

      Hoy a la mañana, a mi hotel particular (donde conviven confusamente los espíritus de mis cuatro Casas) ha venido Claudia, la otra Claudia, que no se llamaba Claudia hasta que yo la bauticé. Vino con su madre, esa argentina de voz aterciopelada que me recuerda a una puta polaca que conocí cuando aún vivía en Hamburgo. Ella insiste en recordar su pasado cuando era modelo de La Maison y fue tapa de dos o tres revistas. Insiste en afirmar que antes las modelos eran menos profesionales, pero más humanas.

      ―Pero eso no es ninguna virtud, mi querida Inés.

      ―Querido Karl, no trates de escandalizarme porque no lo vas a conseguir.

      No, mi querida estúpida, solo quiero que el terciopelo te atragante y te cierre la boca. También Claudia desea que su madre se calle. Parece ajena a todo observando las revistas que hay sobre mi escritorio, pero está muy atenta. Me mira por el rabillo del ojo y sabe que mi sonrisa es para ella. Sheila aparece con dos cafés descafeinados y una Coca Cola. Los cafés son para Claudia e Inés y la Coca es para mí. Inés no para de hablar. No puedo creer que los hombres puedan dejarse engañar por esas voces aterciopeladas. No soporto que Inés intente seducirme sin considerar que ya tiene más de treinta años. Y mucho menos que crea que va a deslumbrarme con su modelito comprado en una de mis Casas. Se ha vestido con un prêt-à-porter que diseñé para Casa Lagerfeld: un saco de cheviot rojo con pollera de lana negra (muy Chanel, lo reconozco), un moño de seda y guantes de encaje, todo en negro. A Claudia también la vistió con un diseño mío: una chaqueta de cuero con costuras de fantasía, una blusa blanca de cuello cisne y un touch muy Lagerfeld: una corbata de seda azul cobalto (Coco volvería a morirse si viera algo así en su Casa). Lo increíble, lo horrorosamente increíble, es que Claudia lleva puesto un jean rotoso de origen desconocido, como todos los jeans. Esta jovencita va por el mal camino si sigue en compañía de su madre. Solo una argentina puede pensar que su hija está elegante con un pantalón de tela rústica. Claudia también es argentina, pero con sus catorce años aún no se le nota.

      Fue Katty la que trajo a Claudia a mi otra Casa, a Fendi. Preparaba un desfile y quería modelos nuevas, muy jóvenes. Llamé a la agencia e inmediatamente Katty me dijo: “tengo una modelo increíble, de aquí a dos años va a ser la sensación de la agencia”. Muy rara vez Katty se equivoca. Jamás habría cometido los errores de su madre de tener modelos más dignas de un servicio de putas que de casas de alta costura. Eileen es una romántica; su hija, un talento.

      Katty misma vino con las jóvenes y sin que ella me lo dijera enseguida me di cuenta de que la modelo a la que había hecho referencia por teléfono era Claudia. A simple vista se diferenciaba de las otras chicas. Su pelo castaño, sus ojos color miel que ya parecían cargar con el tedio que yo había descubierto recién a los treinta y un años. Me bastaron dos palabras (su inglés: perfecto; su voz de Ratón Mickey: deliciosa) para darme cuenta de que Claudia era tan ambiciosa como sexy. Katty tenía razón: esa chica que aún no había cumplido los quince iba a ser un genio en su género. Modelos como ella surgían una cada diez años. Podía transformar sus defectos en virtudes y en personalidad. Claudia estaba habitada por una voluntad de belleza que influía directamente sobre su cuerpo.

      Claudia no se llamaba Claudia. Se llamaba Jeannette. Así la había anotado su madre en la agencia Ford: Jeannette Goldstein. Un nombre francés, un apellido judío y una jovencita desgraciadamente argentina: demasiados pintoresquismos. Le pregunté si tenía otro nombre y ruborizándose me dijo: “sí, Claudia”. “Como Claudia Schiffer” le dije y se sonrió. “Desde hoy ―le anuncié delante de las otras chicas y de Katty― te vas a llamar Claudia, vas a ser mi otra Claudia. Y no vas a desfilar para Fendi. Quiero que seas modelo de mi otra Casa. Vas a modelar en exclusiva para Chloé”. Todavía colorada, pero exultante, Claudia me dijo: “mi sueño es modelar para Chanel, como mi madre”. “Todo llega, pequeña. En Chanel solo modelan mujeres invencibles, pero no te preocupes: vos vas a ser una de ellas”.

      ¿Veinte, treinta, cuarenta veces? ¿Vuelvo a exagerar? ¿Cuántas veces, con inútiles variantes, repetí lo que le dije a Claudia? ¿A cuántas les había ya no prometido, sino vaticinado que las iba a convertir en mujeres invencibles? Y siempre el vaticinio se había cumplido. Se lo había dicho a Claudia Schiffer en Düsseldorf, a Christie Turlington en Londres (“su belleza ―creo haberle dicho― me recuerda a Gloria Swanson y a Pola Negri. Yo haré de usted una nueva estrella silenciosa”), a Cindy Crawford aquí en París (“usted es perfecta y totalmente fuera de moda, usted es una mujer clásica, me gustaría fotografiarla desnuda, hoy mismo”, y esa misma noche le tomé las primeras fotos), a Linda Evangelista en Viena y a tantas otras. Todas habían llegado a ser mujeres invencibles que tarde o temprano abandonaban mis Casas. Salvo Claudia y Linda, que aún guardan hacia mí una fidelidad no del todo justa. Pero ya me abandonarán ellas también y no me preocupa. Pasan como pasan mis diseños. No trabajo para durar. Destruyo mujeres vulnerables para reconstruirlas. Me gusta hacerlo, como transformar un trozo de cashmere en un sacón, por el simple hecho de concretar mis intuiciones.

      Lo esencial es siempre recomenzar.

      ―Es una lástima ―insiste Inés―. Me hubiera gustado mucho trabajar con vos. Pero la maternidad me impidió estar en La Maison cuando llegaste. Jeannette va a poder hacerlo.

      Es una suerte. A Inés jamás le habría vaticinado nada. Y no se fue de la Casa por la maternidad. Fue despedida por falta de ángel. Y todo lo que ella no tenía a Claudia le sobra.

      Desde aquel primer encuentro organizado por Katty no volví a ver a Claudia personalmente hasta el día de hoy, que vino acompañada por su madre. En el ínterin participó de un par de desfiles para Chloé y la agencia Ford le consiguió ser tapa de 15 ans y de Mademoiselle. Su presencia en esas revistas era tan deslumbrante como desaprovechada por Andrew y Stephane. Andrew y sus fotos me ponen nervioso: se parece demasiado a mí cuando aún estaba en Hamburgo. СКАЧАТЬ