Las griegas. Sergio Olguin
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Название: Las griegas

Автор: Sergio Olguin

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Avalancha

isbn: 9789878670522

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СКАЧАТЬ infecciones emborrachando los virus.

      La poca sangre que todavía mana se vuelve rosada cuando se mezcla con la bebida. No puedo resistir la tentación. Acerco mi boca a la herida y la limpio con la lengua. Una combinación perfecta para un nuevo perfume: el sándalo de Photo, champagne, sangre y la piel de Claudia.

      Tomo la botella y tiro lo que queda sobre su bombacha. Claudia ahoga un grito por la sorpresa y el ardor. La sombra del pubis que se insinuaba en su Dolce & Gabbana es ahora un triángulo oscuro, húmedo y con una textura tan increíble como deseable. Tomo la cámara de fotos.

      ―Acostáte. No te preocupes que acá no llegaron los vidrios.

      Claudia ―con sus catorce o quince años, con su fatiga y su borrachera― es, ante todo, una profesional. Se acuesta a lo largo y agita las piernas tratando de sacarse el champagne que corre por su piel. Clic. Y otra foto. Clic. Mira a cámara. Ya no llora. Clic. Su mirada, su rostro, su cuerpo cruzaron los límites de la belleza humana. Clic. Clic.

      Pero de a poco, como una tormenta que vuelve sin nunca haberse ido, se pone de nuevo a llorar. Se tapa la cara con los brazos y sus pechos se ponen tensos. Clic. Sigue llorando. Dejo de fotografiar. Claudia no se saca los brazos de la cara. La siento balbucear en su idioma. La siento lloriquear. Ella siente mis manos bajándole la bombacha. Ella siente primero mi lengua entre sus piernas y después todo mi cuerpo sobre el suyo. Vuelve a gritar.

      Claudia ya no llora. Se ha dormido. Mañana cuando despierte se va a sentir mal, va a volver a llorar, pedirá por su madre. Entonces yo le voy a mostrar las fotos, se va a ver hermosa como nunca. En una milésima de segundo va a vislumbrar todo lo que yo le voy a explicar mientras le acaricio el pelo y la abrazo como un padre protector: esa mujer que está ahí en las fotos es ella, esa mujer de las fotos se va a convertir en la mujer más deseada por todos los hombres del planeta, esa mujer de las fotos se convertirá en centro de atención de todo el mundo, esa mujer de las fotos es invencible. Ella dejará de llorar, desayunaremos, le volveré a sacar más fotos, tal vez la vuelva a violar o no. Otra vez llorará o no. Volverá a pedir por su madre, o tal vez no. Le contará todo, llorarán juntas, pero no va a pasar nada. Lo aceptarán como lo aceptaron todas. Como todas, esta Claudia se jurará abandonarme y despreciarme. Mientras tanto, todo seguirá igual: hará lo que yo le pida, seré todo para ella como lo fui de las demás. Ninguna nunca se quejó. Ni la otra Claudia, ni Cindy, ni Linda, ni siquiera Tatjana cuando hubo que internarla debido a algunos excesos, ni Naomi a pesar de la inesperada participación de Mark y sus amigos, ni Stephanie que aún llora cuando está sola (eso me escribe en sus cartas, pero no es un reproche, es solo la descripción minuciosa de su vida como quien cuenta las buenas y malas acciones a su Creador). Pero nadie se queja. Porque todo es un juego y estas son las reglas. Porque todo es un juego de apariencias y de olvidos. Hoy todas usan chaquetas ceñidas con lazos, mañana nadie se va a acordar de estas prendas y las femeninas pieles corruptas de sudores, olores y pelos en constante crecimiento se cubrirán con un palazzo superlargo en crepé de gasa que pasado mañana ya nadie recordará. La vida es como mis diseños y mi perfume: un fugaz engaño que pronto se convierte en desvanecimiento y olvido.

      Claudia va a despertarse. Saldrá de este hotel siendo una mujer invencible. Los hombres que quieran conquistarla van a ser derrotados, destruidos, masacrados de la manera más sutil y cruel. Y esa derrota masculina es mi victoria. He creado un nuevo ser tan poderoso como el paso del tiempo, porque eso es Claudia a partir de ahora: fugacidad. Qué importa que después me abandone y que algún día nadie luzca este tweed con ribetes negros. Ya aparecerán nuevas Claudias. Siempre aparecen. Lo importante, me diré entonces una vez más, es volver a empezar.

       A Karina Galperín.

       Las Furias o Erinias son la memoria,

       inexorable e inflexible.

      Jan Kott, El manjar de los dioses

       Tragedia griega y púdica, querida mía:

       el gesto definitivo termina entre bastidores.

      Jean Genet, Los negros

      Buenos Aires, 1996

      La noche en la que Marina vio por primera vez a Gonzalo fue la del cumpleaños de Helena Salgado. Lo festejaban en la VIP de Pachá y estaban todas las chicas de las dos agencias y los mejores hombres de Buenos Aires. Ella estaba feliz en su vestido Jean Paul Gaultier que Max le había regalado cuando estuvieron juntos en Nueva York el otoño pasado. Era de seda y cuero negro (una combinación, por lo menos, arriesgada) que se ajustaba deliciosamente a su cuerpo y que otorgaba, a la vista de todos, un diabólico escote. Max también le había regalado el perfume que se había puesto esa noche: Escada, de Margaretha Ley. Por primera vez en seis meses abandonaba el Chanel Nº19 y se sentía exultante: como siempre cuando terminaba con una fidelidad. Apenas estaba maquillada (un poco de base Revlon compacta) y sus labios llevaban su lápiz labial favorito: Maybelline Moisture Whip, color Mocha Ice. Su ropa interior era un conjunto negro Dolce & Gabbana bastante discreto. Unas sandalias mexicanas (regalo de su madre, de su última visita al país en el que Marina había vivido su infancia y parte de su adolescencia) completaban su vestuario.

      Gonzalo (ella todavía no sabía que se llamaba así) apareció como una imagen divina. Un flash los había encandilado a ella y a Max (abrazados después de un beso) y detrás del fotógrafo estaba Gonzalo, de perfil. Fue verlo y sentir que su corazón se detenía por un segundo para luego volver a sonar al ritmo de Mc Solaar. Gonzalo hablaba con Ana Paula y Lucía, que lo miraban como a un dios y parecían dispuestas, se les notaba en la mirada, a cualquier sacrificio para terminar esa noche en los poderosos brazos de ese adonis nacional. O extranjero. Tenía que averiguarlo.

      —Max, ¿te gusta ese sweater que tiene el chico que está hablando con Ana Paula?

      —¿Quién, Gonzalo?

      Así supo su nombre y no mucho más: que había sido novio de María Vannini (como casi todos los hombres de esta tierra), que Max lo había visto jugar al rugby en Pucará o en Pueyrredón, y que se lo había cruzado en Le King Club, una disco de París. Marina no podía averiguar mucho más sin despertar sospechas, y si bien Max era poco celoso y mucho menos perspicaz, tampoco había por qué delatarse tan pronto. Porque ella no dudaba de que tarde o temprano se iba a delatar.

      Y de pronto, lo esperado: Gonzalo giró la cabeza y su mirada se cruzó, se detuvo y acarició los ojos verdes de Marina. Sintió un fuego que le subía por los pies y que se detenía por debajo de la cintura. Sin pensarlo, como provocación y como calmante, besó largamente a Max. Cuando terminó el beso no solo descubrió que Gonzalo ya no la miraba, sino que ya no estaba ahí. Se había ido. No lo volvió a ver en toda la noche. Tampoco a Ana Paula ni a Lucía. Esa mañana, Max y Marina cogieron con una furia desacostumbrada en ella.

      Marina podía recordar perfectamente la forma, el estilo y la marca de todos sus corpiños, podía recordar sin equivocarse el nombre de todos los fotógrafos, los asistentes, las maquilladoras y las peinadoras con las que había trabajado, podía enumerar todas las calles de todas las ciudades en las que había vivido (el Córdoba de su primera infancia, el México de su adolescencia, el Buenos Aires actual), podía recordar el nombre de todas las discos de Europa y de СКАЧАТЬ