Las griegas. Sergio Olguin
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Название: Las griegas

Автор: Sergio Olguin

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Avalancha

isbn: 9789878670522

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СКАЧАТЬ siempre hace bromas por el diseño del perfume. Dice que la tapa con esa especie de argolla en la punta es vaginal y que el frasco alargado es totalmente fálico. Siempre pensé que era una estupidez dicha para irritarme, pero ahora descubro que no es así. La manera en que Claudia toma el frasco es como si tomara una verga entre sus manos. Acaricia el perfume, se lo lleva a la nariz y aspira. En un gesto inesperado apunta hacia mí y aprieta el rociador. “A ver cómo huele”. Y se acerca a mi cuello. Sus pelos me invaden la cara.

      ―Riquísimo.

      ―Casi tan rico como tu Chanel número 19.

      ―Intente resistírsele ―dice repitiendo el slogan del único perfume Chanel que me gusta. Tomo la cámara y vuelvo nuevamente al ataque. Aunque parezca increíble, Claudia está todavía más suelta que en las tomas anteriores. Ahora se relaciona distinto con mi cámara: es agresiva. Su risa: agresiva. Sus gestos: agresivos. Su seducción: agresiva. Cuando gira parece flotar y el instante en el que suena el clic Claudia se congela. Es el mundo que se detiene cuando yo le arranco un poco más de su ángel secreto.

      El frasco de perfume le sirve para crear infinitas poses. Se pone el aro en el ojo como si fuera un monóculo. Se lo pone en la boca como si estuviera a punto de arrojar una granada. Se para de golpe, se pone firme y con su mirada más seria muestra el perfume como en las publicidades de los años cuarenta. Cambio las luces y después de una hora intensa, le pido que se vaya a cambiar, que se ponga la ropa interior que prepararon las vestuaristas.

      ―¿Pido que me retoquen el maquillaje?

      ―No.

      Abro otra botella de champagne. Tomo dos copas antes de que Claudia aparezca con el body Azzedine Alaïa que elegí especialmente para ella. Se ha dejado los guantes largos y sin dedos.

      ―Un toque Lagerfeld, ¿o no? ―y se ríe cruzando el estudio hasta el bar y toma de su copa. Ahora lo hace de a sorbitos, entre risa y risa.

      Claudia tiene las piernas largas, tal vez un poco flacas, pero bien moldeadas por la naturaleza y no por el gimnasio. Puedo diferenciar a simple vista una belleza natural de una artificial. Detesto los gimnasios y mis modelos que hacen aparatos o gimnasia modeladora lo hacen a escondidas y sin mi autorización. Por suerte, Claudia aún no ha caído en las estúpidas garras del gimnasio. Falsamente preocupada me pregunta:

      ―¿No estoy muy blanca? Body blanco, piel pálida. Parezco un helado de crema.

      ―Parecés el fantasma del tercer piso.

      ―Horrible, ¿no?

      ―Inquietante. Sexualmente inquietante, mi chiquita. Ningún hombre va a poder no usar Photo. Y nadie va a olvidar este helado de crema.

      Claudia lleva su Alaïa con la misma naturalidad que mostraba al posar con el Chanel. Maneja su cuerpo y las circunstancias. Era lógico que los fotógrafos se detuvieran en ese punto de perfección. Solo yo (tal vez por ese amor a la desmesura y muy seguramente por mi decidido trabajo de destrucción y creación), con mi cámara, o mejor, con mi mirada, solo yo soy capaz de desafiarla, de animarme a invadir esa zona oscura donde se esconde su genio, el germen de su perfección total.

      Repetimos la rutina anterior. Primero le saco fotos a ella sola y luego con el perfume. El sillón nos permite probar nuevas situaciones aunque no me interesa la originalidad de la pose, sino la originalidad del gesto. Paramos cinco minutos, bebemos, volvemos a empezar, decenas de fotos, agotar situaciones, nuevo descanso, cambiar las luces, arrojar lejos los guantes, incorporar el perfume, otra botella de champagne, nuevas fotos. Claudia se arroja al piso, abre los brazos y queda como crucificada con el perfume sobre su vientre. El efecto es magnífico.

      Ya he perdido el sentido del tiempo y no quiero mirar el reloj. Debemos llevar más de tres horas de trabajo continuo. Hacemos un nuevo descanso y le pido que se cambie el body por el juego de dos piezas de Dolce & Gabbana. Okay, dice, y ya borracha y cansada (más cansada que borracha) va al otro cuarto y se cambia. Vuelve al minuto. Disimula maravillosamente bien su estado.

      ―Sigo siendo un helado de crema.

      ―No solo de crema ―le digo señalándole los pezones que se dibujan en la semitransparencia del corpiño. Claudia se pone colorada. Es la primera vez que consigo intimidarla en esta sesión y no puedo dejar de sentirlo como una victoria.

      Claudia parece querer resarcirse de su rubor y a pesar de las horas y el champagne posa con toda la energía. Si alguien pudiera verla en este momento pensaría que recién ha comenzado a trabajar.

      Claudia vuelve a repetir su pose de crucificada en el piso. Yo fotografío. Tiene puesto el perfume por debajo de los pechos y por sobre el ombligo. Clic. Claudia está dispuesta a demostrar que la adrenalina invasora no era una muestra de vergüenza o timidez. Baja el perfume hasta que la argolla queda sobre el ombligo. Clic. Levanta un poco la pelvis, entreabre las piernas y el frasco comienza a deslizarse hacia abajo. Clic. Antes de que caiga al piso lo aprieta con los muslos. Clic. Sus piernas y su pelvis han sido más elocuentes que una mirada.

      Toma el frasco y en un gesto inesperado lo pone dentro de la bombacha. Afuera queda la tapa rodeando justo el ombligo.

      Apenas se reconocen las letras verde crema de Photo, pero no importa, sigo sacando fotos. Toma el perfume y se pone de pie. Tambalea apenas, pero enseguida se recupera. e sienta en el sillón, cruza las piernas y mira a cámara. Clic. Un par de fotos más. Nuevo descanso. Que beba otra copa o no, no cambia su estado. La toma, a medias, pero la toma. Más fotos. Se vuelve a sentar en el sillón. No está conforme. Se sienta en el piso en posición yoga. Esconde el perfume, lo vuelve a mostrar. Mira la lente como anunciando algo distinto. Y lo hace. Aproxima el frasco a un pecho y apoya la argolla contra el pezón como coronándolo. Clic. Se me ocurre una idea. Voy hacia la mesa de trabajo y tomo unas tijeras. Me acerco a ella, que no pregunta ni dice nada. “A ver” digo simplemente y corto un triángulo del corpiño, dejando en libertad ese pecho que se insinuaba detrás de la tela.

      ―Repetí la pose anterior.

      Claudia vuelve a apoyar el frasco sobre el pezón. Clic.

      Ella permanece totalmente en silencio. “Veamos” digo y con las tijeras voy a cortar la parte media del corpiño para dejar los dos pechos al desnudo.

      ―No.

      Me detengo. La miro. Baja la vista. Corto el corpiño. Queda partido en dos y sus tetas me recuerdan absurdamente su risa. Son pequeñas, sin embargo es inevitable no pensar que están en constante crecimiento, tal vez sea su agitación producto de la fatiga o los latidos de su corazón los que consiguen este raro efecto. Claudia no se saca el corpiño roto que cuelga de sus hombros.

      ―Levantate y ponete el perfume entre los pechos.

      Clic. Con un solo movimiento se desprende del pedazo de tela. Se tapa una teta con una mano y la otra con Photo. Perfecto. Clic. Toma el perfume por la tapa y el frasco cae al piso. El perfume estalla en miles de pedacitos de vidrio. Claudia grita. Un aroma a sándalo invade de golpe todo el estudio. Claudia se queda quieta. Sin soltar la tapa y sin bajar la vista, Claudia se pone a llorar.

      ―Creo que me corté la pierna.

      Retrocede varios pasos y sin mirar se arroja sobre el sillón. Me acerco y le reviso la pierna derecha. En efecto: un pequeño corte producto de un vidrio que saltó hacia ella. Le limpio la sangre con mi pañuelo. Voy hacia el bar tratando de no pisar los vidrios.

      ―Para el susto.

      Claudia СКАЧАТЬ