Название: Dame un respiro
Автор: Clara Núñez
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: HQÑ
isbn: 9788413750118
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—Por cierto, feliz cumpleaños. —Henry sacó un pequeño paquete rectangular—. Pensaba dártelo en el festival, pero ya que nos hemos encontrado… Si te parece inoportuno o fuera de lugar no tienes por qué abrirlo.
—Es mi primer regalo. Cómo no aceptarlo. Gracias.
Henry me sonrió, un poco avergonzado por el gesto del regalo. A pesar de su carácter serio sabía que por dentro su corazoncito estaba emocionado, aunque no lo expresara.
Abrí el paquete hecha un manojo de nervios. Era una primera edición de El jardín secreto, mi libro favorito de niña, con dibujos originales. Lo había nombrado hace más de un año en el pub y él se había acordado.
—Cielos santo, Henry, ¿dónde lo has encontrado?
—En una antigua librería que hay cerca de Portobello. Lo bueno de perderse por una ciudad es que encuentras rincones llenos de encanto.
Enseguida me vino a la mente una imagen. Henry sentado a los pies de una pequeña cama leyéndole el cuento a una niña, con sus ojos verdes y mi cabello rubio… Emma, o Claire, o tal vez… ¡Para! ¡Para!
—¿Cómo pudiste acordarte?
—Te conozco —dijo sin sonar presuntuoso.
Agachó la cabeza, y noté que se había sonrojado. Entonces me miró.
—Sé que no te gusta que te hablen por la mañana, al menos hasta que has tomado tu segunda taza de té. También sé que te gusta darte una ducha bien caliente antes de dormir porque te relaja, que siempre llevas algo de calderilla suelta en los bolsillos del abrigo por si ves a alguien pidiendo en la calle y que el chocolate hace que te salga un pequeño sarpullido en la frente.
Rozó mi frente con sus dedos y me estremecí. Todo era cierto. Y sí, anoche me había comido dos Toblerone intentando calmar mi ansiedad. Me levanté del sofá conmocionada. En el patio aún seguía la bolsa de basura que había sacado Sharon con las pruebas de embarazo. Las cuatro. Eran demasiadas emociones para no ser ni medio día.
—Olivia, ¿te encuentras bien?
Me giré temblando.
—Henry, yo… Tengo que decirte algo —mascullé casi sin voz.
—¿Qué sucede? Estás pálida. ¿Llamo a un médico? —Rápidamente sacó su móvil.
—No. Estoy bien, es solo que…
Entonces sonó el teléfono, una vez, y otra y otra hasta que tuve que ir a la cocina.
—¿Diga? —respondí con el corazón desbocado.
—¡Cielo, soy yo!
Sin duda este prometía ser el fin de semana más largo y terrible de toda mi miserable existencia.
—He conseguido el traje de Betty. Claro que ella tiene el trasero del tamaño de Norteamérica… Pero me servirá.
—Es estupendo, mamá. Pero me pillas en un mal momento.
—¡Darcy! Ven aquí, campeón. ¿Cómo te va la vida, granujilla?
Vi como Henry le hacía mimos a mi gato y mi corazón se llenó de ternura.
—Olivia, ¿quién hay en tu casa?
—Nadie.
—Olivia Marie Bennet, ¿hay un hombre en tu casa a estas horas?
—Es Colin. Ha venido a arreglar la ducha.
—Ah, bueno… —dijo decepcionada.
—Mamá, tengo que dejarte. Henry, digo, Colin, necesita que le ayude con el… destornillador.
Escuché una risita ahogada de Henry.
Volví a sentarme en el sofá.
—Nunca has arreglado una ducha, ¿verdad? —me preguntó.
—No. De hecho, ni siquiera tengo destornillador. Por eso siempre llamo a Colin, mi vecino, cuando se estropea algo. A veces son tonterías, cosas que podría arreglar yo misma. No sale mucho de casa desde que murió su esposa. Solemos tomar un té, ponemos verde al primer ministro y cosas así…
—Suena bien.
—Sí, es muy inteligente y divertido, te caería bien.
—Bueno, ya me lo presentarás algún día.
—Claro —dije sin mucha convicción.
Hubo unos segundos de incómodo silencio.
—Por cierto… ¿Qué querías decirme antes?
—¿Qué? —Me puse roja como un tomate.
—Antes. Decías que tenías que decirme o preguntarme algo. Parecía importante.
—Ah… sí, nada, solo quería saber si mañana ibas a llevar acompañante a la recepción.
—¿Te refieres como pareja?
—Supongo.
Henry jugueteó con la taza de té y miró hacia el suelo.
—No lo sé. Es posible. ¿Y tú?
—Puede que vaya con un amigo —dije con fingida despreocupación.
—Ah, pues ya nos veremos allí entonces —contestó de forma cordial.
Eso era lo que siempre me había puesto nerviosa de nuestra relación, que la mayor parte del tiempo Henry era tan rematadamente formal que muchas veces era incapaz de saber qué pensaba o sentía. Sobre todo, qué sentía. Por mí.
Yo era escritora y para mí las palabras eran algo muy importante en mi vida. Y con Henry O´Donnell le di demasiada importancia a las palabras y acabé fijándome más en lo que no me expresaba verbalmente que en lo que siempre me demostró con su comportamiento. Pero ahora ya era demasiado tarde. Porque cuando por fin obtuve palabras, no supe estar a la altura.
Y ahí quedó todo. Permanecimos en silencio tomando el té y mirándonos de vez en cuando con una timidez impropia de dos adultos. Los perros de mi vecino ladraron exigiendo su segundo paseo matutino y Henry se levantó.
—Creo que mi camisa ya estará seca.
—Te la traigo.
Mi antiguo amante se puso la camisa y agarró su bandolera de piel marrón. Parecía un estudiante de secundaria. Había ido a visitar a su familia hacía poco a Dublín. Y el par de kilos de más que había conseguido con la buena comida casera le habían sentado muy bien. El cabello le había crecido un poco y algunos mechones de la coronilla los tenía de punta. Tenía un aspecto un poco más desenfadado desde la última vez que nos vimos, más informal.
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