Dame un respiro. Clara Núñez
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Название: Dame un respiro

Автор: Clara Núñez

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: HQÑ

isbn: 9788413750118

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СКАЧАТЬ Estaba segura de que llegaría lejos. Ya veía a Sharon coqueteando con él en la recepción de mañana. Claro que Sharon coqueteaba con todo el mundo, fuera hombre o mujer.

      —Lo siento, lo siento… —dijo mi amiga al ver mi cara—. Es que no sabía que… ha sido toda una sorpresa… entiéndeme.

      —¿Que me acostaba con alguien? ¡Pues sí! ¡Me acuesto con alguien o me acostaba! Da igual, porque ya se ha acabado —refunfuñé en voz baja.

      —Y apuesto a que le has dejado tú, ¿verdad? Joder, Oli… —dijo, mientras engullía otra delicia de chocolate y naranja.

      Mi amiga me leía como un libro abierto.

      Yo casi no hacía vida social. Entre la universidad y la escritura apenas tenía tiempo de conocer hombres. Mi reciente divorcio me había dejado bastante tocada. Durante meses los hombres fueron para mí como plantas o farolas, apenas les prestaba atención, solo para no chocar con ellos por la calle. Hasta que apareció él, tan cortés, tan tierno… En definitiva, tan distinto al ególatra de Daniel.

      Sharon iba a adivinarlo. Siempre que yo salía de marcha iba con ella. Si hubiera conocido a alguien ella lo sabría. Y el único sitio donde yo podía conocer hombres era en el trabajo.

      —¡Es alguien de la universidad! —exclamó.

      Me levanté en el acto y fui a la cocina a fregar los platos de la noche anterior. Mi casa estaba hecha una pocilga. Hasta Sharon se había dado cuenta, ya que yo era una maniática del orden y la limpieza. Sacó unas bragas mías de debajo de su trasero y las dejó en el suelo con la nariz arrugada.

      —Tu asistenta tiene el día libre, por lo que veo…

      —No estoy para ironías, Sharon.

      Pero tenía razón. En mi baño la ropa sucia se amontonaba en el bidé y había platos con restos de comida y vasos por toda la casa.

      Apreté con fuerza el estropajo imaginando que era la cara de Daniel.

      —¡Se acabó! ¡No pienso decirte nada! Daniel, El Innombrable a partir de ahora, es tema tabú. ¿Estamos? Tengo demasiadas cosas en la cabeza.

      —De acuerdo. Pero no lo pagues con los platos de porcelana ¿quieres? Fueron el regalo de bodas que os hizo mi madre.

      La fulminé con una mirada de Medusa.

      Como decía, la sutileza no iba con Sharon.

      Aun así, había sido mi mejor amiga desde que éramos unas crías. Ella era de Lacock, un bucólico pueblecito del condado rural de Wiltshire. Cuando Diana, su madre, se quedó embarazada con tan solo dieciséis años —un auténtico bombazo en los setenta en un pueblo de tan solo mil habitantes—, se trajo a Sharon con ella a Londres al cumplir la mayoría de edad. No por lo que dijeran de ella, eso le traía sin cuidado. Era valiente y podía defenderse de cualquiera. De hecho, la mayoría de la gente la temía y no tenía muchos pretendientes a pesar de que era inteligente y muy hermosa. Los hombres la evitaban por ser madre soltera, las mujeres, por celos, y la gente mayor, por llevar escrito en la frente: “oveja descarriada”.

      Se marchó de Lacock porque siempre había odiado aquel pueblo y no quería criar a su pequeña Sharon en ese ambiente tan mezquino.

      Diana Fielding era joven y ansiaba el ambiente burbujeante de una gran ciudad. ¡Incluso podría probar suerte como actriz! Su gran sueño. Pero Diana y su hija tardaron un tiempo en encontrar su sitio. Londres, Liverpool, Birmingham…

      Tras muchos empleos temporales, rupturas amorosas y decepciones en numerosos cástines, Diana olvidó su gran sueño y pensó en lo mejor para su hija de tres años. Sharon necesitaba un hogar estable. Las dos lo necesitaban. La seguridad y tranquilidad de un ambiente rural era lo mejor para las dos. Pero no volvería a Lacock. Empezaron de nuevo en un pueblo del condado de Surrey, donde yo vivía con mis padres.

      Diana empezó a trabajar de limpiadora en el colegio donde yo iba. Algunos niños se metían con ella porque su madre era la que limpiaba los váteres y vaciaba las papeleras; menos los adolescentes que estaban enamorados en secreto de aquella joven de sensual melena rojiza que su hija había heredado junto con su carácter tempestuoso. Pero cada vez que algún niño se burlaba de ella por la profesión “indigna” de su madre, ella se peleaba con uñas y dientes con quien hiciera falta. En una de esas peleas nos conocimos, cuando yo intentaba separarla de Brandon Farrelly, el mayor bruto de todo Reino Unido, ladrón de bocadillos, bufón de la clase y terror personal de la directora, la dulce señorita Grey.

      A pesar de tener ambas la misma edad Sharon siempre pareció mayor que yo. A los trece ya se había desarrollado y se hizo muy popular entre el género masculino; lo cual la agradó e incluso dejó que algún chico palpara sus pequeños pechos como melocotones —por supuesto, sin quitarse el sujetador—. Siempre llegaba tarde a su casa por hacer travesuras con su nuevo novio en los vestuarios del colegio. Pero por desgracia para ellos, aquellos momentos de lascivia adolescente duraron poco, pues cuando Sharon cumplió quince años descubrió que la razón por la que compraba la Cosmopolitan no era por los profundos reportajes sobre “Cómo conquistar a un Sagitario” sino por las seductoras fotos de Kate Winslet o Julia Roberts.

      Un día pasó en bicicleta por un colegio religioso de chicas e intentó convencer a su madre de que se había vuelto católica y que quería estudiar en Santa Ana. Pero Diana —que, a pesar de ser atea, no tenía problemas con que su hija fuera católica, budista o titiritera— le dijo que no podía permitirse pagar aquel colegio, así que Sharon tuvo que resignarse, hasta que en la universidad conocer chicas ya no fue un problema.

      Tuvo muchas relaciones, unas más serias que otras. Enlazaba una novia con otra y faltaba mucho a clase por culpa de las peleas bíblicas con la novia de turno. Mientras, yo me pasaba horas estudiando en el cuarto de la residencia de Oxford hasta las dos de la madrugada, cuando ella llegaba entusiasmada con una nueva conquista.

      —Mañana tenemos examen de Historia del Arte, lo sabes, ¿verdad?

      —A quién puede preocuparle el David existiendo una diosa como Emma Potter… Estoy enamorada —decía tumbándose en la cama.

      —¿Otra vez? —le respondía yo—. Creía que ya lo estabas la semana pasada, de Amanda Ferguson.

      —¡Esa es historia!

      * * *

      Cuando terminé de fregar los platos, Sharon había acabado con todas las existencias de la caja de galletas.

      —Lo siento —dijo señalando las últimas tres galletas que quedaban en la caja—. Tengo una resaca de campeonato. Anoche fui a un concierto y luego estuve en un local nuevo de Shoreditch con Jason y sus compañeros del bufete. Solo te diré tres palabras: cadenas, cuero y jaulas.

      —Muy interesante… No te pierdes una, ¿eh?

      —“Hasta que el cuerpo aguante”. Ese es mi lema, ya lo sabes.

      Yo lo sabía, y todo Londres lo sabía.

      Sharon iba con una minifalda vaquera, pese a que estábamos en pleno diciembre. Y siempre llevaba collares y pulseritas de colores. Prácticamente se vestía con la misma ropa que cuando teníamos veinte años. De hecho, como era tan delgada todavía le cabían sus antiguas prendas. Hoy se había puesto una camiseta con la portada del disco Like a Virgin, de Madonna. Su cantante favorita СКАЧАТЬ