El proyecto Centauro: La nueva frontera educativa. José Antonio Marina Torres
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СКАЧАТЬ sí» (D. Kimura, Sex and Cognition, Bradford Book, New York, 2000). Lo que ocurre es que esas diferencias no están en lo que tradicionalmente se denomina «inteligencia» —la que miden los tests—, que es igual en ambos sexos, sino en el campo de la afectividad. El factor sexo resulta especialmente relevante para la psicología emergente, como demuestra la polémica actual acerca de sexo y género. El sexo sería una característica biológica, mientras que el género es una categoría cultural, es decir, aprendida. La IV Conferencia Mundial de las Naciones Unidas sobre la Mujer, realizada en septiembre de 1995 en Pekín, presentó el tema al público en general. «El género —definió— se refiere a las relaciones entre mujeres y hombres basadas en roles definidos socialmente, que se asignan a uno u otro sexo». Macho-hembra son categorías naturales, mujer y varón, son construcciones sociales. En realidad, se trataba de luchar contra unos roles sociales que implican la sumisión femenina basándose en una supuesta inferioridad natural. La ciencia de la evolución de las culturas muestra de manera dramática la larga vida de esa falsedad. En España duró hasta 1975. Hasta ese momento, la mujer casada estaba sometida legalmente al «poder de dirección» del marido, porque así lo indicaban la naturaleza, la tradición y la religión. Para nuestro planteamiento lo que resulta más importante es que características biológicas eran reformuladas socialmente convirtiéndose en características aprendidas. Simone de Beauvoir pronunció una frase que se convirtió en lema feminista: «No se nace mujer, se llega a serlo». El significado es «se nace hembra y se llega a ser mujer por presión social». La polémica se ha radicalizado, porque se han incluido otras importantes derivaciones del tema, como son la orientación sexual y la identidad sexual. Rebecca J. Cook, redactora del informe oficial de la ONU en la Cumbre, afirmó: «Los sexos ya no son dos sino cinco, y por tanto no se debería hablar de hombre y mujer, sino de mujeres heterosexuales, mujeres homosexuales, hombres heterosexuales, hombres homosexuales y hombres bisexuales». De esta manera, ya no se defendían las variaciones culturales, sino que se «naturalizaban» las diferencias. Tendremos ocasión de ver que el modelo de personalidad que presento permite resolver alguna de estas cuestiones. Por ahora, solo me interesa destacar que el factor sexual forma parte de la personalidad heredada, es decir, que los bebés nacen con unas preferencias determinadas biológicamente. Por ejemplo, los andrógenos tienen unos efectos permanentes en el cerebro en desarrollo, no solo unos efectos pasajeros como en el cerebro adulto. Las niñas con hiperplasia adrenal congénita producen una gran cantidad de andrógenos. Aunque sus hormonas alcanzan un nivel normal poco después de nacer, inician un desarrollo de características poco femeninas, con preferencia por los juegos bruscos, mayor interés por los coches que por las muñecas, mejores habilidades espaciales y, cuando se hacen mayores, más fantasías y deseos sexuales en los que intervienen otras niñas. La experimentación con animales, por otra parte, ha mostrado que si inyectamos hormonas femeninas a ratas macho comienzan a realizar movimientos femeninos de acoplamiento sexual.

      Estos temas, de gran complejidad, han entrado en la escuela. ¿A qué edad hay que tomarse en serio las afirmaciones transexuales de un niño o de una niña? ¿Están siendo influenciados por unos modelos líquidos de sexualidad que la consideran voluntariamente elegible?

      3. otro componente básico: la inteligencia general

      El segundo factor de diferenciación es la inteligencia general, el denominado factor g. Este concepto surgió de la psicometría. El creador de la psicología factorial, Spearman, a principios de siglo xx, constató que había una correlación entre diversos tests de inteligencia, que permitía establecer en cada inteligencia un factor común y un factor específico. A ese factor común lo denominó inteligencia general (g). A pesar de que es «el resultado más constatado en la historia de la psicología» (I. J. Deary, Looking Down on Human Intelligence: From Psychometrics to the Brain, Oxford University Press, Oxford, England, 2000), ha sido duramente criticado, unas veces por razones técnicas (la crítica a los tests en general) y otras ideológicas (hablar de una diferencia genética en inteligencia general parecía que discriminaba a los seres humanos). Creo que el modelo bifactorial de Spearman describe bien las diferencias en habilidades, y que la teoría emergente de la personalidad permite explicar que la inteligencia general es real, pero no es inmutable.

      El factor g es un concepto puramente psicométrico. Detecta una correlación, pero no explica a qué se debe. Es decir, no indica en qué puede consistir ese factor g. Se ha intentado averiguar. Spearman pensó que era una «energía mental», idea que en aquel momento pareció poco rigurosa. Sería como decir que el opio duerme porque tiene una «energía dormitiva»: una tautología. El sujeto pensaría bien porque tendría una gran «energía intelectual». Sin embargo, a partir de los años noventa la idea de «energía mental» ha revivido, sobre todo, por los estudios de Roy Baumeister, que la relaciona con la capacidad de autocontrol. Kovacs y Conway sugieren que g emerge del control ejecutivo (¡Atención! Es la primera vez que aparece este concepto, que será fundamental en este libro. ¡Manténganlo en la memoria!). Otros autores lo identifican con la velocidad de procesamiento, y muchos con la working memory, otro concepto del que hablaremos. Andreas Demetriou y colaboradores (A. Demetriou, N. Makris, G. Spanoudis, S. Kazi, M. Shayer y E. Kazali, «Mapping the Dimensions of General Intelligence: An Integrated Differential-Developmental Theory», en Human Development, 61(1), 2018, pp. 4-42) consideran que g es un factor que resulta de otros procesos. Propone la siguiente fórmula:

      G = f (control de la atención + flexibilidad + memoria de trabajo + metacognición + inferencia)

      Si la inteligencia depende del cerebro y el cerebro depende de la herencia genética, es obvio que la inteligencia depende de los genes. Pero ¿hasta qué punto? El consenso científico admite que la herencia aporta entre un 30 y un 60 % de nuestro cableado cerebral, y que del 40 al 70 % es repercusión del entorno. Es cierto que en las patologías genéticas el peso de la herencia es decisivo, pero en los niños sanos, el margen de variación es muy grande. Sin embargo, conviene recordar que hay diversos estilos de aprendizaje y que alguno de los problemas de un niño puede deberse a que su estilo de aprender no coincide con nuestro estilo de enseñar.

      4. tercer factor: el temperamento

      El tercer factor —el temperamento— es tratado cada vez con más atención en los libros de psicología evolutiva y de psicología de la educación. Es un estilo de evaluar los estímulos y responder afectiva y activamente a ellos. Son diferencias constitucionales en el modo de sentir, actuar o controlar la atención. Forma parte de la matriz personal, y su influencia es bastante estable. Sin embargo, temperamentos similares pueden dar lugar a diferentes trayectorias vitales y resultados evolutivos muy distintos.

      Resulta imposible resumir los estudios sobre el temperamento, pero entre los numerosos rasgos aislados por los investigadores parece dibujarse un consenso básico en los siguientes aspectos:

      1. Cada bebé tiene un modo propio de reaccionar emocionalmente. Los niños son tranquilos o irritables, tienen buen genio o mal genio, son sociables o huidizos, propensos a la tristeza o a la alegría. Estos son rasgos que todas las madres conocen y que los investigadores han intentado precisar más, distinguiendo entre afectividad positiva y afectividad negativa.

      • Afectividad negativa: al niño le sientan mal muchas cosas. Su umbral de reacción es muy bajo. Predomina en él el tomo hedónico negativo. Se han destacado dos tipos de malestar. Uno tiene que ver con el miedo. «El día que yo nací —escribió Hobbes— mi madre parió dos gemelos: yo y mi miedo». El niño retrocede ante la novedad, evita los nuevos contactos, soporta mal un nivel de estimulación alto, lo que le hace adaptarse mal a muchas situaciones. El otro malestar tiene que ver con la irritación. Las situaciones o experiencias que le molestan con facilidad, le cuesta contentarse, tiende a manifestar explosiones de cólera y también tiene dificultades de adaptación.

      • Afectividad positiva. El niño disfruta con facilidad, no siente miedo de la novedad, es sociable, sonríe mucho, desinhibido.

      2. Los niños tienen distintos modos de actuar. Difieren en su nivel de actividad. Son tranquilos СКАЧАТЬ