El proyecto Centauro: La nueva frontera educativa. José Antonio Marina Torres
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СКАЧАТЬ no es decidir. Es solo un antecedente más. Puedo amontonar razones a favor de una acción y acabar haciendo lo contrario. La psicología cognitiva ha estudiado la decisión como una función del pensamiento, pero decidir no es culminar un razonamiento. De hecho, António Damásio comprobó que enfermos que habían sufrido una sección en las vías neuronales que relacionan los lóbulos frontales con las zonas emocionales, eran capaces de deliberar razonablemente, pero eran incapaces de tomar una decisión. El análisis de los pros y contras de una acción podía alargarse indefinidamente.

      Así pues, tenemos un vacío entre los antecedentes y la decisión. La motivación influye, pero no determina la decisión. Los filósofos han intentado fijar ese momento. El teólogo Luis de Molina definió la libertad como «aquella potencia del hombre en virtud de la cual, puestas todas las condiciones requeridas para el acto, sin embargo, el hombre puede obrar o no obrar». Ya he dicho que la inhibición, la capacidad de decir «no» era el origen de nuestra libertad. Estoy sentado, y es cierto que puedo imaginarme permaneciendo sentado o levantándome. Pero esto no explica por qué voy a hacer una cosa en vez de otra. Puedo inhibir la acción y esto es el instrumento de la libertad, no es la libertad misma. La libertad, esto es, la capacidad de poder inhibir el impulso o de no inhibirlo, se nos escapa de nuevo. ¿Por qué una vez inhibo mi deseo de comer un bombón y otras veces caigo en la tentación? Una vez que abrimos el vacío entre el impulso y el acto parece que tenemos que apelar a una potencia prodigiosa, antinatural, inexplicable, que se fundamenta a sí misma: la libertad. Es un acto que se saca a sí mismo de la nada. No me extraña que una vez admitido un acto tan «sobrenatural», haya pensadores, Zubiri por ejemplo, que piensan que la existencia de la libertad es una prueba de la existencia de Dios.

      Mientras no seamos capaces de llenar ese hueco, de comprender cómo tomamos una decisión, todo lo que digamos sobre libertad, responsabilidad, autonomía, está en el aire. Necesitamos, pues, resolver este problema para así explicar mejor el comportamiento humano, comprender mejor nuestra situación en el mundo, diseñar mejor la que desearíamos tener, y encauzar mejor nuestros sistemas educativos. Si este libro tiene sentido debe resolver esa incógnita, que voy a denominar «el puente». El puente que permite pasar de la indecisión a la decisión, de la posibilidad a la realidad. Conviene no olvidar que la verdadera decisión lleva implícito el compromiso de ponerse en marcha. De lo contrario es un simulacro de decisión, como cuando decidimos comenzar un régimen, pero lo postergamos indefinidamente. No tiene sentido decir: tomé la decisión de estudiar Medicina, pude hacerlo, pero nunca lo hice. Me engaño al decir que tome una decisión. Adelantaré acontecimientos. Para pasar del deseo a la acción hay un puente, ciertamente misterioso, al que tradicionalmente se le llamó voluntad, pero que la psicología demolió. La psicología emergente se está encargando ahora de reconstruirlo. Lo explicaré en el capítulo IV.

      Una vez pasado el puente, comienza la ejecución de lo decidido. La parte más visible de todo el proceso. La única que interesaba a los conductistas que desdeñaron ocuparse de todo la anterior. La ejecución implica también muchos elementos diferentes: hay que mantener la decisión hasta alcanzar el objetivo, y hay que aplicar hábitos fundamentales como la perseverancia, la resistencia a la frustración, la flexibilidad, etc.

      5. la personalidad, tema central

      Hemos recorrido los elementos de una acción, pero las acciones no aparecen aisladas. Los comportamientos de una persona —sus motivaciones, sus decisiones, su estilo de realización— responden a un cierto patrón. Para designar ese patrón, se inventó el término «personalidad». Una persona se realiza, concreta, expresa como personalidad. Al andar, no andan mis piernas: ando yo. Al aprender matemáticas no aprende mi inteligencia matemática, ni siquiera mi memoria: aprendo yo. «Persona» es un concepto filosófico y jurídico. Es lo que identifica a todos los miembros de nuestra especie. Nadie es más persona que nadie.

      En cambio «personalidad» es un concepto psicológico, y designa lo que diferencia a una persona de otra. No hay un siete diferente a otro siete, ni un feldespato diferente a otro feldespato, pero un ser humano es distinto a otro ser humano. Es, como dije, un concepto inventado para explicar el modo peculiar que tiene una persona de interpretar la realidad, tomar decisiones y actuar. Apunta a rasgos estables, no a respuestas meramente coyunturales. Corresponde, pues, al estilo de comportamiento de una persona. Una persona es nerviosa y otra tranquila, una timorata y otra resuelta, una envidiosa y otra generosa. Reconociendo que cada persona es un mundo, los especialistas se han esforzado en seleccionar ciertos rasgos que permiten clasificar los distintos tipos de personalidad. Lo hacen, evidentemente, a costa de simplificar mucho la realidad. Una buena teoría de la educación tiene que conocer lo que la psicología dice, para integrarlo con informaciones de otras especialidades. La psicología emergente se encarga de proporcionárselo.

      Los modelos de personalidad más conocidos han seleccionado distintas características fundamentales. Los antiguos griegos dividieron todas las personalidades según el predominio de cuatro humores: sanguíneo, flemático, melancólico y colérico. Cattell identificó dieciséis rasgos. Hans J. Eysenck destacó tres: introversión-extraversión; estable-inestable (neuroticismo), sensible-insensible (psicoticismo). Parece que existe cierto consenso en el modelo de los cinco factores (Big five) de Costa y McCrae: neuroticismo, extraversión, apertura a la experiencia, afabilidad, responsabilidad. Pero este enfoque no satisface a todos.

      Walter Mischel indicó que la gente no responde de la misma manera en todas las situaciones. Una persona puede ser muy sociable en unos entornos e insociable en otros, dependiendo, entre otras cosas, de la manera de interpretar la experiencia. En eso influían mucho las creencias que tuviera, el modo como hubiera configurado su propio mundo.

      Mi crítica a la psicología se extiende a su concepto de personalidad. Como escriben unos especialistas, para muchos autores, la personalidad consiste en unas tendencias y disposiciones heredadas que cambian poco a lo largo de la vida. El ser humano parece tener pocas posibilidades de desarrollar sus capacidades voluntariamente, lo que limita la eficacia de la educación (G. V. Caprara y D. Cervone, «A conception of personality for a psychology of human strenghts: personality as a agentic, self-regulating system» en L. G. Aspinwall y U. M. Staudinger (ed.), A psychology of human strenghts, American Psychological Association, Washington, 2002). La solución que proponen los autores, y que yo comparto, es que una meta de la psicología de la personalidad es arrojar luz sobre los procesos autorregulatorios a través de los cuales las personas construyen sus experiencias y desarrollo personales.

      Desde la psicología emergente podemos distinguir tres niveles en la personalidad:

      1 Personalidad recibida: es la matriz personal, biológica, genéticamente condicionada. A través de ella heredamos viejas demandas y viejos aprendizajes. Es lo que se denomina «memoria filética», la memoria de la especie. La voz de la especie, seleccionada a través de las voces de nuestros padres resuenan en nosotros. Nacemos programados para ciertas cosas y con propensiones concretas.

      2 Personalidad aprendida: es lo que denominamos «carácter», es decir, el conjunto de hábitos afectivos, cognitivos, conductuales adquiridos a partir de la personalidad base. Lo que los filósofos clásicos denominaban «segunda naturaleza». Son estructuras muy estables, pero aprendidas, y de ellas derivan también deseos. El hábito de fumar desencadena los deseos de fumar. El hábito de huir, los deseos de hacerlo ante cualquier problema. El hábito de consultar el móvil, la adicción a hacerlo. Este es el nivel más importante para la educación, cuya fórmula más elemental, que quisiera que no olvidaran, es:Educación = instrucción + formación del carácterEl carácter libera a la persona del determinismo heredado. Por eso podemos decir que la libertad se aprende. Si no admitimos este nivel, actuaríamos siempre a partir de nuestro temperamento, por lo que el ámbito de nuestra libertad quedaría dramáticamente afectado. Nos ocurriría como en la fábula de la rana y el alacrán:Una vez, en la orilla de un arroyo, un alacrán pidió a una rana que le ayudara a atravesarlo. «¿Por qué no me dejas subir a tu espalda y me pasas a la otra orilla?». «Porque me clavarías tu aguijón y me matarías», СКАЧАТЬ