Название: Asfixia
Автор: Álex Mírez
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Inmunidad
isbn: 9788416942473
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Conduje rápido, pero no en exceso. Mientras, llegó a mi mente el recuerdo del día en que aprendí a manejar un auto. Quino me había enseñado alegando que era necesario para el grupo, pues todos debíamos colaborar durante las búsquedas de alimento. Aun así, conducir era lo que menos me gustaba hacer. Algo que me frustraba bastante eran los autos estacionados en medio de las vías con cadáveres en su interior. Trataba de no mirar porque los cuerpos causaban un gran impacto visual, pero era inevitable cuando debía rodear los automóviles para poder seguir avanzando.
Coloqué un cd de música, subí todo el volumen para alejar la imagen de los cadáveres de mi mente y aceleré cuando el camino se despejó.
Conduje aproximadamente cuatro horas sin hacer ninguna parada para descansar. Las ansias no me lo permitieron. Cuando llegué descubrí que aquella ciudad tenía cadáveres por todos lados: en las calles, en las aceras, dentro de los autos y en cualquier lugar a la vista. Eso suponía un gran problema para mí porque no podía seguir avanzando con el auto.
Aplastar los cuerpos nunca había sido una opción, por lo que preferí caminar. Me reacomodé la mochila y traté de memorizar el lugar en donde dejaba el auto para después encontrarlo con facilidad.
Al sentirme lista, me adentré en la ciudad.
No supe con exactitud cuánto caminé, pero confiando en los letreros di con la dirección. Se trataba de un laboratorio clínico. Volví a mirar la página para asegurarme de que había llegado al sitio correcto y efectivamente estaba en él. Admití que había imaginado algo distinto, una casa o algún refugio, pero en ningún momento un laboratorio.
Dudé ante la idea de entrar porque me causó cierta desconfianza. Debía aceptarlo, en algunos momentos era cobarde y temerosa, incluso tenía una lista estricta de lugares a los que no entraba ni de día, ni de noche:
No escuelas.
No iglesias.
No hospitales.
Los laboratorios siempre parecían versiones más pequeñas de los hospitales, y de todos los sitios del mundo los hospitales me parecían los lugares más inquietantes y perturbadores. Con el planeta vacío el silencio en aquellos lugares casi inducía a la locura, ya que ni siquiera había zumbido. Pero, por otro lado, ¿qué tal si Levi H estaba ahí, refugiado? ¿Y si era un sobreviviente como yo y como lo fueron los otros Seis?
Di pasos hacia adelante pero luego volví a darlos hacia atrás. Quería entrar, pero a la vez no. Aún sostenía el libro, así que lo apreté con fuerza contra mi pecho, aferrándome a todo lo que había sentido desde que lo había empezado a leer.
Una esperanza.
Eso significaba el diario para mí, una posibilidad.
Inhalé profundamente e induje pensamientos forzados a mi mente para otorgarme valor. No iba a pasarme nada, no vería nada extraño, solo buscaría la verdad. Así que con los nervios de punta avancé hasta atravesar la entrada del laboratorio.
Ya no había vuelta atrás.
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El corazón me latió con rapidez como a cualquier persona que hubiese visto una maravillosa película de terror. El interior estaba sumido en una densa oscuridad y en un profundo silencio, de aquel que dejaba a uno con los más angustiosos pensamientos.
Rebusqué en la mochila y saqué una de esas linternas a las que antes de la catástrofe les habían hecho bastante publicidad, porque se recargaban con luz solar y llegaban a durar mucho más tiempo del que cualquier otra podía. Incluso tarareé la cancioncilla del comercial para apaciguar el nerviosismo:
«Siempre dura, siempre brilla. ¡Es la única que necesitas!».
Mientras avanzaba por los pasillos, apreté aún más el libro contra mi pecho. No me dirigía a un punto exacto, no sabía en donde terminaría, pero seguí. Miré con atención cada habitación con puertas abiertas, evitando ser yo la que abriera alguna.
A medida que caminaba me daba cuenta de que no había ningún cadáver. Me pareció extraño. Era como si todos hubiesen tenido la oportunidad de escapar de la muerte, o como si el lugar hubiese estado vacío antes de la catástrofe.
—No hay nada malo aquí, Drey, tranquila —me susurré.
Vi algunas casetas de recepción, algunos pequeños consultorios de esos en donde se extraía la sangre, y cuando crucé en un pasillo también observé las habitaciones en donde analizaban las pruebas.
Giré en otro pasillo. Era más largo que el anterior. Al final había solo una puerta. Sentí cierto temor. El pasaje parecía perfectamente diseñado para dirigir a cualquiera a un destino espantoso.
Avancé con las piernas flaqueando. El corazón comenzó a latirme mucho más rápido y los nervios afloraron de una forma agobiante. Los jadeos que emití debido a mi respiración agitada, fueron audibles a través de la máscara que me cubría el rostro.
Después de detenerme frente a la puerta, coloqué la mano sobre la fría perilla, la giré y...
—¡Oh, mierda! —solté de inmediato, pasmada, dejando caer el libro.
Sobre el suelo de la habitación reposaban cuatro cadáveres y todos estaban en un estado de descomposición impactante, peor que aquellos que se hallaban en las calles. Sus labios se habían secado y separado, formando una expresión de dolor, creando una imagen espeluznante y casi abstracta.
Traté de calmarme.
Había visto demasiados cadáveres, esos no podían hacer la diferencia.
Examiné mejor la sala, y además de los cuerpos —los cuales eran todos femeninos— solo había instrumentos médicos y algunas camillas.
Levi H no estaba allí.
Un escalofrío me recorrió la espalda y el pensamiento hincó en mi mente: estaba sola y lo estaría siempre.Me sentí estúpida. En aquel lugar no había nadie con vida. Me había formado falsas esperanzas deseando creer en algo que no era posible, que nunca sería posible. Entonces, cuando el miedo se disipó, dio paso a otras emociones y me desesperé tanto que sentí un nudo en la garganta y una rabia indescriptible.
Haberme imaginado un mundo diferente en donde otra persona también tuviera lugar y que esa fantasía se desmoronara en segundos, me devastó.
Me agaché para recoger el libro del suelo. Sentí rabia además de dolor, y cuando todos mis sentimientos terminaron de mezclarse, corrí fuera del edificio.
Pensé en todo de un solo golpe: la soledad, los cadáveres, el miedo, la tristeza, la decepción, la desilusión y la rabia. Comencé a sentir que me ahogaba, que no podía respirar, como si alguien hubiese puesto una enorme almohada sobre mi cara para impedir que continuara inhalando oxígeno. Mi corazón se aceleró, las manos me temblaron, sudé y sentí un gran dolor en el pecho, pero aun así corrí sin detenerme y como pude llegué hasta el auto.
Cuando me subí a él, me quité la máscara y la dejé a un lado. Quise estampar la cara contra СКАЧАТЬ