Asfixia. Álex Mírez
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Название: Asfixia

Автор: Álex Mírez

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Inmunidad

isbn: 9788416942473

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СКАЧАТЬ llegué a pensar que ya estaba cruzando la línea que separaba la cordura de la demencia, porque durante tres meses mi único pasatiempo fue juntar los cadáveres del pueblo —los que no pesaban tanto— para, en un acto de entero respeto, quemarlos y no tener que pasar sobre ellos al caminar por las calles.

      Descubrí que una de las cosas más horribles del mundo era tropezar con un cadáver, así que me ocupé de eso. Después de todo, tenía muchísimo tiempo libre.

      En el transcurso de esos tres meses me di cuenta algo insólito. Ocurrió de un momento a otro: los cadáveres comenzaron a transformarse en una masa de carne amorfa no descompuesta y putrefacta.

      No necesité haber estudiado medicina para comprender que algo no estaba sucediendo como debía de ser. Pero viéndome inhábil para analizar esa rareza como un científico lo hubiese hecho, lo único que podía hacer era especular y seguir mi camino.

      Entre los pasatiempos que se me ocurrían, la soledad era como una moneda lanzada al aire. Cuando caía por un lado, mi día era interesante y entretenido, y el hecho de que no hubiese nadie más era beneficioso. Cuando caía por el otro lado, no salía de casa ni por un momento, lloraba por horas y el suicidio era lo único que rondaba mi mente.

      Pasó el tiempo y de alguna forma aprendí a controlar mis emociones para que no fuesen tan volubles. Logré adaptarme al desierto en el que se había convertido el mundo, a pesar de que en el fondo extrañaba escuchar otras voces y deseaba compartir con alguien más lo que ahora estaba a mi alcance.

      Pero eso no sucedería, porque todo indicaba que era la única persona que quedaba en el mundo.

      Ya no había nadie más.

      [no image in epub file]

      Un primero de agosto me encontraba en la vieja tienda de libros. Para distraerme tomé algunos títulos. La mayoría los había leído más de dos veces, pero hacían que mi mente se pusiera a trabajar y eso era lo único que necesitaba para soportar el día a día.

      Guardé los libros dentro de mi vieja mochila y luego me cubrí el rostro con la máscara antigás que solía usar. A veces llegaba hasta el pueblo alguna emanación tóxica proveniente de las industrias de las grandes ciudades, y la máscara me protegía de ello, pero también servía para no vomitar por el hedor que producían los cadáveres.

      Salí de la tienda. Las calles asfaltadas estaban cubiertas de musgo y en algunas aceras la hierba se expandía, amenazando con apoderarse de todo en el futuro. Los autos seguían en las mismas posiciones, algunos estrellados contra otros y unos pocos bien estacionados. La tierra sin humanos se había transformado, pero los cambios en tres años no habían sido tan drásticos. Llovía menos y el aire estaba más limpio en los pueblos. Estaría a salvo siempre y cuando no me alcanzara la contaminación nuclear.

      Me coloqué los audífonos para tener algo de música que escuchar y comencé a andar rumbo a casa.

      Mientras avanzaba inmersa en la letra de la canción, me encontré ante los restos de dos grandes faroles que quizás se habían caído por el deterioro de su estructura. Los rodeaba una enorme y verdosa raíz de aquellas que de forma misteriosa habían comenzado a aparecer en distintas partes de la tierra. En el piso también se veía una larga y profunda grieta que el mismo tubérculo había causado al salir.

      El camino estaba bloqueado.

      Evalué mis alrededores buscando alguna vía alternativa y tomé como ruta un callejón angosto que podía dar salida al otro lado de la calle. Cuando llegué al final, segura de que encontraría la carretera principal de nuevo, me sentí desorientada, como si apenas descubriera mi propio pueblo.

      Había dado al inicio de una calle que parecía ser la entrada a una pequeña y reservada urbanización.

      De inmediato me llamó la atención la última vivienda de la esquina. Tenía un lazo de color negro sobre la puerta de entrada, como cuando alguien moría y la familia quería encargarse de que supieran que estaban de luto.

      A pesar de que temí encontrar otro cuerpo maloliente, me adentré en la casa por pura curiosidad, porque era de día y porque así cualquier cosa me asustaría menos. Vamos, era valiente, pero estaba sola en el mundo. Si escuchaba algún ruido sufriría un «infarto diarreico», término que había inventado porque ahora era la dueña de todo y porque no había nadie que pudiera corregirme, ¿qué más daba?

      Abrí la puerta con confianza, tal y como entraba a todos los lugares de la ciudad. Exploré la casa. Sala, cocina, armario y jardín vacíos. Subí las escaleras y encontré a una mujer en el suelo de la habitación principal del segundo piso. El cadáver estaba en muy mal estado. Su piel hinchada y difícil de descifrar había adquirido un color negro, y sus extremidades daban la impresión de estar tiesas. En la mano, o al menos en lo que quedaba de ella, brillaba un relicario de oro.

      Lo tomé para fisgonear.

       Salí de la habitación, me detuve en medio del pasillo y miré el interior del relicario. Había dos fotos bastante bonitas: una mujer y un niño de unos diez años. Supuse que la mujer era la que estaba muerta, y que si seguía en aquella casa era probable que me encontrara con el cadáver del pequeño.

      La imagen madre e hijo me conmovió. No podía dejar ese objeto desvanecerse en el olvido, así que lo guardé en mi mochila y me dispuse a salir de allí. Pero antes de bajar las escaleras, retrocedí.

      Fue un movimiento muy extraño que no comprendí. La idea me llegó de golpe. Tan solo quise hacerlo, sin razón alguna, y me di cuenta de que me había faltado revisar una habitación. Entonces me atreví a atravesar la puerta.

      Me pregunté si había sido la habitación de una chica, pero me di cuenta de que era la de un chico. Todo en ella era muy simple. Había ropa masculina en el suelo e incluso una revista playboy sobre la cama.

      —Al menos se divertía —murmuré mientras miraba la portada de la revista.

      No había nada interesante ahí salvo por un pequeño libro sobre un viejo escritorio de madera. Tenía una tapa de cuero negro y un raro símbolo en el lomo, como de una flor. Lo tomé, intrigada, y entonces lo abrí en la primera página:

      ESTE LIBRO PERTENECE A LEVI H.

      —Veamos qué escribías, Levi H —dije en voz alta sin apartar la mirada del libro.

      La primera hoja estaba en blanco. Pasé a la segunda y vi que algunas páginas habían sido arrancadas. Avancé un poco más hasta encontrar algo y comencé a leer desde donde se podía:

      Primera anotación de Levi:

      Algo muy malo va a ocurrir.

      Lo sé porque el abuelo no deja de repetir: «tienes que estar preparado». Me gustaría preguntarle que para qué debo prepararme, pero sería perder el tiempo. Desde que le diagnosticaron Alzheimer lo tachan de viejo loco, y yo sé muy bien que él siempre estuvo cuerdo. A veces pienso que también sufro de Alzheimer, pero sé que no es así, que eso es imposible al ser tan joven. Hay cosas que no puedo recordar, como si mi mente estuviese en blanco o no tuviera un pasado. Me alegra haberme dado cuenta de ello. Por ahora mis dudas son demasiadas, pero poco a poco me iré aclarando. Espero que mamá no descubra que robé este libro de la biblioteca del abuelo, porque si no me mataría.

      Hubo algo entre lo escrito que me intrigó y me СКАЧАТЬ