Asfixia. Álex Mírez
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Название: Asfixia

Автор: Álex Mírez

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Inmunidad

isbn: 9788416942473

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СКАЧАТЬ se había quedado sin luz eléctrica. Los Seis eran un grupo de sobrevivientes. El grupo estaba conformado por personas de diferentes ciudades que al igual que yo no le hallaban explicación a la muerte de la humanidad.

      Terminé viviendo con ellos. Para ese entonces era una niña asustada, débil y desesperada; una persona incapaz de sobrevivir por sí sola. Y aunque no conocía del todo a esas personas e incluso desconfiábamos los unos de los otros, intentamos iniciar una nueva vida.

      Claro, si era que a eso se le podía llamar «vida».

      Hicimos muchas cosas durante el primer año. Encendíamos la televisión esperando encontrar señales de vida en otras ciudades o países, pero no había programación, tampoco radio, ni mensajes, ni señales, nada. Lo único que había eran millones de cuerpos descomponiéndose, millones de malditos cadáveres emanando olores nauseabundos.

      También viajamos a otras ciudades, pero en todas encontramos lo mismo: cadáveres. Cuerpos que después de seis meses reposando al aire libre, aún se mantenían en un casi perfecto estado.

      Al terminar los viajes estuvimos seguros de que éramos los únicos sobrevivientes.

      Con el pasar del tiempo lo confirmamos pues no llegó nadie más.

      Éramos siete personas en el país, siete personas que de día intentaban llevar una vida como si nada hubiera pasado, pero que de noche lloraban a escondidas mientras pensaban en el suicidio como una vía rápida para huir de lo inexplicable.

      Las noches en ese mundo despoblado eran incluso más frías. Perder a todas las personas fue una pesadilla. Ver la ciudad repleta de cadáveres era todavía peor. Y parecía absurdo, pero aunque los humanos fuesen el mayor peligro para la tierra, esta era nada sin ellos.

      Tuvimos que aceptar la realidad:

      Nos quedamos completamente solos.

      Así que pasé meses sentada frente a una de las ventanas de la casa en donde habíamos decidido alojarnos, dedicándome a mirar el cielo mientras me preguntaba cómo había sucedido aquello, y cómo era que nosotros siete seguíamos con vida.

      Poco a poco caí en la depresión. Me convertí en una muchacha callada que casi nunca entablaba conversación con alguna otra persona del grupo. Hablaba nada más que para preguntar lo necesario, agradecer por la comida o instruirme en alguna tarea.

      Aprender lo básico de la supervivencia fue indispensable. Gracias a Dan, policía e integrante de los Seis, entendí cuán necesario era el uso de la gasolina para nosotros. También me enseñó cómo era el manejo de nuestra pequeña central eléctrica a base de energía eólica, la que usábamos para seguir teniendo una vida más o menos parecida a la que habíamos perdido; e igualmente me enseñó a elegir enlatados que duraran mayor tiempo, y de qué forma abrir cualquier auto por más cerrado estuviera.

      Y así pasó el primer año.

      Cuando llegó el segundo, los Seis comenzaron a morir.

      Inició en octubre, para ser específica. Fue repentino y muy extraño. Los veíamos bien una noche y al día siguiente encontrábamos sus cuerpos sin vida. ¿Cómo sucedía? Ni siquiera lo sabíamos, porque sus cuerpos inertes no se parecían a aquellos que habían muerto por asfixia.

      Diana, la bioanalista, falleció primero. Tenía cuarenta años. Aunque se pasó casi la mayor parte del tiempo encerrada en su habitación realizando análisis, lo más relevante que nos dijo fue que la naturaleza presentaba un cambio un tanto alarmante; que el color natural de las plantas se había transformado en un tono opaco, y que las hojas de los árboles habían adquirido un matiz rosáceo bastante curioso. Además de eso nos advirtió que de la tierra estaban surgiendo raíces de un tamaño enorme y anormal, y que aquello era inexplicable.

      Ella murió el primero de octubre de 2020.

      Susy, una anciana, nos dejó después. Fuerte, decidida y muy inteligente. Se aseguró de mantenernos cuerdos sin recurrir a las mentiras. Murió el primero de noviembre de ese mismo año sin aportarnos nada importante sobre el suceso.

      De tercero siguió Dan, mi instructor. El hombre al que le debía mis conocimientos adquiridos durante el tiempo de soledad. El policía más noble que había conocido, una compañía que, al irse, le sumó otro vacío más a mi alma.

      Falleció el dos de diciembre.

      Un mes después nos dejó Jackson ya casi entrado en los cincuenta. Su vocación fue profesar la palabra de la religión a la que había pertenecido. Sus días consistieron en vociferar que lo sucedido era un castigo de Dios y que los que sobrevivimos éramos los elegidos para ir al paraíso.Murió el tres de enero de 2021.

      Quino, el quinto del grupo, murió el cinco de marzo a la edad de treinta años. Adicto a la lectura, muy culto y muy preciso. Formuló muchas teorías junto a Dan, pero omitíamos sus palabras porque casi siempre terminaban discutiendo.Cuando el ocho de abril murió Marie, la pequeña de quince años y la última que quedaba del grupo junto a mí, me quedé sentada en el piso mirando su cuerpo. Me pregunté si pronto sería mi turno, si finalmente me iría. Me pregunté también si la muerte dolería, pero entonces me di cuenta de que el dolor físico que pudiera sentir no sería más fuerte que el dolor emocional que experimentaba en esos momentos.

      Solo debía esperar.

      Tenía que seguir esperando.

      Pero pasaban los días y no moría.

      Ni siquiera sé por qué no sucedió.

      Esperé y esperé, pero no llegó. De hecho, esperé tanto que me cansé de hacerlo. Me vi obligada a aceptar la realidad, y me detuve a pensar si en verdad quería quedarme sumida en la depresión, mirando a través de la ventana.

      Entendí entonces que no moriría, y si no iba a morir, tampoco me quedaría encerrada sufriendo. Así que me obligué a cambiar, a verme como la única persona que quedaba en la tierra, y me exigí comprender que lo que debía hacer era sobrevivir.Poco a poco la depresión comenzó a desvanecerse y a hacerse presente solo durante algunas noches. Un instinto de exploración se desarrolló en mí y empecé a pasear por las calles tratando de encontrarle algún sentido a mi existencia.

      Inicié por mudarme de ciudad, porque el lugar en donde había vivido con los demás estaba impregnado del eco imaginario de sus voces. Tomé un auto, conduje hacia algún lado y llegué a un nuevo pueblo. Escogí la casa más bonita y luego fui al supermercado más grande para abastecerme con los enlatados que aún estuvieran aptos para ser consumidos. Mi dieta se basó en algunas ensaladas con plantas que podían ser digeridas, granos y además algunos trigos que prometían durar hasta treinta años.

      Después de eso viví como cualquiera lo hubiese querido, pero sola. Tomé todos los autos que aún podían conducirse, junté todo el dinero que había en los bancos —aunque no me servía de nada— y rompí las reglas de conducta social que pudieran existir.

      El mundo se convirtió en mi mundo, y durante las tardes de aburrimiento incluso me divertía un poco creando leyes y estatutos como:

      Toda la comida es gratis.

      No existen las escuelas.

      Queda oficialmente establecida la paz mundial.

      Quedan disueltas las religiones.

      Admito СКАЧАТЬ