Cartas a Thyrsá. La isla. Ricardo Reina Martel
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Название: Cartas a Thyrsá. La isla

Автор: Ricardo Reina Martel

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Libro

isbn: 9788417334307

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СКАЧАТЬ escabullirse de vuelta hacia la Sidonia. Pero el caballero lo aupó por la cintura y con una fuerza desmedida, le hizo sentar sobre el caballo, colocándolo delante de él.

      Sin más opción más que dejarse llevar, quedó atrapado y sin posibilidad de intentar la huida. El caballero azuzó el caballo dirigiéndose velozmente hacia Astry, la aldea más cercana, mientras Ixhian cerraba los ojos, muerto de miedo, dejándose llevar por el trote del caballo, hasta percibir que este se detenía. Al abrirlos, descubrió hallarse en un paraje asombroso que nunca hubiese sido capaz de imaginar, pues allí no había tierra amarilla, ni chumberas; estos eran árboles de verdad, verticales, hermosos y complacientes. Todo colmado de un verde que dañaba la vista.

      Si estos eran los colores del mundo, ¿en dónde quedaban los colores de la Sidonia?— Pensó el muchacho.

      La imagen de una cabaña de madera al margen del camino y de un riachuelo que con infinita placidez estabilizaba el lugar, desmanteló inmediatamente sus defensas. Emocionado descubrió a Latia en pie, junto a la puerta de la cabaña saludándole con la mano. De un saltó bajó del caballo y buscó refugio entre sus brazos. Entonces, a partir de ese día, y a sus doce años de edad, nuestro niño ya no volvió a la Sidonia nunca más.

      [10] Comandador, cuerpo militar que gestiona y cuida de la isla y sus habitantes.

      [11] Vagamundo, linaje muy antiguo, cuyos integrantes sueles ser considerados unos brujos estrafalarios.

      IV – Thyrsá

      La rueda de la vida

      Pasadas varias semanas desde la partida de Celeste, volvió a visitarnos el señor de pelos desaliñados y de pequeña barba rugosa. Despertando una vez más, mi asombro y curiosidad, pues pensé que no volvería a verlo de nuevo. Se mantuvo amable y sumamente cariñoso conmigo; ofreciéndome un par de vestidos, regalo de la señora Ana, aquella simpática y corpulenta dama que acompañara al caballero, en su anterior y aciago encuentro.

      El primero de ellos era un conjunto compuesto por una camisa roja y una falda amarilla, el otro era mucho más elegante; nada más y nada menos que una especie de traje enterizo de color crema y cinturón bermejo, rematado en su escote por unos finos y delicados encajes. Nunca había tenido nada semejante, ni tan siquiera me había permitido el soñar con ello, y es que en realidad no sabía mucho de recibir regalos. Aunque padre, muy de vez en cuando, me obsequiaba con alguna flor silvestre del bosque y algún bote de miel o mermelada. Se interesó bastante el señor Arón, que era como se llamaba el hombre de las barbas, por el tipo de vida que llevaba en un lugar tan apartado y solitario. Tras la comida, hablaron mucho padre y él, hasta que aburrida de no entender un ápice de cuanto decían, decidí subir y recluirme en mi cuarto. Ya bien entrada la tarde, me pidió que lo acompañase hasta el manantial, donde suspiró emocionado al comprobar cómo sobre la tumba de la yaya, habían crecido unas diminutas florecillas azules, cubriéndola por completo.

      —Ella siempre pintaba su casa de azul, era su color favorito —le conté.

      —Para Asanga el universo entero era de ese color —con esas extrañas palabras concluyó el señor Arón la conversación.

      Me prometió volver pronto y ayudarme a arreglar el viejo horno que se encontraba tras la casa, quería enseñarme algunos secretos y elaborar conmigo bollos y pastelillos.

      Luego tras su marcha, pasaron los días como si no hubiese acontecido nada extraordinario, volviendo a la tediosa rutina en el bosque, los gansos y la tremenda soledad de las piedras y sus ruinas. Un día a la semana me escapaba al mercado como único suceso memorable, aunque padre me aconsejara no hacerlo; ya que según él, disponíamos de dinero suficiente para poder vivir, sin necesidad de ello. Tan solo por llevarle la contraria y ante la imperiosa necesidad de no sentirme la única persona del mundo, cargaba con el carro con desespero y toda mi rabia acumulada. Tiraba de la desventurada vida que llevaba y de un dolor heredado que no entendía ni sabía de dónde salía. Luego en la tarde, casi siempre me encontraba a padre bebido, recostado sobre la mesa. Entonces entendí el infierno en que se había convertido mi vida.

      Pasado el invierno, el señor Arón se habituó a visitarnos con más frecuencia, hasta llegar a pasarse por casa casi a diario. Cosa que no entendía, ya que el camino que llevaba hasta ella, no iba a ninguna parte. Así, con el paso de los días nos fuimos haciendo el uno al otro, hasta llegar a suspirar por su llegada. Nos sentábamos en el exterior, sobre un viejo banco de madera a la caída de la tarde. Era primavera y la luz que iluminaba el mundo se había vuelto muy nítida y brillante, desde allí observábamos el plácido vuelo del milano, sobre el bosque que nacía bajo el altozano.

      Recuerdo verlo subir, mientras saltaba de los nervios, y como después de besarme en la mejilla, le obsequiaba con una fresca infusión que ocultaba tras mi espalda, esperando con verdadera ansiedad que este cerrase sus ojos y paladease su contenido. Luego muy despacio, y haciéndome rabiar, se demoraba en la adivinación de sus ingredientes. Poniendo cara interesante y equivocándose a posta, mientras yo saltaba de la risa boyante y dichosa. Complacida me aferraba a su mano, a la vez que nos dirigíamos hacia el viejo banco de madera, detallándole a continuación la auténtica composición del refresco, a la vez que simulaba mostrarse realmente satisfecho.

      Enseguida y como quien no quiere la cosa, iniciaba la conversación curioseando e indagando de cuanto aconteciera por casa desde su partida. Con su cercanía y destreza conseguía desarmarme, aunque más de una vez fuese yo quien le pusiese en aprieto y acabara, deshojándose como una flor marchita, confesándome sus anhelos e inclinaciones. Debió de ser por entonces cuando el abuelo, como comencé familiarmente a llamarle, dada su edad y el cariño con el que me trataba; despertó un verdadero interés en mi persona y por la que yo no apostaba un bledo. Considerándome a mí misma, algo estúpida y dotada de una intrascendente personalidad.

      Transcurrieron los meses siguientes, envuelta en esa dinámica de encuentros y desencuentros, hasta que mi corazón volvió a partirse de nuevo, el día en que padre se marchó, sin tan siquiera mencionar, ni dirigirme una sola palabra de despedida. Me dolió porque me había hecho a él, a pesar de la enorme distancia que nos separaba…

      El abuelo Arón

      A los trece años me hice mujer y el abuelo reemplazó a padre, ocupando su lugar en la casa, pasando así a custodiarme y protegerme. Fue ese un día maravilloso e inolvidable, donde cocinamos un gran pastel de miel y cereales. Recuerdo que el abuelo me regaló un precioso pañuelo de color escarlata para cubrirme del frío, y que nada más desenvolver la caja que lo envolvía y descubrir ese hermoso tesoro; me lancé a sus brazos, comiéndomelo a besos. Su ternura y delicadeza para abordar ciertos temas, superaba a cuanto había conocido hasta entonces. Sabía tratarme de sobra, y en el fondo de mi alma sentía que me conocía mejor que nadie, por lo que me entregaba a él ciegamente, siendo este mi guía y medicina.

      Siempre quedarán subscritos esos atardeceres, en donde sentados sobre el altozano, percibíamos los últimos rayos del atardecer, bañando las copas de los gigantescos árboles que conformaban los bosques de Hersia. Esperando con interés la aparición del milano o del gran aguilucho que solemne planeaba, regalándonos su solemnidad y culto, al finalizar el día. Me enseñó a respirar y a contener mi angustia, pues todo en él era esparcimiento y regocijo, a la vez que era capaz de otorgar cada acto, de una humanidad sin precedentes. Poseía una increíble capacidad para desdramatizar cualquier situación, por muy dolorosa que esta fuese. Era una persona muy alegre y cercana, siempre pendiente de mí. Intentando que no me dejase llevar, por esa corriente melancólica que habitaba СКАЧАТЬ