Название: Modelando el emprendimiento social en México
Автор: Группа авторов
Издательство: Bookwire
Жанр: Зарубежная деловая литература
isbn: 9786079380793
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La fuerte presencia del partido hegemónico en contubernio con el gobierno y un control absoluto de la rectoría del Estado explicaban que el pueblo mexicano viviera inmerso en situaciones autoritarias, heredadas desde los tiempos de la Colonia. Aunada a este ámbito de acción, existió la Iglesia poderosa, pero sometida a un contexto posrevolucionario laico que se fue institucionalizando a medida que se crearon las condiciones de una acelerada industrialización del país.
Estas circunstancias concretas enmarcaron y matizaron el desarrollo del sector de ayuda social acaparado por el Estado, y el hecho de que en esta época las expresiones autónomas de la sociedad civil tuvieran escasa capacidad de maniobra. Aun cuando la sociedad civil estuviera todavía restringida a instancias gubernamentales, la Iglesia fue la única institución importante que contaba con cierta autonomía del gobierno y, valiéndose de esta o de sus organizaciones, se expresaban algunas demandas sociales.
La agenda social: un paso adelante
El conflicto, y acontecimiento, más relevante de la época fue el movimiento estudiantil de 1968, que comenzó como una manifestación realizada por estudiantes de la UNAM y terminó siendo un movimiento social que aglutinó demandas de diferentes sectores sociales, presentadas por el Consejo Nacional de Huelga (Zermeño, 1981). Incluían, entre otras querellas, la democratización del sistema político, la liberación de presos políticos y la destitución de mandos policiales (Guevara Niebla, 1988). Lamentablemente, este movimiento culminó con la matanza de Tlatelolco, el 2 de octubre de 1968, perpetrada por el gobierno en curso, con el agravante de que, a dos semanas de iniciarse los Juegos Olímpicos de 1968, celebrados en la Ciudad de México, los ojos del mundo estaban puestos en este país.
El movimiento estudiantil fue un catalizador del cambio social, porque alteró las formas corporativas de control que imperaban hasta ese momento. Los actos de represión fueron una demostración del poder del Estado y del uso de la fuerza pública para contener las movilizaciones sociales que aparecieron en el país, pero también dio lugar a una nueva configuración de las demandas de la sociedad que había dejado de pertenecer al sector agrícola, y comenzaron a surgir otros actores sociales vinculados con la ciudadanía, como fueron estudiantes, profesionistas, intelectuales, empleados y empresarios (Guevara Niebla, 1988; Zermeño, 1981).
A raíz de este movimiento, se detona un cambio en la sociedad civil organizada en México en la búsqueda de explicaciones por lo que había acontecido. Los investigadores buscaron una teoría que pudiera dar nombre a lo sucedido y que permitiera comprender los procesos sociales y el involucramiento de nuevos actores sociales en los importantes cambios en la vida cotidiana del país, de las universidades y de la sociedad en general (Reygadas, 2006).
Bornstein y Davis (2010) mencionan a estos nuevos actores, la ciudadanía involucrada, como una consecuencia de problemas sociales más complejos, que han superado las capacidades de los gobiernos y de las organizaciones de ayuda, razón por la cual se entiende que las soluciones contra la pobreza y la desigualdad necesitan una nueva estrategia: de “abajo hacia arriba”, en lugar de la solución tradicional basada en la estrategia de “arriba hacia abajo”. En respuesta a esta necesidad de un cambio estratégico, se dieron tres avances importantes en México. Primero, el crecimiento (en número y dispersión geográfica) de las organizaciones sin fines de lucro (OSC),[1] (véanse las tablas 2.1, 2.2 y 2.3). Segundo, un movimiento de responsabilidad corporativo y, tercero, el desarrollo eventual de empresas sociales en México.
Hacia la apertura (1970-2000)
El periodo comprendido entre 1970 y 2000 fue considerado de transición política, económica y social en México. El modelo de desarrollo compartido fue propuesto por el entonces presidente Luis Echeverría Álvarez (1970-1976) y tenía por objetivo llevar el progreso a todos los sectores sociales. Este modelo se basó en el gasto público como motor del crecimiento económico, con ingresos provenientes del petróleo y la recaudación fiscal. Este impulso económico buscaría la inclusión de todos los grupos sociales (Babb, 2003). Sin embargo, tales ingresos resultaron ser insuficientes para mantener la política de expansión, por lo que se optó por contratar importantes montos de endeudamiento externo como forma de financiamiento del déficit fiscal (Huerta y Chávez, 2005).
La llegada de Echeverría al poder generó el interés en reformar la forma en que se organizaba la educación hasta ese momento. Para ello, creó la Comisión Coordinadora de la Reforma Educativa, cuyo objetivo era diversificar los servicios educativos, aumentar el número de escuelas y reformar los planes de estudio. Esta reforma impulsó el que todos los habitantes del país recibieran educación con las mismas oportunidades (Centro de Estudios Sociales y de Opinión Pública, 2006b).
Bajo el gobierno de José López Portillo (1976-1982) se llevó a cabo un diagnóstico de la situación escolar en el nivel básico y se diseñó el Plan Nacional de Educación (PNE). Este plan retomó los intereses que la gestión educativa había tenido durante las primeras décadas del México posrevolucionario, en especial la desarrollada por el cardenismo. Como parte de sus objetivos, destacó la creación del Colegio Nacional de Educación Profesional Técnica (CONALEP) en 1979.
Con el objetivo de llevar educación a todos los sectores sociales y de incrementar los niveles de alfabetización, en 1978 el gobierno federal puso en marcha el Programa Nacional a Grupos Marginados y, en 1981, elaboró el Programa Nacional de Alfabetización, además de crear el Instituto Nacional de Educación para Adultos (INEA). De acuerdo con el Censo de Población y Vivienda del INEGI de 1980, estos esfuerzos lograron que más de 80% de la población mayor de 15 años supiera leer y escribir.
La década de los ochenta fue un parteaguas en la historia de México. Significó el cambio en el modelo de desarrollo basado en una economía neoliberal. Este cambio se vio enmarcado por dos acontecimientos claves, uno de corte económico y otro de corte social:
1 El primero tiene sus orígenes en la reforma económica planteada desde 1982 por el presidente Miguel de la Madrid (1982-1988) y concluye con la instauración del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) durante el sexenio de Carlos Salinas de Gortari (1988-1994). Sin embargo, y a raíz del terremoto de 1985 en la Ciudad de México que dejó más de 10,000 muertes, emergió nuevamente el despertar de la ciudadanía (Charry, 2003; Villalpando y Rosas, 2003). Surgió lo que se llegó a conocer como una “sociedad civil emergente”. Los ciudadanos enfrentaron el desastre con actitudes innovadoras de solidaridad. Las acciones ciudadanas posteriores al 19 de septiembre de 1985 se caracterizaron por rebasar el Plan de Auxilio a la Población en Caso de Desastres de la época e inventar mecanismos de apoyo en un estado de emergencia que desafió las carencias del aparato gubernamental (Monsiváis, 1986).
2 El segundo comienza con la llegada de Carlos Salinas de Gortari (1988-1994) al poder en un ambiente de inconformidad social y la creación de un modelo de asistencia social, orientado a la atención de grupos en situación de pobreza, que termina con la llegada a la presidencia de Vicente Fox Quesada en 2000. El primer candidato proveniente de un partido diferente al partido hegemónico del siglo XX.
Democratización y derechos humanos
En 1988, cuando Salinas inició su mandato, se anunció la puesta en marcha del Programa Nacional de Solidaridad (Pronasol) con dos objetivos fundamentales: 1) la provisión de servicios de atención social, la creación de infraestructura y el alivio de la pobreza extrema y, 2) replantear de manera radical la relación entre el Estado mexicano y la sociedad en el marco de la reforma económica (Ontiveros, 2005). Las líneas de acción se enfocaron en el mejoramiento de los niveles de vida, en ampliar las oportunidades de empleo, en la construcción de obras de infraestructura de impacto regional y en la ejecución de programas de desarrollo en regiones específicas (Barajas, 2002).
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