Название: Tormenta de fuego
Автор: Rowyn Oliver
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: HQÑ
isbn: 9788413750101
isbn:
Él no respondió y Jud se sorprendió esperando una respuesta y mirándolo fijamente.
—Por eso estaba aquí el capitán Gottier, para que trabajaran juntos, ¿no? —le apremió.
Max guardó silencio dudando si contarle todo.
—Voy a disfrutar de unas vacaciones.
Jud ladeó la cabeza como si acabara de comprender lo que aquello significaba.
—¿Te largas a investigar los asesinatos por tu cuenta?
Max la miró con intensidad, viendo que a causa de la sorpresa había pasado a tutearle.
—No exactamente.
Ella esperó a que continuara hablando. No iba a darse por vencida.
—En parte, sí —cedió él—, pero mi hermana se casa y tengo que hacer acto de presencia.
—Que me da que se hubiera saltado esa boda si no fuera por otros incentivos.
Él se la quedó mirando y una sonrisa inesperada se dibujó en su rostro.
—No, hubiera ido porque aprecio mi virilidad, y sin duda mis hermanas me hubieran castrado de no aceptar la invitación.
—Ya veo —rio ella—, la persuasión femenina.
Unos golpes en la puerta los sobresaltaron, estaban demasiado cerca y se apresuraron a retroceder un paso para no dar una mala impresión a quien fuera que llamara.
—Adelante. —El capitán se colocó tras su escritorio.
—Perdone, capitán —dijo Ryan—. Oh, Jud.
Su compañera asintió a modo de saludo y él dibujó una exasperante sonrisa en su boca.
—Si me disculpan.
Jud salió del despacho, pero no sin antes dedicar una mirada significativa a su jefe que decía claramente: «Esta conversación no se termina aquí».
Capítulo 6
Una hora después, Jud no podía sacarse aquellos asesinatos de la cabeza. No le extrañaba nada que a Max le obsesionara la idea de atrapar a ese hijo de puta.
—¿Te ocurre algo? —preguntó Ryan con su arrebatadora sonrisa.
Lo miraba echado en su silla de oficina. El escritorio de Ryan estaba frente al de Jud y solían comentar los casos y compartir información. En esos momentos, el guapo adonis la miraba como si supiera que algo ocupaba su mente de manera obsesiva. Ryan siempre había tenido el don de ver cómo era ella, con sus defectos y virtudes.
—No, ¿por qué? —se molestó ella.
—No sé, estás muy pensativa.
Sí que lo estaba, pensaba en el asesino en serie, en que el capitán había viajado cientos de kilómetros solo para atrapar a ese bastardo y se había dado de bruces con un imitador. Debería estar decepcionado, pero a la vez todo era tan jodidamente estimulante. Se sentía horrorizada por las pobres víctimas, pero la adrenalina de saber que el asesino estaba cerca de cometer un error… Lo que no sabía es cuánto tiempo tardaría el FBI en intervenir. A Max sin duda le quedaba poco espacio de maniobra antes de que el caso pasara a los federales. ¿Por qué había dejado el caso al inspector en lugar de interesarse especialmente en él? ¿Quizás porque ya sabía que era un imitador y el que realmente le interesaba era el de Dallas? Pero eso no tenía sentido, una pobre víctima, era una víctima que debía obtener justicia en Seattle o en Dallas. Entonces… ¿Es que tenía algo personal que decir en ese asunto?
—Solo estaba pensando en la fiesta.
—¡Fiesta! —Ryan alzó los brazos, eufórico—. Deseando estrenar tu nidito de amor.
—No es un nidito de amor.
—¿Picadero?
Jud la miró con cansancio. Como una madre harta de su hijo bromista. El humor de Ryan era famoso en toda la oficina. Era guapo con su pelo rubio y lacio, apenas le llegaba a los hombros. Pero su atractivo no residía solo en el físico, también era encantador, con todo el mundo. Las mujeres lo adoraban y los hombres lo envidiaban de manera sana, a no ser que lo consideraran una amenaza cuando había una chica guapa cerca.
Dejó pasar la broma y su mente volvió al capitán. Esa noche intentaría hablar con Max, quizás después de un par de cervezas se le soltara la lengua y le diera más detalles, y quién sabe si su sincero punto de vista. Hasta era posible que le pidiera ayuda.
Suspiró. Como si el señor botastexanas quisiera su opinión.
—Sí, traeremos birras y algo de comer —Ryan le siguió la corriente, aunque no estaba del todo seguro de que su compañera pensara en eso—. Conociéndote, seguro que tienes telarañas en tu nueva nevera.
—No me jodas, Ryan, he hecho la compra, ¿vale?
«Nota mental: pasar a toda hostia por el supermercado y comprar queso, galletitas y todas esas pijadas cutres que se ven en las casas de las pijas de los realities».
—¿Desde cuándo has venido a mi casa y has pasado hambre?
Su amigo no contestó, pero ella tampoco, se quedó nuevamente mirando la puerta acristalada del despacho del capitán Castillo.
Leyó una y otra vez el cargo y el nombre del capitán. Castillo. Seguramente tenía orígenes latinos, de allí su apellido y esos ojazos oscuros…
Jud dejó caer la cabeza sobre la mesa dándose un golpe. Ryan la miró entrecerrando los ojos.
—¿Qué haces? —Se echó a reír después de escuchar el sonoro golpe de la cabeza chocando contra la madera—. Estás fatal.
Ella tardó en reaccionar. Debía dejar de pensar así de Castillo y verlo como lo que era: un jefe molesto. Pero antes de ni siquiera poder intentarlo escuchó una voz que le preguntaba:
—Mmm… ¿Has invitado al jefe?
—Sí —contestó distraída y apenas levantando la cabeza.
Como si de un fogonazo se tratara, a su mente acudió una visión. Puso la espalda totalmente recta y asintió ante su genialidad.
—De hecho, no lo he hecho, será mejor que vaya ahora mismo.
La idea llegó de improviso, como suelen llegar las mejores ideas.
Se levantó de su silla giratoria ubicada tras su escritorio. Avanzó hacia el despacho de Max bajo la mirada interrogante de Ryan, que la siguió hasta la puerta.
—Esa es mi chica.
Pero Jud ya no lo escuchaba, solo pensaba en Max y en que tenía una propuesta que hacerle.
Entró en el despacho después de tocar la acristalada СКАЧАТЬ