Tormenta de fuego. Rowyn Oliver
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Название: Tormenta de fuego

Автор: Rowyn Oliver

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: HQÑ

isbn: 9788413750101

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СКАЧАТЬ —dijo finalmente mirándola con fijeza, como si no se fiara de ella—, está claro que va para largo.

      «Bien», se dijo Jud. «Por su tono de superioridad sigue siendo el mismo».

      —No, No es necesario. Es solo una tontería. —«¡Allá voy!»—. He invitado a los compañeros al estreno de mi nuevo apartamento.

      «Bien, Jud. Ni que fuera la premier de una peli con alfombra roja».

      —¿Se ha mudado? —preguntó algo sorprendido.

      Ella asintió.

      «Claro, cuando la gente se muda o compra una casa hace una fiesta», pensó Max. Eso era exactamente lo que él debería haber hecho después de firmar los papeles de compra de su nueva casa. Pero ni se le había pasado por la cabeza hacer una inauguración oficial. Alguna cena con los chicos sí, pero no invitar a gente de la oficina que, sin duda, no le caía demasiado bien. Y eso era exactamente lo que estaba pasando en el caso de Jud: le estaba invitando cuando Max sabía que no era santo de su devoción.

      —Es esta noche, sobre las nueve, después del trabajo —dijo ella escuetamente—. Puede venir.

      Jud casi pone los ojos en blanco por sus palabras.

      «¿Puede venir? Vaya, Judith, qué apetecible. Seguro que lo has convencido».

      —Lo que quiero decir… —Carraspeó—. Es que todos estarán allí: Ryan, Trevor…, los demás chicos de la comisaría.

      —Ajá.

      —Venga. Sobre las nueve. —«Sí, Jud. Ahora, después de esta orden, seguro que espera la noche con impaciencia. Qué educación, Judith, mamá estaría orgullosa».

      —Ssss… sí, gracias —vaciló Max—. Le diré a los chicos para ir juntos y me pasaré.

      —Bien.

      Jud asentía como un autómata. Estaba orgullosa de lo bien que lo había hecho. Así los chicos no podrían recriminarle nada, ni echarle en cara que el capitán no había asistido porque ella no era lo suficientemente amable con él.

      Le sonrió forzada mientras su mente no paraba de imaginarse a Max Castillo paseando por su salón recién decorado por el exquisito gusto de Claire y Gaby. Verlo en su cocina, tomando una cerveza en su sofá… No sabía si podía soportar ver al capitán en un ambiente relajado y cotidiano.

      Fuera de la oficina, Max era algo diferente, menos rígido…, más atrayente. Y atracción era la palabra. Porque puede que no le cayera del todo bien, pero nada podría hacerle dudar que sentía cosas por ese hombre cuando lo veía vestido de sport, camiseta blanca o vaqueros. «¡Por favor! ¡Vaqueros ajustados!», gritaba su mente: «¡Ponte vaqueros, por Dios! ¡Ponte vaqueros!».

      —Venga informal.

      «Chica lista», se dijo. «Informal, vaqueros… Seguro que lo ha pillado».

      Al ver que él parpadeaba, Jud se dispuso a salir de allí, pero cometió el error de deslizar su mirada por encima de la mesa del capitán.

      Se paró a medio paso y observó inconscientemente las fotografías.

      Al darse cuenta, Max puso una mano sobre ellas y las acercó hacia sí, después las puso dentro de la carpeta correspondiente. Pero era demasiado tarde, ya sabía que Jud las había visto y por eso ahora fruncía el ceño.

      Él meneó la cabeza y sonrió sin humor.

      Casi podía ver el cerebro de Jud funcionar a toda máquina, como un perfecto engranaje atando cabos y rememorando detalles de lo visto. Estaba seguro de que se había fijado en algunos detalles del informe abierto sobre la mesa y visto las fotografías de al menos dos cadáveres de chicas mutiladas. Había que ser idiota para no darse cuenta de qué asesinatos se trataban.

      Iba a decirle si quería echarle un vistazo, pero, sin mirarle, Jud habló primero:

      —No es nuestra jurisdicción —murmuró sin pensar que quizás Max ya lo sabía y no quería escuchar eso.

      —¿El descuartizador de Dallas? —preguntó dejando claro a qué se referían esos informes—. No, ya sé que no lo es.

      —Usted es de allí, ¿no? —Él la miró interrogante.

      —Creo que ya sabes la respuesta, por algo me llamas «cowboy» a mis espaldas.

      Jud apretó los labios con fuerza.

      También le llamaba «culoprieto», pero eso no se lo diría.

      Tomó aire y cerró los ojos por un instante. No sabía que Max se había dado cuenta de ese pequeño apodo, pero no por eso iba a cambiar de tema, cuando estaba claro que para él era algo importante. Quizás el motivo de que estuviera tan apagado últimamente.

      —¿Se ha llevado trabajo de su antigua oficina? —preguntó. Quiso que se acabara ese silencio incómodo, pero también le interesaba la respuesta.

      Jud pensó que él no iba a responderle, pero se equivocaba.

      La última noche, como en tantas otras ocasiones, Max no había podido pegar ojo. Volvía a estar totalmente metido en ese caso, desde que el capitán Gottier lo llamara para informarle de un nuevo asesinato.

      Max se inclinó sobre la mesa y miró a Jud abriendo de nuevo el expediente y empezando a hablar.

      —Hace algo así, como cinco meses, hubo un asesinato con el mismo patrón en Seattle.

      Jud asintió con los ojos bien abiertos. Se inclinó sobre el escritorio para poder ver mejor el informe y las fotografías.

      —¿No creerá…? —Tocó la carpeta con la punta de los dedos y miró a Max pidiéndole permiso para observar el contenido con detenimiento.

      Max se pasó los dedos por sus labios resecos.

      —No lo sé. No tenemos nada claro, ¿no es así? —lo dijo con un airé frustrado.

      Jud sabía que el asesinato lo llevaba uno de los inspectores y sus hombres. No había pedido ayuda a Trevor o de lo contrario ella se habría enterado.

      —¿Puedo?

      Asintió para que ella cogiera los informes y pudiera ver, ahora con su permiso, las fotos.

      —Si es el mismo tipo, el FBI habría intervenido, ¿no?

      —Bueno, no hemos confirmado nada, probablemente se trate de un imitador. Un loco suelto. Incluso puede que sea simple coincidencia.

      —Las coincidencias no existen —sentenció Jud mientras pasaba las fotos con un brillo en la mirada que a él le recordaron sus orígenes—. ¿Todas las fotografías son de Dallas?

      Él asintió.

      —Son del último asesinato.

      Jud entendió que el último asesinato había ocurrido hace años. Max la miraba con detenimiento, esa mujer era un prodigio. Podía ver СКАЧАТЬ