Tormenta de fuego. Rowyn Oliver
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Название: Tormenta de fuego

Автор: Rowyn Oliver

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: HQÑ

isbn: 9788413750101

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СКАЧАТЬ Max alzó la cabeza, sorprendido por su tono amable, sus miradas quedaron atrapadas.

      Sabía que ella le estaba ofreciendo ayuda, y había sido realmente útil en muchas ocasiones a la hora de confirmar sus hipótesis, y quién sabe si de elaborar una nueva. Pero con el caso del descuartizador de Dallas… no estaban autorizados oficialmente a investigar el caso. Gottier podría hacer la vista gorda, pero…

      —De momento… creo que estoy bien.

      Max volvió a abstraerse y bebió un sorbo de café.

      —Como guste —lo dijo no muy convencida de que no debiera insistir. Pero antes de que pudiera pensárselo mejor, Max se dio media vuelta y se marchó.

      Capítulo 5

      Jud miró al capitán salir de la sala de descanso y chasqueó la lengua con disgusto. Debería haber aprovechado para tener un par de palabras con él. Tenía algo importante que decirle. Soltó aire y acabó de llenarse la taza de café.

      El capitán no estaba nada bien, por mucho que fingiera todo lo contrario. Jud empezaba a tenerlo calado. Pero tampoco iba a meterse en sus asuntos. Por experiencia era mejor dejar en paz a los hombres con problemas. Luego una siempre salía recibiendo alguna que otra patada sin haberla pedido y todo por querer ayudar. Pero, aunque no le hablara de su falta de concentración y esos ojos tristes… tenía algo que decirle. Solo le hacía falta encontrar la manera.

      «¡Es fácil!», se dijo Jud apretando el puño con fuerza y sacudiéndolo para darse ánimos. Solo tenía que entrar en el despacho del capitán con cualquier excusa y después esperar a que él le prestara atención.

      Después debía decírselo sin tapujos: «Voy a montar una fiesta. Estás invitado».

      Jud asintió con la cabeza cerrando los ojos.

      Era súper fácil.

      No…, no lo era. Se deshinchó como un globo. Pero después de dejar que la cafeína actuara en su cuerpo dos minutos más, se sintió más esperanzada.

      Salió de la sala y sobre su mesa dejó la taza de café y cogió unos informes que Max le había solicitado esa misma mañana.

      Era pan comido.

      Esperaría antes de salir y diría: «Por cierto… Hago una fiesta de inauguración de mi nueva casa…».

      Baah. ¡Patética, Jud!

      Soltó aire y perdió la poca esperanza de que aquello saliera bien.

      La puerta del despacho estaba abierta, la golpeó con los nudillos, pero no vio a Max sentado tras su escritorio como ella había predicho. Después de encogerse de hombros pasó al interior y dejó los informes sobre la mesa del capitán con un sonoro golpe. Sorprendida, vio cómo se elevaban algunos documentos y fotografías. Habían salido despedidos a causa del golpe de aire. Se esparcieron sobre la mesa y el suelo ante la mirada atenta de Jud, que vio cómo aquellas fotografías clamaban por su atención.

      —Maldita sea.

      Se lanzó a por ellos y los recogió del suelo, no sin antes echarles un vistazo. Fotografías de asesinatos. Parpadeó cuando sus pupilas se clavaron en ellas. Las macabras imágenes atraparon su mirada, no podía disimular su interés.

      Como si el tiempo se detuviera observó con detenimiento cada detalle. ¿Ese era un caso nuevo? Observó el membrete de la policía de Dallas y entrecerró los ojos intentando atar cabos y averiguar qué hacía aquello ahí, sobre la mesa del capitán.

      Max era de Dallas, no era muy difícil sumar dos más dos.

      Se incorporó lentamente, después de haber recogido todas y cada una de ellas. Todavía con los ojos fijos en las fotos se acercó a la mesa, obligándose a dejarlas colocadas dentro del informe.

      —¡O’Callaghan!

      Jud dio un respingo al escuchar la voz del capitán al entrar en su despacho.

      —¡Me cago en la puta! —Casi se le para el corazón—. Quiero decir… Esto…

      —¿Me traes los informes que te pedí?

      —Sí —fue lo único que pudo decirle mientras en su mano aún sostenía algunas de las imágenes.

      Era inútil fingir que no estaba fisgando.

      Max se la quedó mirando. En sus manos podía ver claramente los informes del último crimen del descuartizador de Dallas.

      —Creo que eso no es tuyo.

      Max cerró la puerta con un golpe seco y ella no se inmutó por haber sido pillada en falta. Simplemente amontonó las fotografías y los folios del informe.

      En silencio actuó como si no hubiera estado mirando donde no debía.

      —Le traía los informes que me pidió esta mañana y…

      —¿Sí?

      —Y hay otra cosa.

      Max la miró con curiosidad.

      —Eso ya lo veo. —Max pensaba que le pediría una disculpa por haber estado fisgoneando, pero claro, Jud era Jud, y al parecer él nunca la entendería.

      —Nada relacionado con el trabajo —dijo ella quitándole importancia.

      Él alzó una ceja y se la quedó mirando.

      Pasaron varios segundos y los ojos verdes de Jud lo miraban fijamente mientras buscaba el valor de decirle algo.

      —Me tiene en ascuas, O’Callaghan.

      Se dirigió a su escritorio y, antes de sentarse en su silla, le arrebató las fotografías de las manos y las dejó sobre la mesa. Jud hizo un movimiento inconsciente, como si se cuadrara ante su superior, pero distaba mucho de haber perdido el interés en lo que acababa de descubrir.

      —Si no es sobre trabajo, ¿qué tenemos que hablar usted y yo?

      «¡Vale! Tipo borde. Dios… Podría hablarle de tantas cosas», pensó Jud. Pero se mordió la lengua. Ese hombre era su jefe y, aunque no lo fuera, le caía mal. Muy mal, se recordó.

      Carraspeó y vio cómo él hacia un gesto imperceptible con las manos, señal de impaciencia.

      —¿Y bien?

      La sonrisa radiante que Max dispensaba a sus compañeros en la cubierta del barco desde luego jamás iba dirigida a ella. Jud no podía decir si se debía a que era porque estaban en horas de trabajo o porque a ella jamás le había sonreído con camaradería. Se dijo que era lo segundo. Si bien la trataba con formalidad, no era como los demás. Y si Jud se había dado cuenta, los demás miembros de la comisaría también.

      Cerró los ojos por un momento. Eso podría dar lugar a habladurías, y Dios la librara de semejante suplicio. Tenía que ser objetiva. Volver a ser una persona amable y cordial, como con los demás agentes, claro está, sin pasarse.

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