Julio Camba: Obras 1916-1923. Julio Camba
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Название: Julio Camba: Obras 1916-1923

Автор: Julio Camba

Издательство: Ingram

Жанр: Зарубежная классика

Серия: biblioteca iberica

isbn: 9789176377505

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      —I am sorry —digo.

      A veces el inglés hace un ademán vago como diciendo:

      —Usted se figura que me ha pisado; pero yo no puedo creer en el pisotón de usted, porque, como yo no le conozco a usted oficialmente, usted no existe para mí.

      Esto puede decir el ademán del inglés, o bien esto otro:

      —Si usted existiera para mí, si yo pudiera tomarle a usted en cuenta como un ser viviente, ¡de qué modo tan admirable yo le boxearía a usted!

      Otras veces el pisotón no le deja al inglés lugar a dudas. Tiene que rendirse a la evidencia de nuestros pies, y cuando se cree que uno tiene pies, pues se cree que uno existe y que uno es susceptible de escribir artículos de periódicos.

      Lo más divertido es ver a dos ingleses despectivos juntos. Cada uno se esfuerza en demostrar una indiferencia absoluta del otro. Si el uno tuerce el pescuezo hacia la derecha, el otro lo tuerce hacia la izquierda.

      Así permanecen dos, tres, cinco minutos. Luego cambian. Se les ve pendientes constantemente al uno del otro para dirigirse un desdén recíproco. Ambos miran a las otras mesas; ambos leen sus periódicos, se interesan por todo lo que pasa en uno y otro hemisferio; pero ninguno se digna tomar en consideración a su vecino inmediato, al que comparte la mesa con él. Cada uno de ellos parece decirle a la Humanidad:

      —Yo no sé que haya nadie sentado a mi mesa. ¿Ven ustedes este señor que está sentado a mi mesa? Pues yo no tengo la menor noticia de él. Fíjense ustedes bien.

      ¿Verdad que no se nota que yo le haya visto? Ustedes no saben la indiferencia que me inspira este señor. Si ahora se muere de repente, pues me quedaré tan fresco, y seguiré fumando mi pitillo. Este señor no tiene realidad ninguna de mí. Lo más insignificante que hay para mí en el mundo es este señor que tengo enfrente. No. No crean ustedes que me molesta. Ni me molesta ni me agrada. No existe. Por lo menos yo no me doy cuenta de que existe. ¿Es que no se nota bien claro que yo no me doy cuenta de que existe?

      Los Tribunales han condenado la cola del Palladium. Yo no sé si tienen ustedes idea de lo que son estas colas que se forman en Londres a la puerta de los teatros. Un señor dice hoy muy serio en Daily News que «the querre» —la cola— representa la civilización inglesa. Representa desde luego el orden y la disciplina. El principio de la cola de un teatro —me refiero al principio moral— es éste: «First come, first sewed», en oposición al de «every man for himself». En la cola de un teatro inglés no vale ser fuerte, inteligente ni vivo. Lo único que vale es llegar temprano. Un tullido que tome puesto en la cola primero que un hércules, entra en el teatro antes que él. La cola inglesa no tiene comparación posible en España más que con los puestos por escalafón, donde no se recompensa al más bruto, como opinan algunos, sino al más antiguo. Para el buen orden de la cola inglesa se sacrifican todos los méritos individuales. Realmente, aquí no se reconoce más que un mérito individual, que es el de tener dinero. Se supone que el que tiene dinero compra una localidad cara, y todos los que no tienen dinero para tomar una localidad cara, pues todos son iguales en la cola.

      Por estas razones, dice el comunicante de Daily News que la cola es la civilización inglesa. Si no es la civilización inglesa precisamente, es la cola de la civilización inglesa. Las gentes verdaderamente civilizadas tienen sus asientos reservados en los teatros y entran cuando quieren.

      Por lo que respecta a la cola del Palladium, las autoridades no han hecho más que condenarla en beneficio del tránsito y atendiendo a quejas del comercio; pero sí que esta condena atañe en lo más mínimo a la filosofía de la cola en sí. Han condenado la cola del Palladium por circunstancias especiales; pero la cola de los teatros en general, la cola como representación de los principios morales ingleses, esa permanece sagrada. Porque la cola tiene un sentido filosófico y un aspecto pintoresco. Artistas callejeros, que no pueden trabajar para el público en los teatros, se ponen a trabajar para la cola. El público de la cola está más horas formando cola que viendo la función; así es que no le basta el espectáculo teatral, sino que necesita también un espectáculo como cola. Para subvenir a esta necesidad vienen los artistas ambulantes: un tío que toca el acordeón, una vieja que canta romanzas, un acróbata, un escocés con una gaita, un negro de hollín, medio desteñido por la lluvia, que baila el cake-walk; una adivinadora, un tenor italiano… Durante dos o tres horas se arma en la calle una algarabía terrible. Los comercios no pueden vender. Los artistas, de cuando en cuando hacen una colecta más o menos fructuosa. La cola goza lo indecible, hasta el punto de que yo creo que muchos no hacen cola para entrar en el teatro, sino simplemente por el placer de hacer cola, que es un placer muy dentro del gusto inglés.

      Y aunque yo no esté conforme con la filosofía de la cola, yo adoro su aspecto pintoresco. Por eso siento la desaparición de la cola del Palladium, que era, tal vez, la más típica de todas.

      Mi ideal es vivir en el Extranjero libremente, sin cable alguno que me una a la administración de un periódico español; vivir en el Extranjero como el pez en el agua y no como un buzo. Yo quisiera independizarme completamente de España, y para conseguirlo no tengo más que un recurso: hacerme hombre sandwich. La profesión de hombre sandwich no es muy lucrativa, pero es filosófica; es de una filosofía escéptica y peripatética, que se aviene muy bien con todos mis principios. Antes que endosar la chistera del business-man e irme a trotar por las calles de la City, yo prefiero ponerme un cartel en el pecho y otro en la espalda y pasear lentamente por Picadilly y Regent Street. El cartel yo puedo soportarlo; al fin y al cabo un cartel es publicidad; cuando me encartelen, me haré cargo de que me he trasladado de las primeras a las últimas páginas de la Prensa. En cambio, esa odiosa chistera que se pone aquí todo el mundo para ir a la City, yo no la aceptaría nunca.

      En realidad, esto de ser hombre sandwich no constituye precisamente una profesión, sino algo infinitamente más elevado: una filosofía. El hombre sandwich no hace nada. Anda, callejea, curiosea, huele… No se diferencia del vago ordinario más que en que tiene un cartel. Es decir, que el hombre sandwich es un vago, sólo que es un vago que administra su vagancia poniéndola al servicio de las Agencias de publicidad. ¿Puede haber algo más seductor para un español?

      Pero no crean ustedes que todos sirven para hombre sandwich. No. No basta ser un vago. Es preciso, como dije antes, ser un filósofo. El perfecto hombre sandwich desprecia todas las vanidades humanas y le da igual que utilicen su espalda para anunciar un vigorizador de cabello que un depilatorio; un específico para engordar que un específico para enflaquecer; un drama de Shakespeare que un baile de la Paloma; Un mitin de sufragettes que la última novela de María Corelli. Es tan estoico el hombre sandwich, que hasta se deja atropellar por los ómnibus en Charing Cross Road. Ayer se ha visto la causa de un hombre sandwich que se dejó atropellar por un ómnibus por encima del cartel.

      —La verdad —dijo el juez— es que lo mejor sería suprimir a los hombres sandwichs.

      Pero esto debió decirlo para la galería. La prueba es que la Compañía de ómnibus fue condenada. Si se quisiera suprimir a los hombres sandwichs, se dejaría a los ómnibus en libertad de reducirlos a papilla.

      El cielo para los ingleses.

      Hubo un tiempo en que el cielo СКАЧАТЬ