Julio Camba: Obras 1916-1923. Julio Camba
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Название: Julio Camba: Obras 1916-1923

Автор: Julio Camba

Издательство: Ingram

Жанр: Зарубежная классика

Серия: biblioteca iberica

isbn: 9789176377505

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СКАЧАТЬ Carmen en Inglaterra. Ahora se representa Raffles en Madrid. Como es natural Raffles no tiene música, porque los bandidos ingleses no la necesitan. Se ha empezado admirando a los filósofos ingleses, y se ha acabado por admirar los bandidos de Inglaterra, lo cual no es tan extraño como puede parecer a primera vista. En el fondo lo que se admira es el espíritu británico. Se admira a Inglaterra y se le admira por sus malas tanto como por sus buenas cualidades. Si se la odiara, se la odiaría en igual forma. En esto no hay razonamientos que valgan. La simpatía o la antipatía son más fuertes que uno.

      Así, el amigo a quien he aludido antes, influido por la lectura de Carlyle, se ha hecho un partidario entusiasta del gentleman cambrioleur. Él quisiera que nuestros bandidos fuesen así, lo mismo que le gustaría ver a nuestros políticos gobernando a la inglesa, y a mí estas pretensiones me parecen absurdas. ¿A quién se le ocurre vestir de frac a los bandidos de Sierra Morena? Esto sería tan disparatado como vestir a Raffles con polainas y calañés, montarlo en un caballo y darle un fusil para que se echase a robar por Londres. Cada pueblo tiene los bandidos que necesita. En España un bandido inglés no sacaría dos reales. Ahí los bandidos deben ser vistosos, valientes, enamorados y generosos. Lo requiere el escenario, y también lo requiere el público, que lejos de denunciar, protege muchas veces a los bandidos que le son simpáticos. Al bandido inglés le falta corazón para tener éxito en España. Es demasiado frío y demasiado lógico. ¿Que no tiene remordimientos? No los tiene, porque carece de imaginación, y la falta de imaginación le perjudicaría mucho en esa tierra de improvisaciones. Por lo demás, ¡bueno se le iba a poner el frac en Sierra

      Morena al gentleman cambrioleur en menos de un par de días!

      Es inútil. Si acaso, admiremos a los bandidos ingleses en Inglaterra como una curiosidad del país; pero no intentemos trasladarlos a España. No nos convienen de ningún modo.

      Los smoking-rooms.

      Cuando vengan ustedes a Londres y vean en algún departamento de cualquier restaurant un letrero que dice Smoking-room, no hagan ustedes lo que un amigo mío que, como estaba de americana, no se atrevió a entrar. Smoke significa humo, y Smoking, humeando, y Smoking-room habitación humeante. Por supuesto que este humo es humo de tabaco. Todas las habitaciones de Londres están llenas en esta época de humo de carbón, y, sin embargo, no todas son Smoking-rooms. Si ustedes añaden en alguna de ellas una bocanada de humo de tabaco al humo de la chimenea, tendrán que pagar cuarenta chelines de multa.

      Acabo de leer un artículo muy curioso sobre la prohibición de fumar en los ferrocarriles ingleses. Resulta que sólo un dos y medio por ciento del promedio de viajeros pertenece a la categoría de no fumadores. Sin embargo, en trenes de cincuenta vagones no suele haber más de dos departamentos smoking. Estos dos departamentos se llenan inmediatamente, y la mayoría de los fumadores tienen que sacrificarse en aras de unos no fumadores hiperbólicos.

      ¡Con lo largos, con lo aburridos que son los viajes en ferrocarril! ¡Cuando hasta el mayor enemigo del tabaco le pediría un pitillo al vecino de enfrente para matar el tiempo! Es absurdo, pero es así. Al hacer el reglamento de ferrocarriles, los ingleses han supuesto una mayoría de no fumadores. Esta mayoría no existe, pero debiera existir.

      Ya que no tenga existencia real, se le ha dado una existencia legal, y, como los ingleses son tan respetuosos de la ley, se echan al coleto viajes de quince horas sin encender un pitillo, para no molestar a un no fumador inexistente. ¡Civismo admirable que sólo se ve en Inglaterra!

      En España y en Francia, un departamento es de fumadores o de no fumadores, según esté o no ocupado por personas que fumen.

      Yo hice un viaje de París a Dieppe, bajo la etiqueta de no fumadores, y, sin embargo, encendí un pitillo. Ningún francés protestó; pero un inglés que estaba enfrente de mí, me llamó la atención. Yo no tuve más remedio que arrojar el pitillo por la ventanilla. El inglés, muy contento, se arrellenó y se puso a dormitar. A la media hora roncaba. ¡Con qué satisfacción le di una palmadita en el hombro!

      —Perdone usted. Está usted roncando.

      —Es que tengo un perfecto derecho a dormir.

      —Tiene usted derecho a dormir, pero no lo tiene usted a roncar. Váyase usted a un departamento de roncadores.

      —Yo no molesto a nadie.

      —Molesta usted a todo el mundo.

      Los franceses se pusieron de mi parte. El inglés dijo que no roncaría, pero que dormiría. Cinco minutos después roncaba como un elefante.

      —Espece d’artiste —le dije—. Acaba usted de soltar un do de pecho.

      El inglés se moría de sueño, pero no pudo dormir. Seguramente, el acto de roncar le producía a él un placer mucho más intenso del que me hubiera producido a mí el acto de fumar. Sin embargo, dejó de roncar para que yo no fumase. Llegamos a Dieppe y nos embarcamos. Yo instalé mis bártulos en un camarote y subí a cubierta. El inglés, despejado con los aires del mar, estaba allí fumando una pipa. El humo del tabaco no le molestaba absolutamente nada. Si había protestado de mi pitillo no había sido por él, sino por el no fumador hipotético. Ante todo, la observancia de las leyes.

      El autor del artículo a que he aludido antes protesta contra la prohibición de fumar que existe para los viajeros no sólo en los coches, sino en las salas de espera, en las cantinas de las estaciones y en todas partes. A mí un inglés que protesta me parece siempre muy original. ¡Poor lady Nicotine! —dice el articulista—. Y el caso es que el tabaco es un gran estimulante del idealismo, y que en este sentido convendría mucho protegerlo aquí.

      Lady Nicotina, como otras muchas ladys, no menos voluptuosas, tiene infinidad de adoradores en Inglaterra; pero legalmente se supone que no. Con que no se fume de un modo oficial, para los ingleses es como si no se fumara. Y así sucesivamente.

      El último modernista.

      Estaba yo leyendo un periódico de Madrid, donde se pedía el premio Nobel para Galdós, cuando me anunciaron la visita de mister Restrepo. Este Restrepo ha sido un personaje extraordinario en la vida literaria madrileña. Sus aventuras le valieron el sobrenombre de Infatigable, con el que ha pasado a la Historia.

      Un día, Restrepo desapareció de Madrid. «Probablemente —decía un cronista recordándolo—, Restrepo estará ahora en un pequeño pueblo de provincias, almorzará todos los días y llevará las botas perfectamente remendadas». Cuando se publicó este artículo, Restrepo se encontraba en París, y su indignación fue espantosa.

      —¡Ese imbécil! —me decía, hablando de su biógrafo—. ¡Que yo llevo las botas remendadas! ¡Que yo almuerzo todos los días…!

      Y en su ira, Restrepo, que había puesto los pies sobre una silla, accionaba con ambos dedos gordos.

      —¡Que yo estoy en un pueblo de provincias…! Le he puesto una cartita que le va a escocer. ¡Una cartita fechada en París! ¡¡En París!!

      Me vine a Londres, y un día, en una librería española que hay aquí, unos hombres con muchos bigotes hablaban de Marcos Zapata. Yo entraba en el momento preciso en que Restrepo decía:

      —¡Ese Zapata es СКАЧАТЬ